ILYA U. TOPPER | Un bar. Amigos. Un bolso que llega de manera fortuita a manos de la protagonista, que no tiene manera de identificar a su dueña y, por lo tanto, lo registra. Una carta. Sin abrir. No habría novela si la protagonista simplemente entregase el conjunto a la policía. Así que abre la carta. Confiéselo, lector: usted y yo también lo habríamos hecho.
Vale, es un recurso bastante clásico. Porque dentro del sobre habrá una carta de alguien que escribe en inglés y detrás se adivina una historia de amor totalmente ajena, pero que nuestra protagonista – no recuerdo cómo se llama, pero pongamos que Llucia, porque es en primera persona – tendrá que desentrañar. O eso intentará, porque como no sabe inglés – miento: sabe inglés como cualquier chica en España de treinta años que trabaja en la redacción de un periódico local, es decir que no sabe inglés – tiene que recurrir a consejos del público, como en las novelas de intriga.
Pero una novela de intriga de verdad no es lo que te pasa cuando vives en Barcelona y tienes treinta años. Te pasan otras cosas, más divertidas. Que te quiera pintar tu mejor amigo, ese que pinta a todo el mundo como si fueran viejos, pero tú no le sales. Que el chico con el que te liaste un par de veces de borrachera, el prestidigitador, aparezca una mañana en tu calle con un camión de mudanzas para subir sus muebles a tu piso, y de anonadada bajas a la calle en camiseta y bragas para ayudarle en lugar de decirle que está pirado y que conjugue el verbo correspondiente. Que tu mejor amiga, esa con la que te intercambias los amantes, los porros y la ropa interior, te invite a una fiesta de ex, todos sus ex, porque se va a casar. Casarse. Otra de esas cosas que no te deberían pasar cuando vives en Barcelona y tienes 30 años. Que en esa fiesta descubres que…
– Un momento. ¿Te acostaste con Lluís?
La mala puta de Cati mantiene la sonrisa.
– Pero si ya lo habíais dejado.
No, si ustedes creen que esto es el fin de una hermosa amistad, van muy equivocados. La bronca que le echa Llucia a Cati no es nada comparada con la que recibe de vuelta.
– ¿En la Sagrada Familia? ¿De qué coño me hablas?
– De nada.
– ¿Te follaste a Lluís en la Sagrada Familia y no me lo has dicho?
Así desfilan por los bares, los cafés, los pisos de alquiler baratos: Cati, Neus, Andreu, Blai. Nil y Gemma que son hermanos y se han comprado una casa juntos, de esas de tamaño de muñecas, porque así pueden pagar la hipoteca en los próximos 70 años. Una prostituta que lee a Chéjov, un fantasma de Bolaño. Solo cada puñado de páginas aparece de nuevo la dichosa carta y – quién lo habría dicho – incluso lleva a lo que parece un desenlace clásico, con la resolución del enigma, pero un buen rato antes del final. Porque resulta que el desenlace es lo de menos. Pasamos por encima como si la historia de la carta fuera lo que es: un simple pretexto para engañar al lector y prometerle que aquí pasarán cosas.
Eso se llama McGuffin en cine y literatura, y es una herramienta que hay que manejar bien si no se quiere que desentone mucho. Llucia Ramis no lo maneja bien ni le importa, no fuerza ni se esfuerza, y curiosamente consigue que tampoco le importe al lector: nos daremos cuenta de que todo en esta novela es juego. Llucia Ramis escribe como si, a sus treinta años, pintara una rayuela en las calles de Barcelona y saltara de casilla en casilla, empujando con el pie las escenas de sexo, de periodismo local, de trasnoche y de filosofeo, y riéndose cuando falla, porque está jugando sola, no compite contra nadie, simplemente se divierte saltando.
Nos reímos con ella. Nos fascina su capacidad de exagerar el realismo, llevar lo cotidiano al absurdo, paladeamos los diálogos que ella es capaz de imaginar, el bumerán de las cosas – esa nueva modalidad de book-crossing – que se inventa. No nos importa que no se tome en serio la trama, no nos importa que la novela no se encamine hacia un buen cierre. Quizás lo único que no le perdonamos es que en las últimas dos palabras vuelva a tirarnos el anzuelo de la carta, en una vuelta de espiral de alambre fino y puntiagudo; vuelva a engancharnos. Solo que ahora ya no quedan 260 páginas por delante para jugar al escondite. Ahí nos quedamos brincando, boqueando, vuelta a la casilla cero, en la última página.
No, no es una gran novela. No sé si llega a novela. Pero no hace falta disculparla – como hacen algunos – recordando que es la primera obra de Llucia Ramis, escrita en 2008. Basta con divertirse leyendo, entregarse a esa sonrisa que se le pinta a uno en la cara cuando ve a una niña saltando a la rayuela.
Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años (Barrett, 2018) | Llucia Ramis | 260 páginas | 18,95 €
Tu espléndida reseña, Ilya Topper, me atrapa como el buen señuelo al salmón. Quiero leer a esta gamberra de Barcelona, lo necesito. Pero sobre todo, quiero seguir leyéndote a ti, amigo.
Gracias, amigo Ignacio. Prometo seguir escribiendo… y divertirme.