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La primavera es corta


El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa

Edición, traducción y prólogo de Carlos Rubio

Alianza, 2011

ISBN: 978-84-206-5212-2

150 páginas

16 €

Rafael Suárez Plácido

Estos últimos meses nos encontramos con la muy agradable sorpresa de tres novedades editoriales de Carlos Rubio. En realidad, propiamente suya es una de ellas: El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa (Alianza Editorial); las otras dos son los prólogos de Namiko, de Tokutomi Roka y El caminante, de Natsume Soseki. Ambas han sido publicadas por la editorial, afincada en Gijón y especializada en cultura japonesa, Satori, e inauguran la colección “Maestros de la Literatura Japonesa”, que promete gratas sorpresas y dirige el propio Carlos Rubio. Pero, aun tratándose de sendos prólogos, los traigo a colación porque se me antojan de lectura imprescindible para quien quiera conocer la literatura de este país tan desconocido y que tanto nos tiene que ofrecer.

Ya conocíamos de Carlos Rubio algunas traducciones, en concreto de Mishima, y muy especialmente su monumental Claves y textos de la Literatura Japonesa (Cátedra, 2007), obra de referencia para cualquier lector interesado no sólo en la literatura del país, sino también en su historia y sus costumbres. Por ello, cuando nos enteramos de la existencia de este libro, no dudamos en ir a buscarlo y disfrutar con él. Es así: el libro no sólo es interesante como estudio de la poesía japonesa y como antología breve, pero muy bien escogida de ella, sino también es un objeto hermoso. Desde la portada, que reproduce un fragmento de Isoda Koryusai, hasta sus páginas interiores que intercalan ilustraciones valiosísimas de fotos de poemas originales, tal como las puede recibir un lector en su lengua original. Los estudiosos y admiradores de la caligrafía japonesa tienen aquí un motivo más para acercarse a esta edición.

Hay referencias a la poesía japonesa en nuestra lengua desde el siglo XIX, pero eran pocas y siempre basadas en traducciones de autores europeos, especialmente ingleses y franceses. El primer autor que versionó poesía japonesa en castellano de una forma seria y rigurosa fue Octavio Paz. Y decimos “versionó” porque este acercamiento se produjo sin su conocimiento previo de la lengua japonesa, sino a través de las versiones literales que le traducía Eikichi Hayashiya. Esto no es óbice para que estas versiones o traducciones “a dos manos” sigan considerándose hoy de las más hermosas de muchos de estos poemas.

La primera aproximación de un estudioso español a la poesía japonesa en esta lengua es El haiku japonés. Historia y traducción (Hiperión, 1994), del sevillano Fernando Rodríguez Izquierdo. La coloco en esa fecha porque es el momento en que obtiene mayor difusión, pero la obra se publicó originalmente en 1972, en una edición más restringida de la Fundación March, cuando la bibliografía sobre la literatura japonesa era prácticamente inexistente en nuestro idioma. Es la obra de referencia, imprescindible, para cualquier aficionado al género y, aun más, para un traductor. El segundo momento vino de la mano del onubense Antonio Cabezas que, con un estilo muy peculiar, tradujo buena parte del corpus clásico de la poesía de esta lengua. Decimos que fue “muy peculiar” porque traspasó la estructura métrica del tanka original (5-7-5-7-7) a la de la seguidilla (6-6-5-6-6) y, al parecer, esto le supuso serias críticas en su momento. Además de sus traducciones, que acercaron al lector español muchísima poesía hasta entonces desconocida en España, es importante señalar su La literatura japonesa (Hiperión, 1990), primera panorámica, breve y amena, de la historia de esta literatura. Hay más traductores y estudiosos que no voy a nombrar. Todos vienen de la mano de estas primeras obras, a veces para mejorarlas, otras veces no tanto.

El pájaro y la flor recoge una visión muy personal de la historia de la poesía japonesa que va desde sus inicios, el primer texto es del año 712, hasta la obra de la magnífica poeta Akiko Yosano, que falleció en 1942.

De la Introducción diremos que es un texto básico para comprender esta poesía. Desde sus orígenes necesariamente influidos por la poesía china y cómo este gusto va quedando como elemento de cultura y de distinción, Carlos Rubio nos lleva de la mano en un paseo cargado de buen hacer y erudición. Son treinta páginas que nos llevan a sentir con envidia la importancia que en este país ha tenido siempre la poesía. Nos aporta algunas razones para comprender por qué es así. Desde el valor sagrado que se le ha atribuido desde antiguo, que no hay que considerar como un aspecto de mojigatería ni nada parecido, hasta la función esencial que tenía entre los cortesanos de la época de Heian, durante los siglos que van del IX al XII. Sería interesante saber si es comparable a una función semejante que tuvo en algunas cortes occidentales. Es curioso saber que la inexistente censura de esa época se transforma en la época Meijí, en la que unos poemas fueron considerados prueba de alta traición y llevaron a su autor a la muerte. Empiezan a aflorar nombres propios, como el de Hitomaro o la princesa Nukada, que pueblan la antología Manyooshuu (siglos VII y VIII), que en palabras de Antonio Cabezas “está más cerca del lector español actual que del japonés”, gracias a su traducción, claro. (Quizá tenga razón. No podría decirlo.)

