Cuando llegue la revolución habrá patines para todos
Saïd Sayrafiezadeh
Malpaso, 2014
ISBN: 978-84-1599-630-9
260 páginas
17,50 €
Traducción de Àlex Gibert
Ilya U. Topper
Lo he dicho ya alguna vez y lo mantengo: los recuerdos de infancia son la materia prima más barata en el mercado de la Literatura. Se venden al por mayor y en rebajas, a juzgar por su profuso empleo entre gran parte de nuestros jóvenes autores contemporáneos. (La única cosa peor que un joven escritor escribiendo una novela sobre su infancia es un viejo escritor escribiendo una novela sobre un viejo escritor que escribe una novela).
La materia prima no tiene la culpa. Cuando un escritor es bueno, hace una buena novela hasta de recuerdos de infancia. Y Saïd Sayrafiezadeh es un gran escritor. Basta su primera novela (ha publicado varias obras teatrales) para saberlo: Cuando llegue la revolución habrá patines para todos.
Esto podría ser un libro contra el comunismo. Ser hijo de dos fervientes comunistas en Estados Unidos tiene esto. ¿Recuerdan El dios que falló? La entrega a la causa es absoluta: se hace sacrificando todo bienestar personal en aras de la Revolución que un día, sin duda, llegará. Pronto. La vida es lo que sucede mientras uno espera la Revolución. Esta entrega es admirable, las más de las veces. Pero como dijo Artur Koestler (cito de memoria): «Toda persona tiene el derecho inalienable de joderse la vida propia, pero nadie tiene el derecho de joder la de sus hijos«.
Tranquilos. El niño Saïd crece rodeado del amor de su madre, incondicional. Y del de los camaradas que alguna vez cada tantos meses le despeinan y le digan cuatro piropos en las convenciones y jornadas en las que se planifica la revolución. Su padre, ay, su padre tiene mejores cosas que hacer. Derribar el imperialismo en Irán, su país natal, e intentar ser el primer presidente comunista de Persia. No, no, si lo hubiera conseguido, ustedes se habrían enterado. Ganaron los de Jomeini.
A todo esto, Irán era el enemigo mortal de Estados Unidos –más o menos como hoy consideramos al Estado Islámico ¿recuerdan lo de la embajada?– y no es fácil para un niño americano decir que es hijo del candidato presidencial del país enemigo. Y comunista, por más señas. Pobre, además, aparte de judío. Y aparte de apellidarse Sayrafiezadeh. Cierren los ojos y repitan el nombre de memoria. No se lo pusieron fácil, no.
¿Les sorprende que este niño acabe trabajando de empaquetador en una empresa de diseño propiedad de una capitalista de acciones en bolsa? Podría ser un drama, si no fuera porque Saïd Sayrafiezadeh consigue imbuir de cariño todo el hilo de sucesos. Hay un sombra cerniéndose sobre cada episodio: creerán ustedes que algo malo está a punto de suceder. Pero la vida, esa extraña cosa que sucede mientras no haya patines ni revolución, a veces perdona.
Nota para quienes hayan comprado un stock de materia de recuerdos de infancia y se propongan fabricar un libro: Saïd Sayrafiezadeh consigue narrar las cosas con el tono de un niño de siete años: ni un loco bajito, ni un personaje infantilizado. Es algo muy raro en el mercado, algo sólo al alcance de los grandes, como el Niño de Gjirokaster, ‘alias’ Ismael Kadare.
Aquí es el momento para intercalar un aplauso al traductor: sólo si es bueno, el tono se mantiene en un versión en otro idioma. No cabe duda de que Àlex Gibert es muy bueno. Y sorprende un poco tener que buscar su nombre encajonado entre el ISBN y el de la maquetación en la última página, en vez de, como se hacía antiguamente, figurar en portada.
El tono hace la música, pero el ritmo también: Sayrafiezadeh consigue convertir su historia en novela, con argumento y con personajes, porque renuncia a contarla de forma cronológica linear. Tan pronto lo vemos jugando en las rodillas de los apóstoles de Che Guevara como ensobrando folletos en una oficina de Nueva York y haciendo tímidos ojitos a la chica de las fotocopias. Con una historia de amor y razonable felicidad. Y un piso perfectamente pequeñoburgués como premio.
Descrito así, lo dije arriba, les parecerá que el libro es un alegato contra el comunismo y a favor del sistema capitalista. Ustedes lo pueden leer así. Pero Saïd Sayrafiezadeh –ya consigo escribir el apellido sin mirar la portada– no lo cuenta así. En ningún momento abjura de los valores del comunismo. Observa la explotación de los trabajadores su alrededor, observa el racismo de los ricos, la solidaridad de los camaradas, el espíritu de lucha. También observa los baños sucios en su viaje a Cuba –qué quieren que haga un niño de doce años– y las charlas con guión prefijado, hasta los críos mendigadores de chicles. Si quieren ustedes, esto es un libro de homenaje a la lucha por los ideales del comunismo y un J’accuse a quienes lucharon por ellos, a quienes se dejaron la vida, la suya y la de sus hijos, esperando la Revolución.