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La vida en otras partes

la vida sumergidaJOSÉ MANUEL GARCÍA GIL La vida sumergida, título de este nuevo libro de relatos de Pilar Adón (Madrid, 1971), tras el éxito de los dos anteriores –Viajes inocentes (Premio Ojo Crítico al Mejor Libro de Narrativa en 2005) y El mes más cruel (Premio Nuevo Talento FNAC en 2010)- responde a la perfección a esa dicotomía que nos lleva a Hemingway y a su teoría del iceberg -lo más importante nunca se cuenta- y a las conocidas tesis de Piglia sobre el cuento. Según el argentino, un cuento siempre cuenta dos historias, una visible y otra secreta; esta última narrada de forma enigmática, misteriosa, rara. De acuerdo con ello, la clave del cuento contemporáneo sería precisamente el control de esa historia sumergida que sale a flote cuando leemos la primera historia. Pilar Adón trabaja en ese doble plano: el de lo explícitamente dicho y en el sumergido de las sugerencias y las sensaciones. De manera que, en sus textos breves, esa propuesta de ocultación de informaciones y esos finales abiertos, nos recuerdan aquella inteligente paradoja según la cual un cuento no está completo si no le falta algo, como afirmaba Eloy Tizón. En La vida sumergida faltan intencionadamente esas piezas: son relatos llenos de agujeros que esperan a que un lector activo e inteligente los rellene.

Pilar Adón es una apasionada de la literatura. Novelista, cuentista, poeta, traductora y editora, se mueve con soltura en todos los terrenos y en todos los géneros. Durante el largo proceso de elaboración de Las efímeras (2015), su última y aclamada novela, ha escrito los poemarios Mente animal y Las órdenes, además de este La vida sumergida. Es inevitable, por tanto, que esos parones en su labor novelística -a la que dedica la mayor parte de sus horas como escritora- se traduzcan inevitablemente en poemas y relatos deudores de los temas, miradas o atmósferas que giran en su cabeza durante ese tiempo. Si creemos, además, que un autor escribe siempre el mismo libro, las vinculaciones cuando Pilar Adón descansa de la novela, en estos tiempos en que las etiquetas y los géneros ceden a una estrepitosa bancarrota, están establecidas.

Entre esas conexiones, uno de los motores de sus historias lo ocupa el lado oscuro de las relaciones humanas, relaciones de interdependencia entre los personajes y el deseo de dominio en las distancias cortas de unos con respecto a otros, como en los relatos «Pietas» o «Vida en colonias», por ejemplo. En ellos la autora aborda el afán de libertad del protagonista más débil frente al poder ejercido por el más fuerte. Un choque que deriva en situaciones de soledad, decepción, incomunicación y desamparo, encarnadas en esos seres condenados por su fragilidad a la lucha entre la realidad y el deseo. Es significativo que muchos de estos relatos eviten que esa dialéctica suceda entre amantes. Pilar Adón ha decidido situar el conflicto de posesión entre hermanas o hermanos. O también abordarlo, en algún caso, en la correspondencia entre el maestro -da igual que lo sea de saberes, lecturas u horticultura («Plantas aéreas»)- y el discípulo. El caso es que en la ligazón establecerán una dependencia cercana al enamoramiento enfermizo (el discípulo amado de la Última Cena). Al final, esa será la excusa para que los personajes no hagan lo que creen que quieren hacer. Y será lo que genere insatisfacción en muchos de ellos y falta de valor para liberarse de esas ataduras emocionales, en otros.

Por esa razón, el miedo, que es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, es también uno de los temas de los trece relatos que componen este libro. En el mismo, ese miedo brota de la condición más humana: la fragilidad. Y provoca inquietud en quienes esperan, con o sin esperanza, la experiencia de una inminencia que no acaba de producirse. Un miedo que, como telón de fondo, se alía con el sentimiento de lo fantástico, tan próximo a la literatura de la escritora madrileña. Porque hubo un tiempo no muy lejano en que los cuentos de hadas no estaban destinados a los niños, entre estas páginas se oyen voces y hay aparecidos y casi fantasmas y también una manera de reducir magistralmente el clásico cuento infantil de Caperucita y el lobo -con cita de Angela Carter para no despistar- en «La primera casa de la aldea», a la angustia y la espera.

Y es que en los relatos de Pilar Adón los personajes leen, elaboran listas de libros (Huxley, Dostoievski, Shakespeare, Mann, Stendhal…), hacen lecturas de relatos («Gravedad») y hay en las casas ricas bibliotecas. Es decir, que el papel decisivo que la literatura juega en la vida de la autora, también lo juega en su escritura. Pero también en su trato con la palabra. La vida sumergida es un libro de impecable factura, concienzudamente trabajado, lleno de claves, recovecos y múltiples lecturas; un libro donde la dificultad resulta estimulante. Alejados de la falta de concentración y reflexión a las que nos enfrentamos hoy en día en la literatura, resulta altamente meritorio que la narradora madrileña coseche, entre la nueva generación de lectores, un buen número de partidarios.
Esos personajes interesados en la lectura, sugerentes y enigmáticos, se mueven en espacios que se articulan como un auténtico ente autónomo que puede valorarse como un elemento sustancial en el libro y aún como un personaje más de la narración. Un personaje con un protagonismo claro, que transforma, modifica e interactúa con los restantes personajes de una manera significativa. En ese sentido, aparece un claro contraste entre los espacios interiores (palacios, abadías, casas infinitas o casonas decadentes y recargadas, desolados centros de internamiento) y los exteriores ligados a una naturaleza que ahoga y libera. Espacios de incertidumbre y aislamiento, de opresión y libertad, que revelan la imposibilidad de escapar y de adaptarse mentalmente de sus personajes. La falta de la capacidad de esa Alicia que transforma continuamente su tamaño para poder avanzar en el país de las Maravillas.

