NURIA MUÑOZ | Intento no pensar en cómo asimila Clavícula un lector masculino, porque me temo que su respuesta no es la misma que la del público femenino. ¿O sí? ¿Es tentadora para ellos una prosa que mencione menopausia, sequedad vaginal, estreñimiento, falta de apetito sexual, hemorroides? Estoy segura de que más de uno habrá hecho una mueca, porque no son estos asuntos con los que se haga literatura de modo habitual.
¿Y por qué? Se puede acudir a la excusa de la impudicia, a que forman parte de la intimidad y no deben salir fuera. La enfermedad, el dolor, el envejecimiento y la muerte pertenecen a un territorio, se podría argumentar, privado. Hablar de ello abiertamente puede convertirte en una exhibicionista, una desvergonzada… ahora sí, en femenino. Porque si Marta Sanz habla de su menopausia muchos preferirán mirar hacia otro lado y argüir que su nuevo libro peca de indecoroso, pero si es el bendito Philip Roth el que dedica páginas y páginas a hablar de su próstata, a todos (incluida yo) nos parece perfecto. Ergo, lamentablemente, el problema está en el sexo del escribiente: MAL si se cuenta que una no quiere recurrir a hidratación vaginal, BIEN si el viejo Bascombe de Richard Ford se empalma al ver hacer deporte a una jovencita con la que no puede evitar ligotear.
Marta Sanz ha escrito algo que tiene mucho de medicinal, una especie de prospecto con el que entender y gestionar el daño. Su último trabajo, Clavícula, elabora a modo de ‘collage’ un mapa de su dolor, físico, psíquico y sentimental, mezclando la autobiografía con lo puramente ficticio, lo recordado con lo oído, intuido, inventado. Sanz usa aquí su propio cuerpo y juega a unir los puntos, trazando líneas y caminos, rastreando en los recuerdos para dar sentido a la propia vida.
Clavícula parte de un mal del que la autora se queja, un acto contestatario en una sociedad en la que no está bien visto el lamento en tanto síntoma de debilidad. Sanz, rebelde por definición, afirma con rotundidad que le duele, le duele mucho, que tiene miedo y que no por eso es una cobarde. Porque quejarse no es señal de perdedores.
M.S. cuenta en este libro historias de su dolor, antiguas y modernas, pero también habla del dolor de otras, como la historia de una amiga a la que una mala praxis quirúrgica (que casi deriva en un cáncer) condenó al sufrimiento durante varios años, durante los cuales tuvo que lidiar con opiniones médicas que daban a su tormento físico tratamiento de mal psicológico. Las “neurosis femeninas”, sintagma bajo el que subyace la obsesión por reducir a la mujer a la mera histeria, a un amasijo de nervios y emociones incapaz de distinguir entre lo físico y lo mental.
Clavícula reúne narraciones, crónicas de viaje, reflexiones e incluso correos electrónicos dirigidos por Marta a su marido, formando parte del contenido de los breves capítulos que conforman el libro. En este sentido, creo que ha habido tendencia a engordar el volumen, incluyendo aspectos, como el de la correspondencia personal, a mi juicio prescindibles, no por una cuestión de privacidad, sino por su escasa relevancia en el conjunto. En cambio, hay historias como la mencionada en el párrafo anterior que quedan apenas esbozadas por la mano precisa de Sanz, dejándonos con ganas de saber más, de conocer todos los detalles.
Con todo, aun reconociendo los fallos, creo que Clavícula es un libro necesario, porque Marta Sanz escribe con honestidad y compromiso, porque es un libro político que muestra una toma de partido sincera y coherente. Porque la autora muestra lo difícil que sigue siendo ser mujer, el aislamiento con el que la sociedad niega el envejecimiento femenino y se empeña en pretender que todas seamos siempre jóvenes, guapas y sexualmente dispuestas en cualquier momento.
Recuerdo cuando, hace un par de años, salieron a la luz las fotos de la autopsia de Marilyn junto a los comentarios de los funerarios que se encargaron de amortajarla. Murió sin dientes, sin depilar y sin prótesis mamarias, no se teñía y estaba sin lavar, dijeron ellos, añadiendo que tuvieron que trabajar mucho para que estuviera “normal” el día del funeral. También dijeron que Marilyn Monroe, muerta, no era ni tan guapa ni tan glamurosa.
Qué putada, ¿no?
Clavícula (Anagrama, 2017) de Marta Sanz | 208 páginas | 16,90 €
Escritora escribe sobre una/la (una parece que son todas en estos casos tan literarios y concienciados políticamente) mujer y su condición (física, moral, espiritual, eso nos da igual).
Crítica dedica buena parte de su escrito al asunto del género.
Seguramente las dos (se) reivindiquen con fruición, convencidas, no ha lugar a la duda, de su malograda situación.
Es probable que incluso ambas se quejen a no tardar, o lo hayan hecho ya, nunca se sabe del pasado de nadie, sobre el hecho de que a alguien, muy malintencionado me temo, se le ocurra preguntarles sobre ese mismo meollo parece que un poco insistente y tal vez algo monolítico y quién sabe si hasta obsesivo.
Dirán que es injusto. Que a un hombre nunca le encasillarían de esa horrible y tan poco justificada, sin ningún motivo, manera.
Y no cabe duda de que tienen toda la razón.
¿O no?
Que pesaditas se están poniendo las mujeres.
Yo soy mujer y no me interesa para nada la menopausia de nadie, ¿que dirían si un hombre se pone a escribir sobre lo que le pica la barba?
LA POESÍA ES OTRA COSA.
Creo que Nuria Muñoz da por sentado demasiadas cosas. ¿Por que habla de lo que desconoce: cómo actuaría un hombre al leer ciertas cosas íntimas que cuenta una mujer?. Lo razonable es pensar que habrá reacciones diversas, como las habrá en el otro género. No debería aprovechar el espacio de una crítica literaria para volcar sus obsesiones sobre el género masculino. No es ético, ni razonable.