Los juegos del hambre
Suzanne Collins
Molino, 2012
ISBN: 978-84-2720-212-2
400 páginas
18 €
Traducción de Pilar Ramírez Tello
Jesús Cotta
Me habló de esta novela un compañero de trabajo. El tema me gustó tanto, que me la compré.
En las buenas novelas el boca a boca funciona se les haga o no mucha promoción publicitaria.
Esta novela es una distopía. Yo soy un forofo de las distopías, ese género literario que plantea un futuro sombrío, pero posible si seguimos en el presente por el mal camino.
En una sociedad futura doce distritos malviven en torno al Capitolio, donde se vive a cuerpo de rey, cada año cada distrito debe enviar al Capitolio un tributo adolescente para participar en los Juegos del Hambre. Es el castigo por la antigua rebelión de los distritos contra la tiranía del Capitolio.
Se trata de una lucha a muerte en plena naturaleza y televisada. El que sobreviva es el vencedor. Es, en toda regla, un Gran Hermano a sangre y de diseño, la ley del más fuerte convertida en espectáculo, el circo romano en directo, pero presenciado desde casa.
Uno de los atractivos de la novela es que la autora no dedica párrafos a explicar cómo es la nueva sociedad. Tan solo se centra en la joven protagonista. Sin embargo, durante toda la novela, el otro gran protagonista de quien casi nunca se habla es esa sociedad horrible que goza observando los sufrimientos y matanzas de los tributos. Me parece una técnica literaria estupenda esa de decirlo todo de una sociedad o de un personaje sin decir absolutamente nada.
Dicen que las buenas ideas provienen de mezclar ideas que a nadie se le ocurren. La mezcla es lo bueno. En este caso, la combinación es la ciencia ficción con el mito del Laberinto de Minos, al cual los atenienses tenían que llevar siete muchachos y siete muchachas virginales como tributo al Minotauro, echados a suerte cada año entre los atenienses más jóvenes.
La autora le saca el máximo partido al episodio del sorteo de nombres del Distrito 12, al mundo interior de la protagonista, a su supervivencia en el bosque, a la búsqueda de agua y de comida, a la compleja red de sensaciones, emociones y voluntades que se establecen entre los tributos que tienen que aliarse a ratos para luego darse la puñalada trapera, a la necesidad de ayuda y amor y a la tremenda desconfianza que genera el saber que el objetivo último de uno es matar al otro, al sentimiento de dignidad agraviada por el hecho de que todo lo que hace el sufriente lo degluten con ojos morbosos millones de personas con el culo cómodamente hincado en su sofá, al horror de ser un espectáculo quien debería ser solo protagonista de su vida con el único espectador de su conciencia.
Aquí hay también un Teseo y un Minotauro, solo que Teseo es una chica y el Minotauro es el monstruo invisible en cuyas pupilas los protagonistas luchan y se desangran como a él le gusta, porque se alimenta de sangre. Lo que el Minotauro no sabe es que la protagonista tiene la última palabra. Su dignidad resplandece precisamente cuando sus espectadores creían habérsela arrebatado toda.
Es una novela juvenil y adulta, con persecución, amor, horror. Es intensa, interesante. Atrapa de principio a fin y da en la tecla de algo que olvidamos a menudo en Occidente: no es lo mismo avance técnico que progreso moral.
Los amigos de la aventura, el peligro, la amistad, la distopía y, a la vez, la evasión (¡qué buena mezcla!) harán bien leyendo esta novela.
Perseo y el Minotauro… quien mató al Minotauro fue Teseo. Perseo, por su parte, mató a la Medusa, pero esto no tiene nada que ver con el tributo al rey Minos.