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Las contradicciones de la modernidad

La cabeza cortada de Yukio Mishima

Fernando Molero Campos

Berenice, 2010

ISBN: 978-84-96756-77-9

266 páginas

17,95 €

Rafael Suárez Plácido

Me agrada sobremanera encontrarme con autores que sienten la necesidad de decir lo mismo que uno dice, y más si lo hacen con mayor fortuna. No hace ni un mes, cuando redactaba la reseña de una novela japonesa reciente, escribía: “La idea de que no es imprescindible culminar con éxito algo para que tenga sentido sí es muy japonesa.” Ahora leo, con sumo agrado, algo parecido, eso sí, mejor expresado: “Aquellos bravos hombres que tuvieron el valor de decirnos a todos, hace casi un siglo, que no importaba el resultado de la acción, sino que era la pureza de la acción misma la que contaba, compartieron el mismo destino.” Uno de los motivos que nos lleva a seguir leyendo, el vicio solitario del lector, es encontrar que otros necesitan escribir lo mismo que nosotros pensamos. Y algo así me ha pasado estos días, mientras leía La cabeza cortada de Yukio Mishima (Berenice, 2010), primera novela de Fernando Molero Campos (Fernán Núñez, 1965).

La cultura japonesa está avanzando en nuestro país, después de décadas de casi absoluto ostracismo, provocado en parte por la escasez de traducciones y traductores del original. Recuerdo que leí algún artículo del año 1900, de Clarín, en la antología Siglo pasado (Llibros del Pexe, 1999), y poco más: algunos modernistas que imitaban lo que llamaban japonerías. Con el tiempo, hablaría también de algunas películas de Akira Kurosawa y de colecciones de ‘haikus’ editadas por Hiperión, pero todo lo que nos llegaba de Japón se veía con una mezcla de exotismo y distanciamiento que hacía muy difícil que hiciera mella entre nosotros. Japón, que ya absorbía todo lo occidental desde hacía más de un siglo, continuaba siendo un misterio. En esto apareció la figura de Yukio Mishima: sus obras y su vida. No podría decir qué fue antes, pero todo Occidente conoció a este autor, el primero de la literatura japonesa que traspasaba fronteras. Y con el tiempo fue llegando a lectores de otras generaciones. Todo autor que está empezando, y aunque Fernando Molero Campos lleva años escribiendo está es su primera novela, escoge materiales que le son cercanos. Y este libro demuestra que es así. No tendría sentido adentrarse en la aventura vital y fascinante de Mishima sin haber recorrido antes ese camino de iniciación en Japón, no sólo en el Japón moderno, sino en toda esta flamante cultura milenaria que a algunos tanto nos fascina.

No hay nadie que, aun sin conocer la obra de Mishima, ni su contexto, ni su biografía, no conozca las circunstancias que rodearon a su suicidio. Es una de las peripecias vitales que rodean a la Historia de la Literatura más conocidas de la segunda mitad del siglo pasado. Y quizás, a eso no alcanzo, fue el último caso relevante de ‘seppuku’, el tradicional modo de suicidio del samurai japonés. En el glosario que sirve de apéndice al libro leemos que el ‘seppuku’ “es el suicidio ritual del harakiri al completo. Consiste en ser decapitado por alguien después de que uno, con sus propias manos, se ha abierto el vientre.” Hay quien piensa que todavía quedan unos segundos de vida, en los que pasan por los ojos del fallecido los momentos esenciales de su vida. Esos segundos son la base de estas doscientas sesenta y seis páginas, en las que encontramos esos momentos que han llevado a Mishima a ser lo que fue y a morir como murió. Estaríamos, pues, ante una autobiografía del personaje, en la que pretende justificar su vida y su muerte.

Dicen que detrás de todo suceso trágico hay una infancia infeliz, y esta lo es, marcada por la convivencia con la abuela paterna que, prácticamente, arrebata el hijo a su madre con el consentimiento explícito del padre; y marcada también por su ingreso en un colegio de nobles, que le harán sentirse desubicado, fuera de sitio, desde los primeros años. Es curioso que pese a estos dos hechos tan importantes en su vida: la conciencia de clase y el machismo que relega a la madre al papel de una mera criada, y que han sido tan reales en Japón al menos hasta la mitad del siglo pasado, la causa principal de su muerte fuera el deseo de retornar a ese Japón secular, y hacerlo con el intento de reimplantar la figura del emperador como un Dios. Hay que tener en cuenta que no fue hasta la derrota en la segunda guerra mundial cuando el emperador, forzado por MacArthur admitió públicamente, en un discurso radiado para toda la nación, que era mortal.

Me llama la atención que el personaje de la novela desvele, como si se tratara de un secreto o de una desgracia extraña, que su abuela tuvo un matrimonio concertado. Era lo habitual en esos tiempos. También que se sorprendiera cuando le preguntó a su madre por qué no se había separado del padre y esta le enseñó una daga que recibió de su familia como parte del ajuar, con el significado de que no podía volver viva. Hablamos de principios del siglo pasado. Y todo eso formaba parte del régimen que Mishima, de alguna manera, quería ayudar a reinstaurar. Pero entiendo, también, que lo fascinante de su figura era la modernidad: una modernidad contradictoria que Molero nos ha querido mostrar sin ambages.

