Si mal no recuerda Juan Carlos Sierra, fue en una entrevista a Elena Medel que oyó hablar por primera vez de I. Némirovsky y su Suite francesa (2004). La poeta cordobesa afirmaba que se trataba de una autora imprescindible y nuestro crítico apuntó la recomendación para el verano. Mientras en el verano de 2006 estalla el conflicto entre Israel y Líbano, Juan Carlos se sumerge en un relato descarnadamente auténtico sobre otro conflicto antiguo pero igual de cruel. Y la literatura hizo el resto.
Juan Carlos Sierra
Con los libros a veces se producen coincidencias simpáticas como, por ejemplo, cumplir años un 6 de marzo y que te regalen Bomarzo o que Almodóvar «te robe» para hacer una película el argumento de un libro –Alejandro Luque lo puede explicar mejor-; por no hablar de la simbiosis habitual entre lector y personaje -“eso me ha pasado a mí y no sabía cómo explicarlo”-. Hay lecturas, sin embargo, que guardan una relación menos amable con la realidad.
En el verano de 2006 estalla un conflicto bélico entre Israel y Líbano y desayuno todos los días entre imágenes de destrucción y muerte. Por casualidad cae en mis manos Suite francesa, la novela póstuma de Irène Némirovsky. Entonces la realidad y la ficción me acorralan en una especie de fuego cruzado insoportable, pero necesario, y hacen que un libro signifique el ‘shock’ de un bombardeo.
Hay obras que iluminan las zonas en sombra que los ‘flashes’ de los fotógrafos o la luz de las cámaras de televisión oscurecieron hace tiempo, porque es falso que una imagen valga más que mil palabras.
Leer los periódicos o escuchar las noticias durante gran parte de aquel verano supuso añadir un poco más de dolor al habitual. Dolían los bombardeos indiscriminados de Israel sobre la población civil libanesa, sus bombas de racimo que auguran muertos y mutilados futuros. Dolían las víctimas en Haifa o Nazaret provocadas por Hezbolá. Dolía la metralla de un herido o el polvo que cubre un cadáver.
Dolía, pero como un pinchazo, como un aviso, superficialmente –si se quiere-, con una inquietud necesariamente pasajera, porque cada uno tiene que seguir con su vida a pesar de todo y hay muchas cosas que hacer, y hoy no llego, y todavía no he terminado el informe ni he preparado la cena, y pobre gente, pero mañana a las siete…
Y entonces, por suerte y por casualidad, la literatura se alía con el telediario –o viceversa- y me pongo a leer Suite francesa. En ese momento las urgencias se relativizan y la realidad estrena cuerpo: no importa tanto el informe sobre la mesa del jefe ni que tus hijos cenen a las once –al fin y al cabo, aún están de vacaciones-, ni siquiera que mañana haya que madrugar.
Aquella pobre gente, por obra y gracia de la obra de Némirovsky, ahora sí que tiene cara, brazos y piernas –algunos no-, fardos y maletas que arrastrar, niños a los que explicar lo inexplicable, prisa por abandonar una muerte casi segura por una muerte más que probable, dudas en el camino a elegir,…
Es curioso cómo opera la literatura en la vida. Mientras silba el miedo sobre las cabezas de tantos civiles libaneses e israelíes, leer Suite francesa, una ficción sobre la huida de los parisinos ante la inminente llegada de las tropas nazis, añade un nuevo matiz de realidad a las imágenes de la población civil saliendo de Beirut o Tiro que vimos durante gran parte de un verano desgraciado. Lo más importante, sin embargo, fue que para el lector que yo era en 2006 se recupera la tensión de las palabras y conozco con más precisión qué implica ser «refugiado», pero también cuál es exactamente el significado de algunos otros términos bajo las bombas: miedo, sangre, cráter, egoísmo, traición, coche, vanidad, amor, hambre, noche, generosidad…
Con Suite francesa Némirovsky trata de “Contar lo que le pasa a la gente y ya está”, pero mostrando la “lucha entre el destino individual y el destino común”, según declara en la tercera parte inconclusa del libro llamada «Cautividad». La lucidez para ver y sacar a la luz la esencia del ser humano en una situación límite, como la que se narra en Suite francesa, es la marca de la casa de la escritora francesa y la clave para que al lector que yo era entonces se le removieran los cimientos de una casa construida en la zona tranquila del estado del bienestar.
Su lucidez es nuestra lucidez en estos tiempos propicios al «nosotros» contra el «ellos», esto es, al odio: las abstracciones históricas roban el significado de las palabras y usurpan la vida real de la gente que está detrás de esas palabras. Por eso es necesario leer ahora y siempre Suite francesa, para saber qué late exactamente bajo las imágenes y las palabras que nos llegaban en 2006 desde Líbano e Israel y nos siguen llegando desde cualquier conflicto bélico actual o futuro.
Sentida reseña, Juan Carlos. Nos demuestra una vez más que la literatura es un medio potente para comprender (de verdad) la realidad…
No sé si la mejor manera de comprenderla, pero ayuda muchísimo. Insisto en que no es cierto que una imagen valga más que mil palabras.
Saludos, Fran.