Por lo que respecta a los espacios de la naturaleza, estos nos recuerdan el universo de Thoreau y su Walden. El relato que publicó en 1854 como diario de su experiencia durante “dos años y dos meses” en una cabaña: la concepción de la naturaleza como el lugar privilegiado en el que el ser humano puede pensarse. Entrar en la misma, como entrar en lo salvaje, en una edad primitiva. Pilar Adón, de cualquier modo, restituye lo que falta en Thoreau: los otros seres humanos. Ese regreso «a lo Básico, Primitivo y Originario, a la Bella Naturaleza, el Edén, lo Puro» del relato «Vida en colonias» que choca con la vida rutinaria y familiar. Para la escritora madrileña la naturaleza no es el locus amoenus renacentista sino que tiene un componente salvaje, donde sobreviven los fuertes a costa de los más débiles.

Relacionado con esta idea, otro escenario -también presente en Las efímeras– son las comunidades utópicas donde los personajes viven o acuden buscando una forma de vivir más conectada con esa naturaleza. Es el tema de las utopías que se destrozan al entrar en juego la identidad y las pasiones humanas. Donde mejor se observa esta confrontación entre individuo y comuna es «Un mundo muy pequeño», homenaje a Tolstoi y su escuela libertaria en Yásnaia Poliana, que en el relato es imitada por un noble rico que funda una especie de secta dedicada al estudio y la contemplación, a la que se retira un joven moscovita para pensar y escribir. Lo deja todo para seguir una vida alternativa de pobreza y desprendimiento, pero esa naturaleza, salvaje y humana, termina asfixiándolo.

«Pietas», «Fides», «Virtus», los títulos de tres de los relatos de La vida sumergida, son tres conceptos que ilustraban la moral romana. Ninguno puede traducirse literalmente según lo que hoy entendemos por ellos, ya que se trata de palabras que han ido cambiando con el tiempo su sentido. Pietas era el respeto a las tradiciones, a los ritos ancestrales. Observarlos servía para mantener el difícil e inestable equilibrio entre lo humano y lo divino. Un equilibrio que se rompía de vez en cuando, con desastres, guerras y muertes. En el relato del mismo título, esto sucede con la muerte por amor de una de las protagonistas.

Para los romanos, virtus significaba disciplina, es decir, el dominio de sí mismos. Entonces carecía del componente religioso actual, sino que era algo muy humano. Sin disciplina, el hombre cede a sus instintos más básicos, se aboca a la indolencia, la pereza y el miedo. En el relato titulado «Virtus» la disciplina es la diligencia, la obsesión de control del personaje escondido Oscar frente a la personalidad opuesta de su hermana.

Finalmente, fides se entendía como la fidelidad necesaria para dar consistencia y fuerza al propio concepto de Estado. La fides garantizaba las relaciones entre las personas y mantenía siempre vigente una especie de contrato social que hacía confiar en el futuro y que mantenía unidos a los ciudadanos entre sí. Klaus, maestro del saber y protagonista del relato titulado, llena de atenciones y regalos a sus invitados y desprecia y abandona a quien tiene más cerca y más le ama, Myra, que acaba sumida en la soledad y la huida.

En definitiva, la ruptura del equilibrio en la vida de los personajes, la contraposición de la disciplina de unos con la ansias de libertad de otros y el dominio y las dependencias que ello genera, junto al amor que subyace en esas relaciones y que se mueve entre la eternidad y la fuga, son el eje de estas historias.

Los dos últimos relatos, «Gravedad» y «Dulce Desdémona», con una importante carga de violencia psicológica, tratan -aparte de esos temas recurrentes de Pilar Adón mencionados- el tema de la violencia machista, tan presente en el debate público, pero muy poco en la literatura española. El tratamiento que la autora hace de un asunto extraordinariamente grave como este, lejos de la venganza inicial con que se plantea, da lugar a la reflexión y el análisis de una realidad que también puede denunciarse a través de la ficción.

Las mesas de novedades de las librerías y de los suplementos se pueblan de cuentos escritos por mujeres, lo que indica que la narrativa corta goza de un momento de inusual prestigio en nuestro país. Un prestigio al que no es ajeno la concesión de importantes premios a libros y autoras de un género tradicionalmente considerado secundario por editores y libreros. Sin duda, a ello ha contribuido la entrada de nuevas voces, muchas de género femenino. Entre ellas, la de Pilar Adón, ocupa un lugar destacado por méritos propios.

La vida sumergida (Galaxia Gutemberg, 2017), de Pilar Adón | 160 páginas | 17,90 euros

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