0

La verdad no hace ruido

MANOLO HARO | Cada época da a luz a sus filósofos. La filosofía es un género humano menor en la nuestra. El pensamiento crítico nunca ha estado menos representado en una sociedad. Tal vez en la Edad Media nos pudiéramos encontrar con algo parecido. Poner en tela de juicio la realidad, sea cual sea, es una conquista que el hombre va a ir procurando desde el Renacimiento hasta llegar casi a su extinción hoy. Si “la voz de Dios” (o de sus mediadores) era incontestable en el medievo, la voz de una política globalista que extiende sus tentáculos en casi todos los ámbitos de la existencia humana (públicos y privados) es pura y llanamente irrebatible. Byung-Chul Han es un pensador que ha sabido analizar en las décadas que lleva asomado al balcón del presente las maneras y los modos de nuestras sociedades. Su aquilatada formación filosófica, su estilo sencillo (que no simple) y su aguda mirada lo convierte en una referencia para todos aquellos que busquen senderos que transitar.

En su último ensayo, Infocracia, Han acomete la tarea de dilucidar qué ocurre en un mundo donde la libertad de decir la verdad (parresía) ha acabado en una dictadura de la información ubicuitaria. Para ello asienta su argumentario en tres pilares: “el fin de la acción comunicativa”, la “racionalidad digital” y, por último, “la crisis de la verdad”. Lo más interesante de la visión macrocósmica (de la sociedad global) de su autor reside en que lo microcósmico (nuestras vidas como ciudadanos) no es sino una manifestación personal de lo que acontece fuera. Por ello resulta tan satisfactoria la lectura de este volumen. Nuestras sociedades adolecen de la ausencia del otro. Convertidos en meros algoritmos, el ciudadano manifiesta sus opiniones, sus deseos, sus gustos en el universo nervioso e insomne de las redes, pero cada vez sale menos a la calle a manifestarse. No hay encuentro y, como dice Han, “sin la presencia del otro, mi opinión no es discursiva, no es representativa, sino autista, doctrinaria y dogmática”. La desaparición del otro y la incapacidad de escucharlo conlleva a la crisis de la democracia. Vean, si no, la manera en que nos hemos relacionado en estos últimos años, y en cómo los mensajes de texto grabados han sustituido al encuentro humano, aunque fuera telefónico. Escuchar es un “acto político”. “La comunicación digital como comunicación sin comunicación destruye la política basada en escuchar”. Esto, sin ir mucho más lejos, sería “el fin de la acción comunicativa” y, por ende, de la democracia.

Han maneja el concepto de “racionalidad digital” en oposición a la “racionalidad comunicativa”, la cual incluye la capacidad de razonar y de aprender. En la primera forma de pensar los algoritmos sustituyen a los argumentos. Esta dicotomía se mueve entre la optimización (maquinal) y el mejoramiento (humano). El aprendizaje discursivo es sustituido por el machine learning, donde los algoritmos imitan a los argumentos. Nombra a los “dataístas”, cuya fe descansa en el big data y la inteligencia artificial, como defensores de un sistema social predecible. La política será así sustituida por la gestión de sistema de datos, el nuevo “conductismo digital”. Shoshana Zuboff, citada en el libro de Han, es autora de la magistral y monumental La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. En esta obra define mediante ocho acepciones lo que ella da en llamar capitalismo de vigilancia. En una de las ocho puntas de esa estrella, lo retrata como parte de una arquitectura global que busca la modificación conductual de los individuos. No hay que marcharse muy lejos para ver la manera en que la tecnología ha modelado nuestros hábitos personales casi hasta el más mínimo detalle. Siendo nosotros mismos dadores de esta información casi al segundo, se hace fácil prever una sociedad donde los patrones de conducta humana serán medibles, cuantificables y aprovechables para la dirección de la misma. No hemos de olvidar que los big media, la big pharma y el big data contribuyeron a que se aceptara por parte de casi toda la población occidental un confinamiento sin precedentes en las democracias de esta parte del mundo y una vacunación masiva sin cuestionamiento científico alguno (los que lo cuestionaban fueron sometidos a una censura global absoluta).

Al hilo de lo anterior, se hace necesario rescatar una cita, incluida por Han en su Infocracia, de S. Zuboff: “Si queremos renovar la democracia en las próximas décadas, necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo que nos están quitando. […] Lo que aquí está en juego es la expectativa que cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia experiencia. Lo que está en juego es la experiencia interior con la cual conformamos nuestra voluntad de querer y los espacios públicos en los que actuar de acuerdo a esa voluntad”.