También es llamativo el papel que tiene la mujer en la poesía japonesa. Carlos Rubio lo explica diciendo que mientras los hombres cultivan una obra más cercana al chino y a sus preceptivas cultas, las mujeres son las herederas de la tradición oral y su contenido, “predominantemente lírico y emocional”, está más cercano al sentir popular entonces y también ahora. Esto se percibe en las grandes obras con el paso de los siglos, los Cantares de Ise y, muy especialmente, en la Historia de Genji. El papel de su autora, Murasaki Shikibu, es fundamental junto a otra gran mujer que cultivó la prosa, Shonagon. Ambas son las dos caras del papel esencial de la mujer en la historia de la literatura japonesa.

A partir del siglo XVII se vuelve a temas y a un lenguaje más primitivo, sin la influencia china tan determinante, y se toma como modelo el Manyooshuu. Así surgen los grandes nombres propios de esta poesía, el primero de ellos Matsuo Bashoo (1644-1694). Hablar hoy de poesía japonesa es hablar de Bashoo que, junto a Buson y a Issa Kobayashi forman la trilogía de maestros del ‘haiku’. Es difícil traducirlo y, desde luego, imposible bajo las distintas preceptivas que han dominado la poesía occidental. Ya nos lo explicó Rodríguez Izquierdo en su obra citada. La sugerencia es esencial. La visión de la naturaleza y la vida, y cómo esta se puede ir transmitiendo del poeta al lector, va a dominar la temática de esta poesía hasta prácticamente los albores del siglo XIX, cuando Masaoka Shiki y Takuboku Ishikawa van a trasladar al poema los grandes cambios que surgen en esta sociedad.

Casi todas las traducciones son del original y hechas por el propio Carlos Rubio. Nos ofrece, ya lo he dicho, una antología muy personal en la que no faltan, desde luego, los grandes autores. Es difícil elegir ejemplos. Habría que leerlos todos. Además muchos de ellos están explicados, de manera que al lector occidental le sea fácil sumergirse en la cabeza de un lector nipón mientras los lee. Aunque los símbolos son diferentes, algunos son compartidos:

Al alba tenue
en bahía de Akashi
y entre la bruma,
un barco de nostalgias
tras las islas se pierde.

Sabiendo que la violeta es la flor que simboliza la belleza femenina y el amor, entenderemos mejor este otro ‘tanka’ de Akahito:

En primavera,
a recoger violetas
vine a este prado.
Mas su hermosura me hizo
pasar en él la noche entera.

(Estos poemas son de la antología Manyooshuu, que recoge poemas de los siglos VII y VIII).

El »haiku más conocido de la poesía japonesa es el de Bashoo que hace referencia a una rana que se sumerge en el agua de la charca. Es interesante ver cómo lo traduce Carlos Rubio y cómo lo hicieron algunos autores antes que él:

El espejo de la fontana,
al zambullirse una rana,
¡hace zas!

(Trad –o versión- de Ramón María del Valle Inclán. Fernando Rodríguez Izquierdo cita en su libro una frase de Farsa y licencia de la Reina Castiza, que es exactamente de Bashoo, probablemente tomada de una traducción francesa. Luego cita esta versión versificada.)

Un viejo estanque
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.

(Trad. –o versión- de Octavio Paz)

Un viejo estanque;
al zambullirse una rana,
ruido del agua.

(Trad. de Fernando Rodríguez Izquierdo)

Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.

(Trad. de Antonio Cabezas)

Un antiguo estanque
Se oye una rana
Al zambullirse.

(Trad. de Carlos Manzano, de una traducción previa de Kenneth Rexroth)

Un viejo estanque
salta una rana
¡plof!

(Trad. de Francisco F. Villalba)

El viejo estanque.
Se zambulle una rana.
Ruido de agua.

(Trad. de Carlos Rubio)

La poeta que cierra esta antología es una de las más interesantes: Akiko Yosano. Vivió entre 1878 y 1942. La poesía japonesa retoma con ella el pulso de las mujeres que tanto contribuyeron a hacerla grande. En castellano tenemos publicado recientemente una antología de su obra: Poeta de la pasión (Hiperión, 2007), traducida por José María Bermejo y Teresa Herrero. Así la traduce Carlos Rubio:

“La primavera
es tan corta…”, le dije,
y entre mis pechos,
rebosantes de vida,
enterré yo sus manos.

Es un motivo de alegría acabar con este poema, la reseña de El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía japonesa, de Carlos Rubio, una antología necesaria que va a seguir ayudándonos a conocer algo más de la literatura japonesa.

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