ROSARIO PÉREZ CABAÑA | Como algunas buenas tierras, Juan Carlos Abril ha necesitado sus ciclos vegetativos para volver a producir. Un pausa sin duda necesaria para traducir poéticamente la emoción vivencial de los años pasados con la impecable destreza con que lo ha hecho. Después de Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001) y Crisis (2007), y de un par de obras recopilatorias de su trayectoria, el poeta jiennense afincado en Granada, en cuya universidad imparte clases, vuelve a publicar un poemario donde se asientan las predicciones que ya se anunciaban en sus anteriores obras, una asombrosa madurez en la forma y en el contenido. Pero este período de barbecho no ha sido una pausa estéril. Mientras se cocinaban a fuego lento los poemas de En busca de una pausa, publicado en 2018 y recientemente reeditado, Abril ha estado a cargo de numerosas ediciones, como la antología de poetas españoles e hispanoamericanos contemporáneos Deshabitados; Canciones, recopilación de la obra de Luis García Montero; Estrategia del débil y Marcas y soliloquios, de José Manuel Caballero Bonald; o Jardín nublado, de Francisco Brines, entre otras muchas. Ha publicado los ensayos Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española y El habitante de su palabra. La poesía de José Manuel Caballero Bonald. Y recientemente ha editado para Visor, junto a Juan Carlos Fernández Serrato, el volumen colectivo La hora de escribir. Perspectivas sobre Luis García Montero.
En busca de una pausa, poemario finalista al último Premio Andalucía de la Crítica, nos ofrece desde una primera lectura un tratado autorreflexivo donde la máxima de la poesía experiencial, es decir, la asunción del nivel de ficción de toda vivencia poetizada, se cumple con rigor para enlazar con el lector, que, asombrado, es capaz de descubrirse a sí mismo en una experiencia de anagnórisis gracias al otro. Porque «No, no importa / si todo esto ha sucedido» («Desaprender», p. 68). Una escritura transparente, medida, cercana, fecunda en metáforas esquinadas nos revela una complejidad emocional que rastrea absolutamente consciente sobre el tiempo pasado y las marcas de las vivencias, pendientes de justicia en lo que he querido ver a lo largo de la lectura como un sanador ajuste de cuentas vital y escriturario. Y ahí es donde el hallazgo se engrandece en torno a un complicado ejercicio de honestidad en la que, a través de la estructura multifocal de la persona poética, la alternancia, los axiomas y las dudas construyen el espacio de indagación.
También en la cuidada factura métrica del poemario se aprecia la delicadeza, la sutil labor de artesanía que permite el remanso. A través de un medido ritmo endecasilábico, los 19 poemas estructurados en cinco partes que componen el libro («Aunque sea para vivir», «De Amicitia», «Esperar es un camino», «La cicatriz del ruido» y «Vuelta») reflejan una exploración que desemboca en una expiación de las faltas propias y ajenas, en ajuste y reconciliación del yo poético con su entorno pasado, consigo mismo y con su intención renovadora de presente.
Desde la atomización de la primera persona poética, escindida en fragmentos de espejos, se va avanzando en el intrarrelato hacia un yo narrativo multiplicado en diversas focalizaciones. El yo, el tú, el nosotros, el ellos someten al poemario a una multiplicidad focal para explicar el ello. Esta autoexploración caleidoscópica se aferra precisamente a la diversidad de puntos de vista para revelar el yo como un «fantasma gramatical» que se acerca, honesto, al espacio de las confesiones y dialoga con su otro de su propia identidad frente al espejo ahumado.
Una de las primeras indagaciones que hallamos en el libro nos lleva a la palabra, al arma creadora y homicida, confidente malévola y equívoca en el acto de autoconvencimiento.
Sé que me equivoqué
con palabras
─lo que quieren decir
y lo que dicen─ y que el fracaso
es un camino singular… («Exilio involuntario», p. 12)
Hay en todo el libro una insistencia recapitular, una revisión íntegra y atrevida de reconstrucción comprensiva del pasado, levantada a pulso sobre imágenes, muchas veces, sorprendentes. Precisamente, la cimentación mediante imágenes deslumbrantes dibujadas con palabras sencillas podría erigirse como estilema desde donde rastrear las huellas personalísimas de este autor.
Y en esta indagación, como no puede dejar de ser en toda poesía que se quiera honesta, emerge la duda a cada página. Tal vez porque la poesía no busca obtener respuestas sino generar preguntas, Abril armoniza la duda y el axioma interpelando al lector a rastrearse a través de este divergencia conceptual. La vacilación y la aseveración parecen construirse como testimonio de la incertidumbre. Así, en el poema «Por un atajo», encontramos la duda anafórica con que se abre cada estrofa, cuestionando la eficacia del nombramiento en el sentido germinativo de Steiner (una vez más, la palabra: «Quién soy yo…», «Tal vez / no estaba preparado para hablar», «¿Pero es que acaso sirve / nombrar las cosas?»).
Quién era aquel
que hoy
viene tras el rumor oscuro
de la habitación verde
de los remordimientos,
pero no encuentra a nadie a quien contarle
porque se gastan las palabras. («Por un atajo», p. 54)
Otro de los ejes temáticos del poemario es la reflexión sobre las luces (pero, sobre todo, las sombras) de la amistad. En el vertiginoso poema «La nave no va» hallamos un delirante uso de la persona poética: el tú, el yo, el nosotros construyen un ego deslocalizado que ve y que se mira a un tiempo:
Has renunciado a la amistad
y a su oscura provincia.
[…]
Cumplo
Me prometí a mí mismo.
Llegó la hora de afilar los lápices.
[…]
Entrábamos hipnotizados
en la comodidad de los racimos
[…] (pp. 19-20)
Abril teje un yo poético que huye del otro que lleva su máscara, sin saber quién de los dos mira la espalda. Y asume en su propia imagen especular el castigo de los ilusos: «Te saldrá una verruga / por soñar demasiado» (p. 21). Y es que la asunción de la memoria y sus engaños también puede ejercer como catalizador de la inventiva para un yo que no recuerda «el inicio de los sueños» (Consejo», p. 64). En el poema «Pan de ayer» (con una rítmica prodigiosa, anuncio), el poeta interpela a los recuerdos en un fecundo ejercicio confesional: «Memoria alpina, víctima / de mi propio deseo / de perdurar» (p. 38). Y exige el pago del autorreconocimiento:
Llevadme
igual que un músculo dormido
donde pueda leer mi historia.
Es este, en suma, un poemario de emocionante lirismo que aúna el dominio de la tradición y una personalísima plasmación de la experiencia; una autoexploración fecunda en dudas, convulsiones y hallazgos reveladores de alguien que buscó una pausa y encontró en ella la fértil, la inquietante, la cruel, la benévola máscara de las palabras. Y llegados a este punto, nada más puedo hacer que recomendarles vivamente que también ustedes busquen una pausa y se lean a través de estos poemas.
En busca de una pausa (Pre-Textos, 2018) | Juan Carlos Abril | 92 páginas | 15.20 €