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La química literaria que no funciona

LUIS ANTONIO SIERRA | Cuando acabo de leer un libro, tengo la costumbre de echarle un ojo a las partes adyacentes del mismo, es decir, la biobibliografía del autor o autora, la sinopsis, las curiosas anotaciones que hacen algunas editoriales sobre el día en el que se imprimió el libro, los epílogos o los agradecimientos. Entre estos últimos, aparte de los más íntimos y personales que el pudor del autor pueda permitirse, compruebo que, en muchos casos, estos manifiestan que el trabajo de la escritura ha estado supervisado, corregido, monitorizado, etc. por gran cantidad de gente. De la lectura de estas menciones se desprende que en muchos de esos libros paridos en grandes editoriales, el autor – y su trabajo, consecuentemente – parece estar totalmente dirigido por agentes, editores, correctores, ejecutivos, y demás, quedando la obra a merced de otros y minusvalorando su autoría. Sin embargo, lo que más me alucina es que con tanta gente controlando y dirigiendo la calidad del producto literario este finalmente carezca de esta, que no aporte nada a la literatura y que dé la sensación de que a todos esos que meten mano en el libro en cuestión lo que menos les importe sea la literatura y sí su cuenta corriente, así como la de la editorial. En este proceso, el creador o creadora tampoco escapa de culpa por dos razones: una, porque, obligado a tragarse un importante número de sapos que vayan en contra de su idea original, no tenga los arrestos de rebelarse contra toda esa maquinaria, y otra, por convertirse en cómplice o cooperador necesario para sacar adelante su supuesta obra literaria. A pesar de todo esto, afortunadamente sigue habiendo libros que han llegado al gran público, que han reventado las listas de ventas y mantienen la calidad literaria; aunque, seamos francos, son los menos. Los más son libros que se consumen como si nos estuviéramos comiendo una caja de palmeritas de chocolate que nos encantan, pero que no nos dan calidad de vida, sino colesterol del malo.

Dando por válida esta teoría de los agradecimientos, si antes de empezar a leer Lecciones de química de la norteamericana Bonnie Garmus, le echáramos un ojo a la larga retahíla de estos que encontramos, tendríamos poderosas razones para sospechar de la calidad de esta novela. Y no nos equivocaríamos en esta ocasión.

Una de las primeras decepciones con este libro es de base, esto es, su propia estructura. La llevamos viendo repetida desde hace muchísimo tiempo – desde la antigüedad clásica –, por lo que su uso no aporta novedad narrativa alguna. Se trata de la consabida estructura narrativa hegemónica anglosajona con tintes hollywoodienses. O, dicho de otro modo, lo que vemos es cómo el orden social se trastoca conforme avanza la narración (injusticias, muertes, crisis, etc.) para que al final este se restablezca con arreglo a una serie de valores pequeñoburgueses muy del gusto del sistema socioeconómico dominante.

Pero consideraciones ideológicas aparte, esta novela de Garmus tampoco se sostiene por la poca credibilidad de varios de sus personajes. Madeline, la hija de Elizabeth Zott – protagonista de esta novela –, es del todo inverosímil. La autora nos deja caer que la niña ha heredado la inteligencia de sus progenitores. Hasta ahí todo normal. La genética es lo que tiene. Lo que los lectores no le podemos comprar a Bonnie Garmus es que esta niña con apenas seis años mantenga conversaciones con personas adultas como si fuera un igual o, incluso, que deje caer sesudas reflexiones nada concordantes con una niña de su edad, por muy inteligente que esta sea. Pero si el personaje de Madeline es poco creíble, lo del perro de Elizabeth, ya es de traca. Como lectores podemos ser flexibles, dejarnos llevar por la narración, ser generosos en la concepción de los personajes, hasta aceptar que muchos animales son más inteligentes de lo que creemos. Pero tragarnos que un perro intuya que se va a cometer un atentado y que para evitarlo se cruce media ciudad para llegar al sitio en cuestión saltando de coche en coche y entrando en unos estudios de televisión como Pedro por su casa, es demasiado. A uno le da la sensación de que la autora – con el beneplácito del engranaje editorial – nos está intentando tomar el pelo. Además, y para cerrar el episodio relacionado con los personajes, Garmus comete también un gran error al caer en la caracterización estereotípica de un buen número de ellos. Solo decir, como apunte, que los buenos son muy buenos y los malos, muy malos, y que los grises apenas si existen.

Cuando leemos la contraportada, de la sensación de que vamos a leer un libro en el que la progresía se enfrenta con éxito a la caspa y que, además, introduce un aspecto temático nada común en la literatura, esto es, la ciencia; y para más señas, la química. Ambas expectativas se truncan de formas distintas. La primera, la de la progresía y el punto de vista feminista en el libro: son tan evidentes, tan obvios y explícitos que caen en lo panfletario, lo cual no casa bien con la ficción narrativa. Y por lo que respecta a la introducción de la química, esta es bastante decepcionante porque no añade nada que aporte originalidad al texto y el contenido científico es bastante burdo, incluso para quienes no somos expertos en la materia.

En definitiva, hay que evitar la lectura de este libro por todas las razones expuestas – y alguna que otra más. Ya ha perdido este reseñista varias horas de sueño leyendo este libro; alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Les aconsejo que cojan otro, que los hay infinitamente mejores.

Lecciones de química (Salamandra, 2022) | Bonnie Garmus |Traducción de Victoria Alonso Blanco | 464 páginas | 21 euros.

admin

3 comentarios

  1. ¡Totalmente de acuerdo! Tras leer casi un centenar de reseñas -a cada cual más positiva- me sentía un bicho raro.

    Me sucedió algo parecido con el libro «El día que se perdió la cordura» de Javier Castillo. Tantas alabanzas despertaron mi curiosidad. Al terminarlo, no entendía la razón de los elogios.

  2. Coincido totalmente! Es un libro en el que los protagonistas son guapos, inteligentes, y buenos. Un libro decepcionante en toda su extensión. No entiendo que haya tantas opiniones favorables, es totalmente predecible y lleno de estereotipos. Elizabeth es una mujer perfecta y, por ello totalmente odiosa.

  3. Menos mal que encontré esta reseña, lo intentaba leer y no podía, no puedo con lo que ahora llaman feminismo, y este libro es un firme defensor de «eso» en lo que se ha convertido el emponderamiento de la mujer. Qué cansinas, todas operadisimas no aceptando ni su edad ni sus rasgos fisicos naturales, tienen que sobresalir, estar guapísimas porque eso es lo importante, y triunfar, sobre todo triunfar. Cada una que triunfe en su casa, en lo que le apetezca y como le apetezca, vaya chasco.

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