Sara Mesa
Comienzo a leer El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. No es el primer libro que leo de Miguel Ángel Maya, ganador en 2008 del premio Caja Madrid de Narrativa con Últimas horas y 58 minutos, publicado en Lengua de Trapo, escritor disperso -y aquí la dispersión es un valor-, músico, guionista, cinéfilo. Precisamente por conocido no me sorprende el excelente arranque de esta novela: una prosa ágil, bien medida e intrigante. El ritmo consigue pautar los tiempos de lectura a la perfección. La historia seduce, engancha. Pronto nos vemos envueltos en una atmósfera singular: misterio, oscuridad, ‘glamour’, intensidad, terror. Cinematografía por todos lados. Espectros. Seres doloridos que esconden secretos. Una ciudad que también esconde secretos. Se reconoce al autor en cada párrafo: sus temas, sus obsesiones, su universo. Pequeños y amenazantes seres gulliverianos, enigmáticos personajes femeninos, canibalismo, la brutalidad que convive con el refinamiento, inventores de objetos peculiares, mitografías propias, el mundo del circo, la magia…
Qué mejor se puede decir de un escritor que se le reconoce en cada párrafo. Que tiene mundo propio. Si yo hubiese leído El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. sin saber que está Miguel Ángel Maya detrás, hubiese pensado inmediatamente en él. Eso es un gran logro: el escritor palpitando tras cada línea. Esto hace que en el contexto de la literatura contemporánea española Maya sea una especie singular, en tanto que sus libros son singulares. Maya no se adscribe a modas, no está sujeto a ningún condicionante. El único sentido que guía sus libros es el propio Maya, el mundo de Maya.
Los riesgos de una literatura tan personal podrían pasar a veces por la falta de conexión con el lector. Pensemos: ¿a quién le interesan nuestras obsesiones, nuestros temas recurrentes? ¿Cuál es el valor de la autenticidad? Pero el autor sortea bien este obstáculo porque sus temas no solo son inquietantes en sí mismos, sino que también cuentan con un poder simbólico innegable, lo que, digamos, amplía su radio de acción.
Para situar El hombre que decía haber salvado a Rebeca B hay que hablar de una ciudad de la Costa Este norteamericana, Saint-Simon. Pequeña, cerrada en sí misma, sitiada: por un lado el mar, por otro las dunas móviles. Por si eso fuera poco hay unas galerías subterráneas que supuran un óxido que se come la ciudad. Resulta curiosa esa excrecencia: en esas galerías convive la mayor sofisticación (la música) con la más terrorífica barbarie. Por un lado, habitantes que no saben que existe un exterior; por otro, un exterior que desconoce -o calla- la existencia de las galerías. Coches lujosos que entran y salen de la ciudad, con sus élites melómanas y ávidas de crueldad. Pero hay más: un circo poblado de criaturas extrañas, marginales, y una reserva de indios: dos focos de posibles enemigos cuando el poder necesita justificar su acción represora. Así es la temperatura de este libro. Basta abrirlo para sentirla y respirarla. La técnica narrativa es uno de los puntos fuertes, y Maya la maneja con soltura y naturalidad. Estampas sueltas, breves relatos que se encadenan, que completan huecos y sentidos, personajes que aparecen y desaparecen, pero también distintas versiones de los mismos hechos, contradicciones, elecciones que deberemos tomar para montar nuestro propio puzle, piezas de muy distinta naturaleza: transcripciones de grabaciones, papelotes, cartas, testimonios, fragmentos de libros. Y también algo muy sorprendente e inusual: todo se construye en torno a una gran elipsis: qué pasó con la trapecista Rebeca B. en el Bed & Breakfast de la playa. Una mujer se asoma a mirar el mar, el mismo mar que arroja un náufrago con una amenaza para la ciudad. ¿O la amenaza estaba en otra parte? Sabemos que a Rebeca B. le sucedió algo terrible, sabemos que en torno a ese suceso se montó toda una historiografía quizá falsa, quizá verdadera, quizá en parte falsa y en parte verdadera… ¿pero qué pasó exactamente?
Miguel Ángel Maya sabe callar y sabe hablar. Maneja con habilidad los hilos de la narración, el perspectivismo, y nos hace pensar en otros posibles Saint-Simons una vez que hemos cerrado el libro. Porque este libro cuenta una historia y apunta a su vez a otras muchas historias. Rebeca B. no es solo una trapecista enigmática: es toda una experiencia. Por eso merece la pena entrar en ella.
Pues muy bien.
Solo una cuestión: ¿En el Bed & Breakfast se tiene uno que acostar con el dueño de la casa, o es opcional?