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La revolución de los peores

apartamentoenuranoCAROLINA LEÓN | Nadie lee ya a Eduardo Galeano, nadie rebusca en los discursos del movimiento autónomo zapatista, ni se acuesta con las barrabasadas de Tiqqun para imaginar siquiera un fin del mundo acorde a nuestros deseos; nadie medianamente poderoso o con voz pública sale a defender el comunalismo, la autogestión, la cultura libre, las experiencias de vida autónoma, la imaginación al poder, el anticapitalismo, la guerra de clases, la diversidad de la identidad sexual y de género, el acceso a la tierra y los recursos, el fin de la explotación de unos seres por otros. No están los hornos para bollos, pero tampoco para los discursos de la disidencia y/o grandes utopías. Triunfan los agoreros y las predicciones catastrofistas, pero ni siquiera es necesario seguir a esos sesudos analistas porque la realidad se impone. La realidad es de goma, no por elástica sino por correosa.

No sabemos qué fue antes, el huevo o la gallina, el fin de la historia o el fin del pensamiento emancipador. Como una reseña no es espacio para aventurar teorías, me limitaré a decir que es posible que solo podamos entender el presente (excusando el catastrofismo y el pensamiento único, valga decir: la misma cosa) desde los márgenes, desde el más allá del sistema, desde lo bastardo, mestizo y probablemente infértil. Y a lo mejor solo es posible aventurar pensamiento desde Urano.

Un apartamento en Urano (Anagrama, 2019) puede ser un pestiño o un aleph. Es una colección de artículos, publicados previamente en diversos periódicos y acompañados de un prólogo (que se marca Virginie Despentes) y una introducción de Paul B. Preciado para enmarcar sus propios textos, que abarcan desde 2010 hasta 2018 y con temáticas (en apariencia) diversas, pensando el presente cambiante, preguntándose por el entorno con mirada abarcadora y girando sobre la idea del «cruce». «Me atrevería a decir que son los procesos del cruce los que mejor permiten entender la transición política global a la que nos enfrentamos. El cambio de sexo y la migración son las dos prácticas del cruce que, al poner en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado-nación, sitúan a un cuerpo humano vivo en los límites de la ciudadanía e incluso de lo que entendemos por humanidad», sentencia.

Huelga decir que esta que escribe no encontró en la colección ningún pestiño sino lo otro: precisamente aquello que más desea, una vía respiratoria cuando estás a punto de ahogarte; una puertecita enana por la que no cabes pero que te permite atisbar a otro lado, un brotecito verde que señala una próxima primavera. Esta que escribe no cruza pero se siente en la encrucijada.

Son textos de seis o siete páginas en los que su mirada ordena. Es Preciado viajando a eventos artísticos, transitando de ciudad en ciudad, viviendo en habitaciones de hotel, leyendo noticias, comentando leyes, hablando de perros, de referendos, de independencias, de migrantes y de niñes… De género. Habla de género porque en esta sociedad es probablemente la última frontera epistemológica, nos pone delante ese espejo incómodo, y porque puede hacerlo sin perder jamás la mirada excéntrica, anticapitalista, anticolonialista y utópica que se ha construido; habla de género mientras transita de uno a otro, con varias décadas cumplidas, y relata en píldoras esa transición en la que, por en medio, pierde la ciudadanía de a pedazos.

En cierto sentido, si sintonizamos con el «cruce», el resto de mortales hemos ido perdiendo otras cosas por el camino: las certezas, el suelo firme, las convenciones, la fe en las instituciones, el amor al partido, la conciencia de clase, la confianza en el futuro… o la nacionalidad, los derechos, el pasaporte, la posibilidad de jubilación, el mero techo y hasta la imaginación política.

No abunda el pensamiento propositivo en estos tiempos, nuestros pensadores están más interesados en delimitar la imaginación con estúpidas líneas ideológicas, problemáticas y asesinas como checkpoints. He ahí el valor del “cruce”. Preciado viene de una tradición mestiza, bastarda, ilegítima, afianzada en la academia pero sin la academia, con un pie dentro y otro fuera, con el prestigio pero sin la identidad acorde al prestigio. Desde ahí sabe pensar las vidas sin asimilarles un valor de cambio, en la mejor tradición de la teoría queer, sin perder de vista el pensamiento decolonial y la tradición libertaria. En la acumulación de sus escritos, variando de tono y tema, va llevándonos de la mano desde la impotencia hacia otro territorio más propicio, o al menos más estimulante.

El «cruce» no conduce a callejones sin salida. El pensamiento vertido en estos textos sería una forma de revertir el shock, por usar la terminología de Naomi Klein, y al mismo tiempo una forma de no conformarnos jamais. De pensar en los débiles, de hacer funcionar la empatía con el diferente, de entender que el poder aplasta hasta que toda diferencia es aplanada, de ver la globalidad de la guerra en curso y oponerse a ella. «Nos hacen la guerra económica a golpe de machete digital neoliberal. Pero no vamos a ponernos a llorar por el fin del Estado benefactor, porque el Estado benefactor también tenía el monopolio del poder y de la violencia y venía acompañado del hospital psiquiátrico, del centro de inserción de discapacitados, de la cárcel , de la escuela patriarcal-colonial-heterocentrada».

Preciado no tiene «la clave», pero tiene algunas claves. Nos hace asistir, texto a texto, a los avatares de su propia transición mientras cambia su apariencia, su nombre y su sexo en el registro civil. Pero su transición no es el tema, es el pretexto. Los viajes de Paul suceden de forma medianamente regular, no tiene que esconderse en los bajos de un camión ni subirse a la Bestia, pero su traslado identitario le hace sensible al resto de sujetos en «transición», y piensa con ellos y se siente con ellos, en posiciones parecidas de ausencia de ciudadanía. Aparecen entonces esas voces que no son reconocidas ni políticas: en múltiples casos existen en tierra de nadie, son perras o niños o sujetos al borde mismo del derecho a existir. No podrían discutir con Badiou o con Zizek, pero en sus crónicas, al menos aquí, tienen voz. Y es entonces cuando el «cruce» que nos propone el autor va promoviendo lo mejor que tiene este libro: tomarnos de la mano para hacernos salir de la impotencia del «fin de la historia», proponernos caminos alternativos a la razón post-capitalista, meternos los dedos en la garganta que se atora de gritos, de barrios bombardeados, de efectos de una crisis que no acaba, de la muerte de migrantes, de las fronteras que, físicas o psicológicas, cosen dolor en el planeta.

Preciado es un tipo particular de pensador. Uno difícil de categorizar, y habita un lugar desde el que escribe cosas como: «En la izquierda neocomunista (Slavoj Zizek, Alain Badiou y compañía) se habla del resurgimiento de la política emancipatoria a escala global […]. Los mismos que agitan el espectro del Octubre Rojo anuncian con pesimismo la incapacidad de los movimientos actuales de traducir una pluralidad de demandas en una lucha antagonista organizada. Zizek retoma la frase de William Butler Yeats para resumir su arrogante diagnóstico de la situación: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Pero ¿somos acaso los peores?».

En la parálisis del pensamiento contemporáneo, en medio de esta anomia de la era-Trump y el inminente colapso, si no están hablando contigo están hablando contra ti. Contra mí, contra cualquiera. Seamos, pues, los peores, y crucemos de una vez al otro lado.

Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce (Anagrama, 2019) | Paul B. Preciado | 320 páginas | 17,90 euros | Prólogo de Virginie Despentes

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