Lo que el día debe a la noche
Yasmina Khadra
Destino, 2009.
ISBN 978-84-233-4172-6.
384 páginas.
19,50 euros.
Ilya U. Topper
Cuando un creador respira hondo, se arremanga y declara que ahora va a presentar su gran obra, yo me echo a temblar. Porque casi siempre es entonces cuando la fastidia irremediablemente. Le pasó a Oriana Fallaci (Inchalá), le pasó a Emir Kusturica (Underground)… Parece una fatalidad: cuando alguien quiere, por fin, condensar toda una época, un siglo tal vez, en una obra épica, se acaba pareciendo a aquel primo de Borges que tuvo el Aleph en casa.
Es con esta aprensión que abro Lo que el día debe a la noche de Yasmina Khadra, es decir Mohammed Moulessehoul, ex militar y afamado escritor argelino con seudónimo de mujer. La obra que quiere por fin trazar un retrato de la historia colonial argelina, conciliar, medio siglo después, las rupturas, ser la saga de toda una generación.
Empecemos por la conclusión: la novela no está mal. Khadra no la fastidia: tiene demasiado oficio de novelista como para enredarse en una epopeya fallida. Antes lo contrario: se queda corto. Hay que esperar hasta la página 280 para alcanzar este diálogo con garra, este duelo de titanes verbal que convierte los personajes en figuras atemporales, pero ahí está. Superado el ritmo lento de la primera mitad del libro, la narración se condensa, y por supuesto Khadra lleva al lector a dónde quiere: le emociona, le desespera, le arranca lágrimas. Por supuesto engancha.
Pero no es una obra redonda. Un pecadillo de adolescencia y un juramento de cortesía para acallar las lágrimas de una señora simplemente no alcanzan para fundamentar un drama de amor tan irrevocable, tan desgarrador. Aquí, al escritor le falla la artillería pesada para derribar el escepticismo del lector.
Quien abre la novela no tanto para dejarse emocionar por un drama amoroso sino para conocer la historia de Argelia, verá cumplidas pocas expectativas. El libro tiene el mérito ―y no es un mérito menor― de retratar la historia de los colonos franceses, españoles, catalanes y de hacerles justicia: eran argelinos, nacidos y criados desde varias generaciones en la tierra norteafricana, aunque siempre en una especie de apartheid frente a los ‘indígenas’, hasta su expulsión en 1962.
Pero la novela no entra en detalles históricos. No nos dice que los habitantes de origen cristiano o judío ―aunque éstos últimos fueran de habla árabe― eran desde 1870 ciudadanos franceses, mientras que la población musulmana se regía según el estatuto de indígenas. Sólo roza de pasada la enorme fractura entre argelinos musulmanes independentistas y aquellos allegados a Francia (los ‘harkis’).
El protagonista Jonas/Younes está demasiado absorto en su drama amoroso particular como para prestar demasiada atención a las circunstancias históricas de aquella década que puso fin al colonialismo europeo en África del Norte y estableció por primera vez en la historia una división política neta entre las dos orillas del Mediterráneo.Y el drama, repito, no es redondo.
No puedo evitar una sospecha: el tono trágico de Lo que el día debe a la noche intenta conferirle seriedad, al libro, elevarlo al rango de literatura con mayúscula que aparentemente no merecen a ojos de algunos las anteriores novelas de Yasmina Khadra. ¡Fuera el tono chispeante del arrollador comisario Brahim Llob de la Trilogía de Argel y La parte del muerto! ¡Fuera los enredos inverosímiles, los personajes con una pie en la caricatura, los disparos a destiempo! ¡Fuera los laberintos de trampas y pistas falsas que despistan al lector antes de llevarle a un final relampagueante! Aquí no hay nada de eso. Aquí queremos hacer literatura. Y es con visible embarazo que la jefa de prensa confiesa a los periodistas que Yasmina Khadra incluso incursionó alguna vez en la novela negra.
Como si fuera fácil inventar un personaje como Brahim Llob. Como si divertir al lector fuera una tarea indigna de un escritor. A mí me afearon en una charla que resaltara el enorme humor de Stanislav Lem, como si lo acabara de insultar. No: a Yasmina Khadra no le debería hacer falta este libro para ser considerado un respetable escritor.
Creo que sencillamente Khadra no es un autor dotado para grandes epopeyas, sino más bien para la narración más íntima, cercana, subjetiva, de personajes. Personajes casi siempre desgarrados, violentos, pero todo en primera persona, todo con el objetivo puesto muy cerca de lo que graba. No pertenece a la categoría de los Zola, Hugo, Tolstoi. Lo mejor que le he leído a Khadra, más incluso que su «Trilogía de Argel», es «Lo que sueñan los lobos». Una historia personal llena de violencia seca, áspera, dura, urgente. Puro Khadra, vaya. Reconozco que el libro en el que se ha metido ahora, siendo ambicioso, no me seduce, y menos aún después de tu crítica.
Mirándolo bien, una de las cosas que le critico en este libro es precisamente que sea una «narración íntima, cercana, subjetiva…» A mí me falta algo más de Historia de Argel, algo más de ambición, para mi gusto es demasiado personaje y, en este caso, un personaje que personalmente no me seduce.