En los años posteriores a la gran guerra la figura emergente en las letras japonesas era Yasunari Kawabata. Para Mishima, desde luego, lo era y a él recurrió para mostrar sus primeros textos al mundo. Desde el primer momento fue admitido como un discípulo aventajado por el maestro que le ayudó decisivamente en la publicación de sus primeros títulos. Sus carreras fluyeron paralelas durante años. En España tenemos Yasunari Kawabata – Yukio Mishima. Correspondencia (1945–1970), editado por Emecé en 2004, testimonio de los años de amistad y camaradería entre ambos. En 1968 Kawabata recibió el Nobel de Literatura y, a pesar de la admiración del discípulo por el maestro, eso supuso un duro golpe para su ego personal, o así nos lo muestra Molero en estas páginas, que son de las mejores de su novela. El discurso que hubiera preparado el personaje supone una brillante exposición de los hechos que hacen del pensamiento y el sentir japonés, algo tan diferente y, a veces, inexplicable para los oídos occidentales. De alguna manera las vidas de ambos corrieron paralelas hasta en sus respectivas muertes: Kawabata se suicidó dos años después, en 1972.

Las páginas finales del libro son auténtica poesía en prosa. Los últimos momentos que pasan por la mente del autor son los instantes de la belleza: su hermana y su madre, los únicos seres a los que amó; los lugares que marcaron la belleza del país al que tanto quiso y que tanto le defraudó en los últimos años de su vida. Es muy difícil hablar de la ideología de Mishima con parámetros occidentales. Fernando Molero lo hace y sale airoso de la prueba no calificándolo, sino contando su versión de los hechos. En Occidente es tachado de extremista de derechas: no se me ocurren figuras similares. También de loco peligroso: especialmente para él y, en todo caso, para sus seguidores. Fundó el ‘Tate no Kai’ (Sociedad del Escudo), una especie de milicia privada cuya única función asumida era la defensa de la persona del emperador. ¿Qué buscaban sus jóvenes seguidores? En las primeras páginas de La inmortalidad, Milan Kundera nos cuenta que una jovencísima Bettina Brentano se acercó a la figura de Goethe para asegurarse un sitio en el futuro: esa inmortalidad a la que se refiere el título. Probablemente Mashita, el encargado de decapitar a Mishima, deseaba encontrar ese mismo sitio en el futuro de la historia del país. Sea como fuere el ‘seppuku’ no respondió a ninguna improvisación. Mishima dejó pistas a lo largo de su vida del final añorado. Fotos, piezas dramáticas, películas y, muy especialmente, su relato “Patriotismo”, donde cuenta algo similar. En algunas biografías del escritor japonés encontramos que fue un acto que respondió al fracaso de un intento de golpe de estado. Fernando Molero lo ignora. No sé si con razón o si es una licencia de amor hacia su personaje. Lo que sí sé es que La cabeza cortada de Yukio Mishima es una maravillosa oportunidad de acercarnos a la figura del personaje, una oportunidad única para comprender algo más de Japón, en el momento que supuso el comienzo de una nueva era.

admin

6 comentarios

  1. Lo siento por Molero Campos, pero no puedo celebrar nada que venga de Berenice, o sea Almuzara, o sea la editorial de ese señor llamado Manuel Pimentel, que no paga ni a sus autores ni a sus traductores. Le deseo que encuentre otro editor un poquito más honrado.

  2. Pues a mí lo que más me sorprende es que no hayas citado ni de pasada esa fantástica película de Paul Schrader, que hace relativamente poco se volvió a estrenar en cines…

  3. Alejandro: no se trata de celebrar al editor. Se trata de considerar la obra y su importancia. Hay muchas editoriales que detesto y no suelo señalarlo si alguien las reseña.

    Fran G. Matute: podría haber comentado algo de la película, que sí, no sólo conozco sino que además tengo y he regalado. Y tendría sentido porque el argumento es muy parecido al de la novela. El flash back que a partir de ese último día hace Mishima de su vida. Pero no, no he considerado oportuno señalarlo. Quizá si algún día escribo sobre Schrader lo haga.

  4. Vamos, que no lo decía porque me pareciese que la crítica quedaba incompleta sin el apunte cinematográfico, simplemente lo apuntaba por lo afamado del filme, que en mi humilde opinión fue el detonante de que casi todo el mundo terminara conociendo la historia de Mishima.

    Pero estoy totalmente de acuerdo contigo. Cada mochuelo a su olivo…

  5. Rafa, tú eres muy dueño de determinar «de lo que se trata» en tu reseña, que está muy bien hecha, y deja que en mi comentario yo exprese libremente lo que me inspira la editorial, el título o el autor -al que desde luego respeto: entre otras cosas, es compañero de catálogo. Te recuerdo que en este blog hemos entrado a menudo en consideraciones que van más allá del texto, aludiendo a camarillas, a mecanismos de mercado, etc. Lo que no nos concierne es lo estrictamente personal de los autores. Pero no creo que haya que guardar silencio sobre la actitud de editores que, como Pimentel, maltratan a sus autores al tiempo que se llenan los bolsillos de subvenciones. De eso también se trata, querido, al menos aquí.

  6. Sí, tienes razón, Alejandro. Obviamente puedes escribir lo que te parezca. Y las consideraciones extraliterarias siempre son interesantes, sobre todo si pensamos que nos pueden aportar algo sobre el libro, o el autor. El tema de las editoriales y las subvenciones está a la orden del día. ¿Hay muchas editoriales que no maltraten a sus autores, sobre todo si se trata de autores semidesconocidos? ¿Hay muchos dueños de editoriales que sean dignos? Lo cierto es que casi nunca hablamos de ese tema porque suele ser un asunto escabroso, con muchas caras, y saldrían perjudicados terceros: los cargos intermedios de esas editoriales que tratan de trabajar lo más dignamente posible donde pueden.

    Un abrazo.

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