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La verosimilitud de lo inverosímil

JUAN CARLOS SIERRA | Para quien no conozca a Andrés Ortiz Tafur (Linares –Jaén-, 1972) habría que anunciarle que, quizá exagerando un poco y cayendo conscientemente en algo que ya se va convirtiendo en un tópico que lo acompaña, se trata de un autor a lo Henry David Thoreau pero más empecinado, porque si el americano se retiró del mundanal ruido al lago Walden durante solo dos años y dos meses, el linarense no parece haberse arrepentido aún de haberse mudado del bullicio de la gran ciudad al silencio de su aldea en la Sierra de Segura (Jaén). Ambos escribieron a partir de esta experiencia pseudoascética: Thoreau el clásico Walden o la vida en los bosques y Andrés Ortiz Tafur ahí está empeñado en sacar poemarios como Mensajes en una botella que me estoy acabando, publicado por Juancaballos de Poesía, o libros de relatos como Tipos duros (La Isla de Siltolá, 2016) y el que será objeto de nuestra reseña El agua del buitre. Además de esto, Ortiz Tafur es músico y columnista, por si le faltara algo creativo que hacer a la criatura. Bueno, sí le falta algo: aventurarse con una novela. Pero eso es otra historia, como diría Irma La Dulce.

    Es evidente, no obstante, el carácter versátil de Ortiz Tafur en esto de la literatura, pero también que se inclina por géneros de corto recorrido como el poema, el relato o la columna periodística; cuando digo ‘de corto recorrido’ no estoy menospreciando a unos géneros frente a otros, sino simplemente constatando una cuestión de tamaño, de extensión y, por consiguiente, de maneras de enfrentarse a la creación literaria: más a salto de mata, como si dijéramos. Pero también con un recorrido comercial más breve, más estrecho, como les corresponde a la poesía y al relato frente al dominio hegemónico en las mesas de novedades de la novela. En cualquier caso, no creo que eso sea un problema para alguien que voluntariamente y quizá por necesidad se ha apartado del ruido viciado del mundo, en general, y del mundillo literario, en particular.

    Independientemente de estas cuestiones, lo que se puede constatar y afirmar leyendo El agua del buitre es que aquí tenemos una colección de 18 relatos con vida propia y autónoma, pero que conforman un cuerpo con sus extremidades, sus órganos, su corazón y, sobre todo, su respiración bien limpia, sin impurezas ni flemas. Y esto es así, entre otras cosas, porque nos encontramos con un libro bien escrito, de una prosa ágil, bien construida, bien cimentada. Esto que puede parecer una obviedad y una exigencia –es lo mínimo que se espera de un libro, como el valor en los soldados-, según está el patio acelerado entre las publicaciones patrias, se empieza a agradecer, pues a veces es difícil topar con un texto limpio, ágil, sintácticamente decente, aunque no se libre de algunas erratas de edición algo llamativas, que no obstante no entorpecen demasiado la lectura.

    El agua del buitre comienza con una dedicatoria general: ‘A los que pierden’; toda una declaración de intenciones absolutamente coherente con lo que vamos a leer en los 18 relatos de los que consta. Efectivamente, aunque con algunas luces, en este libro se dan cita mayoritariamente las sombras de los perdedores, aquellos con vidas que se agrietan en algún momento y que devienen en escombros: un muerto que lúcidamente desea “la muerte de la muerte” en el relato llamado ‘Clemente’ (pág. 17), algunos amores difíciles o rocambolescos (‘Estaciones de servicio’ –uno de mis relatos preferidos-, ‘El bar de abajo’, ‘El hundimiento’,…), las miserias y enredos de la literatura (‘Los autos locos’), las relaciones familiares (‘La costumbre’),… En todos ellos hay un componente de honestidad que va hasta el fondo del relato, a veces sin concesiones, con una carga de realidad que incluso puede incomodar al lector hasta dolerle. Como ejemplo recomiendo leer el relato llamado ‘La costumbre’, en concreto el párrafo central de la página 98; bucear en la realidad, llegar hasta el fondo de ella, puede resultar tan descarnadamente veraz como lo que se lee aquí, caiga quien caiga.

    Para ello Andrés Ortiz Tafur se sirve de elementos que están en la tradición del cuento como lo alegórico-fantástico-maravilloso. La construcción de la inmensa mayoría de los relatos de El agua del buitre cuenta con algún elemento que se sale de la lógica de la realidad, pero que paradójicamente sirve o contribuye a explicarla fehacientemente, a desentrañarla, a desvelarle sus intríngulis más íntimos. En este sentido, quizá el relato mejor armado y más efectivo sea el titulado ‘El hundimiento’, con un final, como ha de ser un final de un cuento, contundente y revelador. Los cierres de los cuentos del libro que nos ocupa suelen dejar al lector entre descolocado y colocado o, dicho de otra manera, descompuesto para volver a componerse como lector y de paso a lo leído. En este sentido, solo el punto y final del cuento ‘Clemente’, uno de mis favoritos no obstante, me deja como en el aire, sin esa dislocación, sin el esguince final a expensas de un vendaje que lo recoloque todo, ya que quizá el autor se pase de frenada en lo maravilloso incluyendo un elemento azaroso y premonitorio que no encaja muy bien dentro de la ‘verosimilitud de lo inverosímil’.

    Es este concepto la clave, bajo mi punto de vista, de El agua del buitre, de su manejo de lo real-maravilloso, que, por cierto, no hay que confundir con eso que se llamó realismo mágico. Andrés Ortiz Tafur se la juega constantemente haciendo que un hecho entre extraño o infrecuente (‘Estaciones de servicio’, por poner un caso) o directamente fantasmagórico (‘Teletransportación’, por ejemplo, entre otros muchos) cuadre en una lógica narrativa determinada y además sirva para explicar la realidad o una parte de ella, la de los asiduos al fracaso –es decir, explicarnos a cada uno de nosotros-. Y no digo que en los 18 hoyos de este campo de golf narrativo que es El agua del buitre su autor haga ‘birdie’ en todos, pero no cae en ningún ‘bogey’, lo cual ya es para nota.

    Pasen y lean El agua del buitre, mientras esperamos a que el Thoreau de la Sierra de Segura se aventure en una novela.

El agua del buitre (Baile del Sol, 2020) | Andrés Ortiz Tafur | 133 páginas | 10,40 euros

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