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La poesía verdadera de la niña Rosa Berbel

Rosa

JUAN CARLOS SIERRA | A pesar de que los números cantan de una manera escandalosa en el caso de Rosa Berbel (Estepa, 1997), a pesar de que su juventud nos interpela inevitablemente de forma casi insultante, intentaré pasar por alto esta circunstancia a la hora de leer su primer poemario Las niñas siempre dicen la verdad. Porque la juventud no es más que una etapa de la vida sin los valores añadidos y falsos que le atribuye el juvenilismo, esa tendencia que adora e idolatra a los jóvenes, que los eleva a la quinta esencia del ser humano convirtiendo a hombres y mujeres de edad provecta en genuinos mamarrachos disfrazados de zangalitrones o ascendiendo a esa misma juventud a las alturas del pontificado moral o de la sabiduría teleológica, por ejemplo. Sé que, no obstante, este empeño quizá caiga en saco roto, porque los escasos veinte años de la autora estepeña en el momento de la publicación de Las niñas siempre dicen la verdad determinan en gran medida el tono y las inquietudes de este libro que se empieza a gestar cuando Berbel tiene apenas diecisiete.

Salvando las diferencias, Las niñas siempre dicen la verdad recuerda al primer libro de Carlos Pardo El invernadero, también publicado por Hiperión y escrito en plena adolescencia. En ambos se observa la pulsión de alguien que se encuentra en medio del camino, habiendo dejado atrás la infancia y mirando a un futuro que siempre es incierto –quizá aún más en el caso de Rosa Berbel-. También se detecta claramente una mirada lúcida, aguda, irónica a veces, en cierto modo descreída y extrañamente madura, así como un relato o un discurso sobre la realidad elaborado y complejo, muy alejado de los tics simplistas y facilones de buena parte de la nueva poesía más o menos coetánea a la de Rosa Berbel, como han puesto de manifiesto poetas experimentados y reconocidos como Antonio Rivero Taravillo o Juan Carlos Abril.

Esa lucidez en la mirada y en la palabra poética se aprecia de forma muy evidente en la concepción de la infancia que destilan los versos de Berbel, contenidos esencialmente en la primera parte del libro titulada «Quemar el bosque». Partiendo de la cita de la poeta madrileña Rosana Acquaroni y tirando del hilo de la imagen propuesta en ella, Rosa Berbel opta por quemar la mitología tradicional alrededor de la infancia, esa que la define como paraíso perdido, para oponerle no solo las inseguridades, incertidumbres y miserias de esa edad, sino también las zozobras que surgen una vez que se empieza a caminar por la senda de la adolescencia.

En esta primera parte aparece la familia –madre y hermana especialmente-, la genealogía –que se antoja femenina sin explicitarlo-, la evidencia del deseo como aviso de que algo está cambiando, de que el recreo se ha acabado -¿o acaba de empezar?-, los cosquilleos del primer amor, las impresiones sobre el significado de crecer,… pero sobre todos estos temas y sus poemas correspondientes destaca el que le da título al libro «Las niñas siempre dicen la verdad», un texto durísimo dividido en cuatro secciones que, como ya se ha señalado, destroza esa proyección amable sobre la luminosidad infantil aceptada mayoritaria y acríticamente por la tradición literaria. El poema funciona como una auténtica sacudida al lector, una convulsión para la que en cierto modo nos venían preparando los poemas anteriores de esta primera parte.

«Planes de futuro» es el título elegido para el segundo grupo de poemas del libro. Una vez asumido el abandono de la infancia con sus sombras, el futuro se plantea más bien incierto. Sobre él ya existe, como sobre la etapa anterior, una narración socialmente aceptada que Rosa Berbel cuestiona sin disimulo y con altas dosis de ironía en algunos de los poemas de esta sección. Podemos afirmar que nos hallamos aquí con la cara más social, más política de la autora estepeña, pero no entendiendo estos términos dentro de los parámetros estrictamente ideológicos, sino como el cuestionamiento del lugar del ciudadano en la polis. Berbel no cae, afortunadamente, en una poesía panfletaria. Lo suyo es más bien un compromiso con el lector y con la literatura para proponer un relato diferente, alternativo, alejado de los tópicos y de los prejuicios.

El libro de debut de la poeta estepeña se cierra con un poema que rompe el tono lírico general del poemario, un texto extenso y narrativo titulado «Sala de espera para madres impacientes» que especula sobre lo que podría suceder en una reunión de mujeres abandonadas durante toda una noche en el servicio de urgencias de un hospital etéreo, fantasmagórico, surrealista. Y lo que sucede allí es que el peso del papel tradicional de la mujer en las conciencias de las que esperan sobrevuela la noche, llega hasta la madrugada y se cuela en las conversaciones femeninas, en el abandono que sufren frente a la puerta de triaje.

La preocupación por la construcción de una identidad femenina ajena al discurso dominante es la savia que nutre en su totalidad los versos del libro de Rosa Berbel. En la línea de poetas más veteranas como Erika Martínez o Elena Medel, por poner dos ejemplos sobresalientes, Rosa Berbel indaga en uno de los temas clave de la poesía actual, la representación de lo femenino al margen o enfrente de la imagen tradicional. Es como si la poeta estepeña hubiera volcado en su primer poemario todas las preguntas que le pueden surgir a una chica joven sobre qué es lo que supuestamente le toca hacer como mujer una vez que ha abandonado la infancia y qué es lo que propone –se propone- para salvar las contradicciones, las expectativas, las desigualdades, las ignorancias, los prejuicios,… Las niñas siempre dicen la vedad apunta, por eso, más hacia un discurso indagatorio en la identidad femenina que a un decálogo con las respuestas correctas, si es que las hay.

No sé qué le deparará a Rosa Berbel la vida en general y la poesía en particular. Solo espero que la calidad y el éxito de este poemario no la bloqueen como parece que le sucedió a Carmen Jodra Davó con un libro de debut también deslumbrantemente joven –Las moras agraces– y que en próximas entregas se aproxime a algunas de las respuestas que parece intuir en Las niñas siempre dicen la verdad sin bajar el listón lírico que aparece en este poemario, es decir, sin dejase llevar por los cantos de sirena de esa seudopoesía que tan generosamente han acogido las redes y ciertas editoriales.

Texto publicado previamente en el número 15 de Paraíso. Revista de poesía.

Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018) | Rosa Berbel | 75 páginas | 10 euros | Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal»

 

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