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Las mil verdades de los gitanos

Enterradme de pie. La odisea de los gitanos

Isabel Fonseca
Anagrama, 2009
ISBN. 978-84-339-2585-5
380 pág.
19,50 euros
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

Ilya U. Topper
Querida Zabe
(te puedo llamar Zabe, ¿verdad? como te llamaban los críos de aquel campamento gitano albanés donde aprendiste romaní… gracias.)
Acabo de terminar tu libro. Confieso que he tardado: me escatimaba las horas de lectura como hacen los niños con los dulces para que duren más tiempo.
Como ciertos turrones, tu libro no ha perdido sabor en los 12 años que han pasado desde que lo publicaste en Londres. La odisea de los gitanos dura ya demasiado siglos como para que esta década tenga importancia. Y tampoco, nos tememos, han cambiado tanto las cosas en Albania, Rumanía, Bulgaria, Polonia y Eslovaquia. No para ellos. Siguen escondidos tras este “etc.” de las etnias de los Balcanes, aunque en Rumanía formen el 15 por ciento de la población. No se les ha dado vela en el entierro del comunismo ni en el bautismo de la democracia. Siguen siendo invisibles, excepto cuando cometen ―o cuando se les atribuye― un delito.
Pero la razón fundamental de que el libro no tiene fecha de caducidad es otra: porque no analiza una situación política o social concreta, sino algo más difícil: el modo de vivir de los gitanos. Su manera de ver el mundo. Tal cual: sin el intento piadoso de encubrir, siquiera con palabras, que ésta puede incluir la mentira o el robo. No juzgas. No defiendes. No reivindicas. No lamentas. No condenas. Observas. Con esa mirada de antropólogo que escudriña una tribu desconocida y, a la vez, a sí mismo. Una mirada ingenua, que es la única capaz de describir sin prejuicios. Inocente, la llamaría el gran Nigel Barley.
Sí: la lectura de Enterradme de pie me recuerda la de El antropólogo inocente. Por tu capacidad de describir una escena sin tomar parte por nadie, ni siquiera por ti misma. Y por su clave de humor, ese humor casi involuntario que impregna todas las escenas: el caos tiene su vertiente cómica. Quizás caos sea la palabra que mejor refleje la cosmovisión gitana. Hasta en la descripción del funeral de Luciano ―aquel niño de siete años que murió de todas las enfermedades y de ninguna, que murió por ser gitano― hay momentos en los que la sonrisa se impone. Y es difícil mantener una correcta compunción al leer la simple transcripción, sin comentarios, de los testimonios ―absolutamente contradictorios y justo por eso más verídicos que cualquier versión depurada― respecto a la quema de un pueblo gitano en Rumanía. Aquí no hay voz en off que acompañe las imágenes. Lo que ves es lo que hay. Ahora, que cada uno escoja su verdad.
Es obvio que les tienes simpatía a los gitanos ―cómo no tenerla― y que has acudido a los congresos romaníes con la esperanza de que de allí saliera una nueva conciencia gitana, una base para superar el descrédito histórico, la marginación, la persecución. Pero no cambias de voz cuando cuentas cómo los diputados gitanos enviados a un simposio se dedican a traficar con coches de segunda mano entre charla y charla.
Por no defender, ni siquiera defiendes ―ni refutas, solamente describes, con esa ligera sonrisa― la verosímil teoría de que los gitanos sean oriundos de la India y sus inverosímiles ramificaciones políticas.
Pero que nadie piense que este libro sea un anecdotario. No lo es en absoluto. Es un serio trabajo de documentación e investigación. ¿Sabíamos que hasta la segunda mitad del siglo XIX, los gitanos de los Balcanes se vendían como esclavos, en familias o al detall, en subasta popular o por cédula real?
Eso sí, es un estudio incompleto: falta España, donde la cultura gitana ya forma parte de la imagen del país. Como faltan Francia, Alemania, Italia, Irlanda… Es un libro dedicado a Europa Oriental, aunque no lo aclare la portada. ¿Para cuándo un segundo tomo? Aún así, la lectura nos hace descubrir detalles de los gitanos españoles, por ejemplo su idioma. No sabía que eran puro romaní las palabras chavorro (niño) o gachó, gachí (payo, paya, tú lo escribes, como es habitual en Europa, gadjo).
Hablando de idiomas: al principio no me creí que este libro fuera una traducción del inglés. Ninguna pista que traicione el original, que dejara entrever un simple aire anglosajón. Este libro parece haber sido escrito, concebido, pensado en castellano. Tu traductor ―José Manuel Álvarez Flórez― ha resuelto incluso sin esfuerzo aparente los irredentos juegos de palabra. Felicítale de mi parte. En fin: un libro para leerlo cual novela, de un tirón. Creo que nadie lo va a dejar a medias, sería perderse el final. Que es donde se descubre la segunda parte de esa frase enigmática: Enterradme de pie.
Una última pregunta, Zabe, Zabella, que no me aclaro: ¿qué hace una gachí como tú, estadounidense, con una abuela húngara, llamándose Isabel Fonseca? ¿Y a qué esperas para darte una vuelta por el Sacromonte? The beer is on me.

admin

5 comentarios

  1. Capitán Topper, nos llega su fervor, y conociendo su criterio habitualmente despiadado, el libro tiene que ser la hostia. Eso sí, olvida explicarnos el por qué del título. ¿Qué significa eso de enterrarse de pie? Si puede contarse, claro… Abrazos

  2. Recuperar el género epistolar para una crítica de un ensayo me parece un salto mortal con tirabuzón impagable. Si el libro es la mitad de bueno que el artículo, Ilya, me va a faltar tiempo para echarle el guante.
    Un abrazo.

  3. Con tanto entusiasmo empiezo a temer que podría decepcionar a algún lector. En mi defensa sólo puedo aducir que yo disfruté, y mucho, leyéndolo, cuando no soy de fácil contentar, como es sabido.

    No se puede contar la segunda parte de la frase ‘Enterradme de pie’. No suelo contar el final de las novelas que reseño. Sorry.

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