EDUARDO CRUZ ACILLONA | Hay libros que no aguantan una mudanza, que se distraen en los trayectos y acaban en ese ingobernable lugar que es el recuerdo, si no en sus afueras, que es el olvido. Hace unos cuantos años yo padecí mi, hasta ahora, penúltima mudanza. Y al despojar de su contenido a las cajas, de allí salieron, entre otros muchos, los libros Parpadeos, La voz cantante y Seda salvaje de un autor cuyos párrafos yo subrayaba con la incondicional pasión del aprendiz.
A día de ayer, no sé por qué en aquellas cajas no estaba Velocidad de los jardines, ese libro de relatos que debería haber viajado conmigo no ya en una caja de cartón al uso sino en la caja fuerte donde uno atesora sus más valiosas pertenencias… De repente, me quedé sin la prueba física que me ayudaba a afirmar que un buen cuento “es un acelerón de la mente”. De repente, me quedé huérfano a la hora de argumentar que escribir “es entrecomillar la vida”…
Busqué en librerías de viejo, en estanterías de medio mundo, en casas del libro punto com… Y siempre el “no” era la única respuesta. Parecía como si los jardines hubieran frenado en seco…
Llámalo karma, llámalo visión empresarial. El caso es que ha aparecido, quién si no, Juan Casamayor y ha decidido, veinticinco años después de su primera edición, volver a deleitar con hallazgos literarios las mesas de novedades. Velocidad de los jardines, ese pasaporte a la excelencia literaria que expende Eloy Tizón, reaparece estos días con el respaldo de Páginas de Espuma para poder volver a recrearse con una “Carta a Nabokov” escrita con la sencillez y la ternura reflexiva de un admirador; con “Los viajes de Anatalia”, una infancia en la que siempre llueve y un trampolín en el que sólo el viento se ejercita; con “Los puntos cardinales”, donde un viajante se hospeda “en barrios cuyo alumbrado es impreciso” o en “apartamentos con vistas a un anuncio de Cinzano”; con Mabel y Fernando, en “Familia, desierto, teatro, casa”, donde “crecer era difícil, y el abuelo no era más que un lugar desordenado”; o con la refugiada Klara en “En cualquier lugar del atlas”, condenada a que los cementerios sean su vida, esos lugares repletos de silencio y lápidas “separados por muros de niebla”…
Y así con todos y cada uno de los relatos de este libro, hasta llegar al final y descubrir que la velocidad de los jardines produce el mareo de lo vivido, de lo que ya no volverá por mucho que lo recordemos veinticinco años después.
Si Eloy Tizón escribiera las Páginas Amarillas, seguro que encontrábamos el lado más bello y amable de las personas. Y si uno, como si de un problema matemático se tratase, tuviera que averiguar cuál es la velocidad exacta de los jardines, tendría dudas entre apostar por la vertiginosa lentitud de un parpadeo o la impredecible fugacidad de un recuerdo olvidado.
Leer a Eloy Tizón es como caminar por un suelo recién enmoquetado estrenando zapatillas de invierno. Y Velocidad de los jardines vuelve a ser, y se lo digo a las empresas de mudanza que puedan tenerme de cliente de aquí en adelante, uno de los objetos más valiosos de mi biblioteca.
Velocidad de los jardines (Páginas de espuma, 2017), de Eloy Tizón | 150 páginas | 15 euros