RAFAEL CASTAÑO | En su novela póstuma e inacabada, El rey pálido, ambientada en el mundo de la burocracia y el papeleo, David Foster Wallace escribió que el cometido de las próximas décadas no sería la generación de nuevo conocimiento, sino la organización del conocimiento existente. También alguien escribió que la información generada en torno a la primera campaña presidencial de Obama era mayor que la información generada por la humanidad antes de esos días (tal vez añadieran a su cómputo el material audiovisual). Por último, que levante la mano el que no tenga, como página de inicio en su móvil u ordenador, un buscador. Los angloparlantes han dado al más conocido de ellos carácter de verbo: «to google something». Aquí, oficiosamente, hablamos de «guglear». Necesitamos orden, o al menos la ilusión de un orden (la posibilidad de un orden, adaptando a Houellebecq).
Es la tecnología la que nos ha traído hasta aquí, y es también la tecnología, en boca de uno de sus más longevos representantes, la que nos señala dónde debemos ir para entender algo. Se trata de una indicación interesada, como es obvio, lo que no obsta para que Vaclav Smil, un autor hasta ahora desconocido por muchos, se erigiera como el hombre que lo sabe todo desde que Bill Gates, en el publirreportaje de tres episodios que Netflix estrenó hace alrededor de un año, dijera que no hay libro de Smil que no caiga en sus manos y acabe subrayadísimo. Así que Debate, aprovechando el interés generado por interés, editó una antología de columnas escritas por Smil en una publicación dirigida en origen, creo recordar, a ingenieros. La tituló como la edición original en inglés: Los números no mienten.
Hay en este título, y en la campaña de Gates (en toda su vida, podríamos decir), el mismo mesianismo científico que nos ha llevado, entre otras cosas, a leer biografías de Tesla o al aceleracionismo de Srnicek. Esta época rauda y audaz (por qué no llamarla, siguiendo la corriente de estos días renovadores y salvajes, raudaz) nos mantiene en un perpetuo estupor que nos impide, sobra decirlo, asentarnos. Muerto Dios desde hace tanto, muerto también desde hace tanto el tiempo finito, distribuido, sosegado, comprensible, necesitamos dividir el año y los años en piezas, como hacen las enzimas con las lentejas de los lunes.
El único problema, que pese a ser único no es pequeño, es que las respuestas de Smil, al menos en este volumen, son demasiado escuetas, demasiado efímeras. Es fácil de entender, porque son columnas, pero de toda la obra editada en inglés por Smil Debate podría haber elegido otro título, como Growth, un tocho como Dios, que está muerto, manda. Es fácil de entender también la decisión de Debate, porque los grupos, por más grandes que sean, no están para riesgos. Es mejor que el público español conozca a Smil con estas píldoras, y si alguien gusta, que aprenda inglés. No creo que Smil tenga más recorrido en el mercado español, lo que parece que, en un poético giro de los acontecimientos, va a ocurrirle también a Bill Gates, al menos como marca.
En esta corriente de orden del desorden, en este más que bimilenario combate entre Heráclito y Parménides, me quedo con la apuesta de Periférica por La noche del 4 al 15, un libro escrito por el francés Didier da Silva que recibe su título de esos días en los que, literalmente, no pasó nada. En 1582, en el paso del calendario juliano al gregoriano, y para corregir los errores de cálculo del primero, de la noche del 4 de octubre se pasó a la mañana del 15. Hubo partos, para que se me entienda, que duraron nueve días, y sin una queja. Si es que somos la generación de cristal.
Da Silva parte de esta anécdota para repasar las efemérides, nacimientos y muertes de cada día del año. Lejos de ser un libro más de aeropuerto, es decir, un listado soso, el de Periférica enlaza sutilmente algunos de los acontecimientos con buena vista y mala baba. Sabe encontrar, en ese libre y poético espíritu del ensayo que no se toma en serio a sí mismo y, por ello, debe ser tomado muy en serio, curiosas correspondencias entre los hechos que selecciona, entre los que no escatima crímenes o encuentros sobrenaturales. El tiro está centrado en Francia y en lo francés, así que recomiendo al lector que tome, junto a su libro, papel y lápiz, o que encienda el móvil que probablemente ya haya tomado su mano, ya que más de una vez buscará, en su búsqueda de orden en el desorden, nombres y lugares que no conoce. Yo lo he hecho, y mucho, y a casi todos los he olvidado. La gran diferencia con Smil es que da Silva no pretende explicar nada. El suyo es un experimento acientífico, la profecía de alguien que abomina de los profetas, un juego, un divertimento. Con lo abrumados que estamos, y más que lo vamos a estar con esta vida arrítmica, me quedo con el entretenimiento. Con ninguno de los dos aprenderé nada, pero al menos con da Silva no sentiré que me va la vida en ello. Me irá, de hecho, pero como va cuando va bien: sin darme cuenta.
Los números no mienten (Debate, 2021) | Vaclav Smil | Traducción de Marcos Pérez Sánchez | 336 páginas | 20,90 €
La noche del 4 al 15 (Periférica, 2021) | Didier da Silva | Traducción de Vanesa García Cazorla | 248 páginas | 19 €