La desaparición del paisaje
Maximiliano Barrientos
Periférica, 2015
ISBN: 978-84-16291-04-5
272 páginas
18,75 €
Rebeca García Nieto
“Como yo digo: La sangre siempre manda.
Si uno tiene sangre de ésa, hará lo que sea.”
El ruido y la furia. William Faulkner
Después de doce años viviendo en Estados Unidos, el hijo pródigo, Vitor Flanagan, vuelve a su casa en Santa Cruz, Bolivia. En este tiempo, Vitor ha roto toda relación con su familia, ni siquiera dio señales de vida cuando recibió la noticia de que su padre había muerto. La desaparición del paisaje, reza la contraportada, es, entre otras cosas, una novela “sobre cómo los hijos que nunca tendrán hijos sobrellevan el luto por la muerte del padre”.
Se nos dice que éste había muerto hacía ya diez años, pero, para un hijo, ¿cuándo muere su padre? ¿Todos los padres se mueren o algunos no lo hacen nunca? Da la impresión de que el de Vitor pertenece al segundo grupo, al de los padres que se quedan a vivir en el rostro, en las venas de sus vástagos. Su voz de ultratumba abre la novela, pero más que como una psicofonía, suena como una voz en off que enmarca el resto de la narración. Esta voz, que introduce cada una de las partes en que se divide la novela, de algún modo, se encasquilló en una fecha: el 15 de agosto de 1987, día en que los Flanagan celebran una reunión familiar en la casa que acaban de comprar. La presencia del difunto se siente en los objetos que la viuda guarda como si fueran reliquias: sus zapatos, su coche, un Ford Galaxy de la época en que la madre de Vitor, Susana, aún vivía y que siempre se las ingenia para estar presente en casi todas las escenas: “El auto persistía mientras su propio cuerpo se disolvía en la tierra, se convertía en naturaleza, en otro tipo de vida más silenciosa”, sin olvidarnos de las botellas medio vacías de whisky Jameson…
Si en las primeras escenas, cuando se junta con sus amigos de siempre, una tiene la impresión de que Vitor ha vuelto para ajustar cuentas con el pasado, pronto queda claro que es al revés: es el pasado el que va a ajustar cuentas con él. Vitor tendrá que afrontar el reencuentro con las mujeres de su vida: su ex, Laura, que lleva la vida de la que él huyó; su hermana, Fabia, muy dolida con él; y el recuerdo de Susana, su madre muerta.
«Todo tiene que ver con mi padre, dije.
Que por tu sangre corra una jauría de monos locos no quiere decir que vos tengás que convertirte en uno de ellos.»
Este breve diálogo entre Vitor y María, la viuda de su padre, resume a la perfección la trama de la novela. “La sangre siempre manda”, dice Jason Compson, y la de los Flanagan es tan irlandesa como el whisky Jameson al que era tan aficionado el padre de Vitor. La desintegración de los Flanagan recuerda a la de los Compson o los Sartoris de Faulkner. Si los Compson fracasaron en todo lo que emprendieron “salvo la longevidad y el suicidio”, los Flanagan sólo tendrían éxito en el alcoholismo. Para ambas familias literarias, la dipsomanía es una tradición familiar. En el caso de los Flanagan, además, el alcoholismo es un intento de resurrección (fallido, como todos): “Pudo tomarse todo el whisky de este pueblo y tu madre igual hubiera seguido muerta”.
No he leído los anteriores libros que Periférica ha publicado de Maximiliano Barrientos. Por lo que él mismo dice en la contraportada, sus historias anteriores tienen que ver con desapariciones, con “gente que asume el reto de perderse”. Ésta, en cambio, es la historia de un regreso. En ese sentido, el libro marcha en dirección contraria al resto de su obra. También marcha en sentido contrario a buena parte de las novelas que se publican en la actualidad. La desaparición del paisaje aborda temas de corte más clásico, como la familia, ese lastre, la imposibilidad de huir de ella… y también de volver a ella una vez que te has ido. El estilo de Barrientos es sobrio, contenido, pero de una gran hondura. Las escenas de violencia están bien medidas. La trama está a la altura de los personajes… En definitiva, una novela excelente como hacía tiempo no leía.