Es probable que la parte más interesante y profunda del libro esté bajo el epígrafe anteriormente citado de “la crisis de la verdad”. En él se aborda el candente asunto de la desfactificación, esto es, la desaparición de los hechos y, por consiguiente, del “mundo común al que podríamos referirnos en nuestras acciones”. Como dice el autor, la verdad constituye un regulador social y favorece un lenguaje común. Su disipación rompe la diferencia entre verdad y mentira. Como resultado surge un nuevo nihilismo del que es difícil percatarse. El tan recurrente Orwell (sobre todo en estos últimos dos años) aparece aquí con su atinado y elocuente “Ministerio de la Verdad”. A Orwell se le cita casi por inercia cuando se hace referencia a lo distópico, pero en pocas ocasiones se trae a colación imágenes concretas extraídas de su 1984. No resulta difícil juzgar el siniestro y cercano paralelismo entre nuestras nuevas formas de gobierno y el trabajo del “Ministerio de la Verdad”. Esta institución se encarga de las noticias, del ocio, de la educación y de las artes. Suministra periódicos de escaso valor, películas, música (canciones sentimentales de moda), teatro y libros (novelas baratas de crímenes). Hay en él un departamento especializado en la producción indiscriminada de pornografía, que se usa como herramienta de dominación, pues los adictos al porno y al juego no se rebelan. El Ministerio practica la mentira y ajusta la realidad de acuerdo a los intereses del Partido. No hace falta hacer un ejercicio de contorsión intelectual para sustituir toda la ristra expuesta arriba con los que ocurre en nuestra época: la crisis de la prensa (no sólo en su consumo, sino también en la escasa autoexigencia de algunos de los tabloides más leídos), la desmedida producción de ficción televisiva (Netflix), la presencia de una música en franca decadencia o la oferta de ocio ligada al consumo son prueba patente de ello. Los tres lemas del partido en 1984 hablan por sí solos: “La guerra es la paz. La esclavitud es la libertad. La ignorancia es la fuerza”. Sobre los pilares de una sociedad enferma (guerra, esclavitud e ignorancia) únicamente pueden crecer individuos sin capacidad de individualización. Ojo al dato.

En este silencioso pero imparable trance de sustituir verdad por información, apunta Byung-Chul Han otra cuestión espinosa: la información es adictiva, acumulativa y no tiene capacidad para orientar. Sin la verdad, la sociedad sufre una paulatina desintegración. Por lo tanto, nos vemos abocados a una “crisis narrativa”, que nos lleva a una crisis de identidad y al vacío existencial. Durante la pandemia (e incluso hoy día) el tratamiento de la información se ha secuenciado cuantitativamente: las cifras no explicaban nada, solo acrecentaban el miedo de una población dispuesta a cualquier cosa por parar lo que los medios “narraban” (o informaban). Ha habido una censura manifiesta en la información acerca de la pandemia o, si se quiere, una selección muy bien confeccionada de la realidad cuantificable, que es solo una sección de la realidad. A este respecto Han retoma el término de parresía, que no es otra cosa que la libertad de decir la verdad, la cual presupone la isegoría (el derecho que tiene todo ciudadano a expresarse libremente). Sabemos que la “parresía valerosa”, que le costaría la vida a Sócrates, es la acción política por excelencia. Sin ella, y aquí reside el quid de la cuestión, la democracia se convierte en infocracia. La degeneración de la parresía tiene como foco importante el hecho de que todo el mundo puede decir cualquier cosa (siempre que no se salga del dictamen del “Ministerio de la Verdad”).

El medio por el cual se va estableciendo la “infocracia” no es otro que el de las pantallas. “La caverna digital”, dice Han, en referencia a la famosa imagen platónica. Atrapados en la información y su ruido corremos el riesgo de confundirla con la verdad. Esto nos ha de llevar a replantearnos nuestras adicciones conductuales con respecto al móvil y nuestra cada vez más evidente desconexión del mundo factual cotidiano. El filósofo germano-coreano cita a Foucault en su última conferencia justo antes de morir. En ella exponía su preocupación por el futuro de la verdad, como si la cercanía a la muerte le hubiera otorgado la capacidad del vidente. La verdad es la gran ausente en los sistemas democráticos, mal que les pese a muchos.

Reza la publicidad de Taurus: “Byung-Chul Han, el filósofo más leído del mundo”. Desconozco si esto será cierto. De todas formas, bastaría con vender unos cuantos miles de ejemplares para que así fuera, pues el pensamiento crítico, como decíamos al principio de este reseña, no es de esta época. Ojalá sigamos contando con la posibilidad de leer filosofía radicada en esta dudosa e informada época.

Infocracia: La digitalización y la crisis de la democracia (Taurus, 2022) | Byung-Chul Han | Traducción de Joaquín Chamorro Mielke | 112 páginas | 13,90 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *