JUAN MARÍA PRIETO | Escribe Wislawa Szymborska, «Todo es mío y nada me pertenece,/ nada pertenece a la memoria,/ todo es mío mientras lo contemplo». Manuel Rico, sabedor de ese misterio sigiloso con que fluye el tiempo, trasciende la observación pura en la gestación del hecho poético, reconstruye en su Cuaderno de historia (Pre-textos, 2021) una memoria personal con la que apropiarse definitivamente de lo vivido.
Desde el comienzo de la obra, con el poema «Apuntes», el autor genera un contexto propicio para la evocación. El yo lírico detalla lugares ineludibles en su recorrido vital, elocuentes e intactos en su abandono, lugares que aún respiran —más allá de los decenios— una emoción experimentada desde una natural intimidad. Como consecuencia, y con el fluir fragmentario de esa memoria que emerge, se desarrolla una mirada bidireccional entre lo sucedido en el interior, —materializado especialmente en la última parte del libro, titulada «Volver a casa» («Dormitorio paterno», «Cocina, Sótano», «Pasillos»)— y la acción del exterior. Cuaderno de historia concreta la rememoración de dos mundos: el mundo lento en las estancias, donde los objetos configuran un tiempo íntimo que, aunque no se escapa, contiene a duras penas la memoria de los seres que allí habitaron: «Entro en el dormitorio que hace tiempo mi hijo abandonó/ (cosas de la edad y del dominio inevitable de la biología)/ para buscar el aire que ya no será nuestro»; la exterioridad, las ciudades descubiertas en los viajes de toda una vida (Turín, Soria, Colliure, Granada), el descubrimiento y la contemplación de una urbe que se ha transformado inevitablemente en el fluir vertiginoso de una acción que se puede adivinar desde uno de los grandes símbolos del libro: las ventanas: «La ventana que ya no es. La muerta/ ventana que dejó, temblorosas,/ imágenes aún vivas contra el tiempo y la arena».
En Cuaderno de historia la ciudad se reivindica al mismo tiempo como un espacio para la fascinación y para nostalgia: el ritmo de los viandantes o el esplendor de los comercios conlleva a la vez progreso y abandono, dos caras de un mismo tiempo. De tal modo, en ella, un universo fulgurante pero ajeno suscita en el yo poético un sentimiento de extrañeza. En la ciudad, los niños van creciendo, juegan en la calle, en frente de casa, en un descampado en que la aurora con su brillo inaugural ilumina los desechos y la chatarra. Pronto, su habitación quedará detenida porque el tiempo bifurcará sus historias. En el yo lírico, la ciudad es también un espacio para al autoconocimiento, hasta el punto de descubrir en su reflejo al hombre que no sabía ser: «Sus ventanillas y mi rostro algo más que maduro/ dibujan su regreso: él y yo confundimos el tiempo,/ acoplamos los rostros en el espejo oscuro (…)». La madrugada, con su sonido fantasmagórico, ([…] «del no lugar y de la inexistencia») esconde el latido cómplice del tiempo más allá del tiempo.
En la obra, el yo lírico adopta la perspectiva múltiple del niño, del hijo, del padre, acaso del abuelo…del hombre que siente el peso de la edad aunque también la determinación de aprehender la propia historia para nombrarla: «fuimos/ los herederos grises de antiguas primaveras,/ los viajeros hacia un abismo/ hecho de incertidumbre y luminarias,/ de aturdidas verdades y destellos/ de un mundo al que nombra/ contra el crepúsculo». De tal manera, el tiempo es la herida, pero también la solución a este cuestionamiento: «Los años nos revelan, de pronto, la dimensión de la ceniza». En cualquier caso, el poema y la historia del sujeto poético van de la mano, y en ambos la palabra persiste en el tiempo el tiempo cuando este ya no ofrece las respuestas. Esa será la misión del poema: «El tiempo entrega a veces certezas que descubres/ cuando ya nada anuncian». En la historia del poeta hayamos la ‘Historia’ recorrida a lo largo de los años. Así, las cinco partes del poema «Calendario». El poeta reivindica con delicadeza lo que hay de político en el tiempo de su historia personal, de ahí las referencias a Machado («Collioure, 2016»), a García Lorca o a Marcos Ana. El recuerdo suscita en el poema una visión ética del tiempo lo que favorece el hallazgo de una identidad colectiva. La memoria es política porque el tiempo, inevitablemente, también lo es. En ese sentido, la anécdota del robo de una cartera o un poema como «Lo precario» dan cabida en sus versos a la justicia social y a una conciencia solidaria de un mundo en decadencia: «¿Quién canta lo perdido/ por quienes tienen sólo precariedad y desmemoria?».
La hermenéutica del verso ofrece al poeta, en el acto creativo, una comprensión histórica del mundo propio (y del propio mundo). Así, en la parte central de la obra, el apartado «Itinerario» aporta la lucidez de poemas como «Generación», «Ese desconocido» o «El secreto», en el que el yo lírico ajusta cuentas con un episodio de su infancia. En la misma línea familiar, Cuaderno de historia es también un libro de amor —es entrañable la mirada adoptada por el poeta en los poema «Te miro» o «Domingo»—. Más allá de la descripción de un mundo que avanza, prevalece en la obra la mirada de un hombre que supo amar, de un ser que al que le ha llegado el momento de comprender su historia.
Finalmente, cabe destacar la presencia, entre las páginas ocre y vainilla de este cuaderno íntimo, del poema «Encierro y Soledad». Manuel Rico dedica un espacio a la distopía actual, enviando un mensaje en una botella para quienes en un futuro quieran reconstruir una historia que ahora escuece en los espejos de nuestro encierro. En la pandemia, como en la memoria individual del poeta (o en la colectiva), el yo lírico recorre las estancias de una historia de objetos y de sombras, la infancia de un niño que fue hombre, al que hicieron temblar el futuro y su belleza.
Juan María Prieto nació en Córdoba en 1982. Es poeta, profesor y doctor en Literatura Española.
Ha colaborado en revistas como Bar Sobia, Eclipse, Mitad doble o Espacio habitado y participado en ciclos y festivales de poesía como Cosmopoética (Córdoba) o Perfopoesía (Sevilla). Sus poemas fueron incluidos en la muestra poética Sais. Diecinueve poetas desde La Bella Varsovia (La Bella Varsovia, 2010), Gastropoesía. A gustar convidan (La Bella Varsovia 2012) o La vida por delante. Antología de jóvenes poetas andaluces (En Huida, 2012). Pertenece al grupo de investigación de la Universidad de Córdoba «Góngora y el gongorismo» y forma parte de la «Cátedra Luis de Góngora». Ha publicado artículos en revistas como Quimera, Álabe o Monograma y es colaborador del suplemento cultural Cuadernos del Sur. Creador y coordinador del colectivo efímero ‘Otoñeces’, es autor de los libros Noctívagos (La Bella Varsovia, 2011) y La fundación (2019).
Cuaderno de historia (Pre-textos, 2021) | Manuel Rico | 136 páginas | 18,00 euros