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Las buenas intenciones no siempre bastan

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CAROLINA EXTREMERA | Lo que voy a decir no me enorgullece, pero es así: solo escucho la radio cuando voy en el coche y, además, únicamente cuando hago trayectos cortos, porque cuando son largos suelo llevar mi propia música. De esta forma, solo escucho retazos: a veces nada más que un inicio donde me resumen qué van a tratar en el programa que ya sé de antemano que no voy a poder ni empezar o canciones de las que nunca llego a saber el título. Hace poco, en uno de estos trayectos cortos, oí una canción que sonaba a rockabilly de los cincuenta, con vocecillas agudas y ese ritmo tan característico. Pensé que se trataba de un programa de esos donde te recuerdan grupos antiguos a los que no prestaste atención en su momento más que nada porque ni habías nacido y seguí oyendo el tema tranquilamente hasta que acabó. Entonces, el locutor, cuando mencionó el nombre del grupo y el año en el que se publicó la canción, no dijo 1953. Ni siquiera 1958 o, por ponernos a exagerar, 1961. No, dijo 2016. Así, sin anestesia. No lo entendí y sigo sin entenderlo, ¿para qué querría alguien hacer una canción de rockabilly de los cincuenta en 2016?

Ahí va otra pregunta: ¿por qué Alice Thompson ha querido escribir un cuento gótico como los de principio del siglo veinte o finales del diecinueve? Creo que, después de leer el libro, me hago una idea de sus motivos, pero no sé si estoy satisfecha con el resultado final.

El coleccionista de libros cuenta la historia de Violet, una mujer que es cortejada – en un cortejo rapidísimo como no podía ser de otra manera en una historia de terror – por un viudo y que contrae – como se contraen las enfermedades o las deudas – matrimonio con él. El viudo, Archie, es un hombre enigmático que colecciona libros especiales. Pronto tienen un hijo, pero los secretos que él guarda empiezan a obsesionar a Violet y a afectar a su cordura. Aquí es donde entra el muy clásico sanatorio mental y la no menos clásica niñera perfecta, Clara.

De hecho, el argumento es tan clásico que uno espera que tenga algo de especial, un giro espectacular que nos haga recordar que el libro se publicó por primera vez en Reino Unido en 2015. No lo tiene o, mejor dicho, no lo suficiente. Tengo que decir que la autora tiene buenas intenciones en el tratamiento de los personajes y de la situación en la que se halla, en el sentido de que utiliza esta trama para denunciar abiertamente la situación de terror a la que a veces aboca la maternidad a las mujeres y para poner de manifiesto que el matrimonio feliz, la vida familiar sin mácula tal y como se suele publicitar o vender es más irreal que un cuento de hadas. Tiene frases muy interesantes y muy bien construidas que se salen del tipo de escritura que se esperaría en un cuento gótico, por ejemplo: “Estaba perdiendo a Archie por culpa de su hijo y nunca conseguiría recuperarlo. Todo por el bebé, esa blanca y carnosa criatura de piel rosada con la boca siempre abierta para reclamar su leche”. Ahí podemos ver una depresión post parto de la que nunca se suele hablar. O también: “Como si el descubrimiento de sus secretos fuera el fin de su matrimonio”, esto es, una forma de asegurar que el matrimonio feliz se basa en realidad en el desconocimiento.

Sin embargo, la novela posee además otro tipo de párrafos que poseen una curiosa cualidad: sacados de contexto son magníficos, pero hacen perder calidad a lo escrito. Un ejemplo: “Esto no es muy distinto al orden habitual de las cosas, solo son mujeres viviendo y sobreviviendo, esto es lo que les ocurre a las mujeres que no encajan en un mundo creado por hombres”. Si yo veo esta frase en el muro de algún amigo, seguramente le daría un me gusta. Tiene razón, desde luego pero, ¿escribirla al final de un capítulo que trata de la vida en un sanatorio eduardiano? Ya no estoy tan segura porque, ¿No sabemos ya todos cómo se ha utilizado la locura para silenciar mujeres a lo largo de la historia? ¿No ha quedado suficientemente claro que esas mujeres están retenidas porque no se adaptan y no porque están enfermas en el propio capítulo? Ese problema está en muchos puntos de El coleccionista de libros, el exceso de explicaciones, el revelado continuo de lo que significan los símbolos, de lo que nos quiere decir.

De esta forma, un libro que en muchos momentos está lleno de imágenes visuales terroríficas e impactantes – muchas de ellas relacionadas con el desollado de personas y el cuerpo humano sin piel – pierde mucho fuelle al interrumpir la acción y el suspense con este tipo de comentarios que el lector podría estar deduciendo por sí mismo.

Personalmente, no he llegado a disfrutar de esta novela, se me hizo algo pesada al final y no llegué tampoco a sentir miedo y, desde luego, ninguna sorpresa. ¿Han visto alguna vez esas series malas de detectives en las que parece todo el tiempo que el culpable es uno solo para que al final te sorprendas porque es otro? Yo pensaba que este libro estaba construido de esa manera, pero lo que quizás me ha decepcionado más es que no es así, que todo lo que sucede en el libro es lo que desde el principio parece que va a ocurrir.

El coleccionista de libros  | Alice Thompson  | Traducción de Raquel G. Rojas | Editorial Siruela  | 208 páginas | 16.95€

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