ELENA MARQUÉS | Siempre he oído decir que la primera vez en que se mostró un váter en una película fue en Psicosis. Y con el propósito poco escatológico de hacer desaparecer unos papeles comprometidos. Lo exigía el guion. Supongo que será verdad (no lo es: se atrevió mucho antes King Vidor, en una cinta de cine mudo allá por 1928), pero lo que sí que es cierto es que nunca me ha gustado ver un inodoro en la pantalla. Soy pudorosa de nativitate. En cualquier caso, antes que a Hitchcock y la sosaina de Janet Leigth prefiero a John Travolta acribillado en el retrete en Pulp fiction o el váter explosivo de Arma letal. Dos escenas legendarias que también exigía el guion.
Por eso se me fueron los ojos al escaparate de la librería (no hago publicidad de ninguna) cuando vi en ella La historia universal de Ali Smith, con ese nombre que me condujo hasta Borges y aquella joven sentada en el trono de un baño barroquísimo pero atenta solo al volumen que tiene delante. Y pulcramente cubierta con una faja que le oculta las posaderas tras un simbólico barquito de papel.
Yo no soy de tardar mucho en el baño y no tengo la costumbre de acompañar mi función excretora con revistas ni nada que aparte mi mente de su objeto, pero nunca me llevaría conmigo este libro de la escocesa porque también he escuchado (esto va hoy de rumor en rumor) que estar mucho tiempo con el culo en pompa puede provocar hemorroides. Y, desde luego, la lectura de estos relatos tiene, en su sencillez y en su surrealismo, algo hipnótico que no te permite parar. Desde el minuto uno, desde esa primera narración que empieza calvinianamente tantas veces para contarla desde distintos puntos de vista, incluyendo, por qué no, el de una mosca posada en un libro a punto de ser comprado. Los libros, por cierto, cobran protagonismo en algunos de estos relatos; entre otros, en Gótico, ambientado, como el que da título al volumen, en una librería, o El club de lectura.
Si existe algún adjetivo para describir estos doce cuentos de Smith que recorren todo un año (nota: lo de narrar el paso del tiempo nos remite irremediablemente a su tetralogía Primavera, Verano, etcétera) es raros, o extravagantes, o ingeniosos, u originales, o misteriosos, o perturbadores, o poco convencionales, o todas esas cosas juntas. Sus personajes son preferentemente femeninos, pero, vaya por Dios, en ocasiones no parecen estar en sus cabales. Las hay que se obsesionan con un ciruelo; otras, más afortunadas, que devienen heroínas en el asalto a una hamburguesería, o que son perseguidas por una banda de gaiteros no siempre amables. Hay mujeres que se limitan a emprender un viaje, con un taxista demasiado locuaz o en un tren que se ve obligado a detenerse por un accidente tras haberse topado (la protagonista, no el tren) con la Muerte vestida de traje claro. Hay féminas que se limitan a pasear por una galería de arte contemporáneo para inferir su alergia a esos espacios. Hay mujeres, como las de Al calor de la historia, para mí un bocado delicioso, que irrumpen borrachas en una misa de Nochebuena y se cuentan anécdotas a la orilla del río. Porque otra de las cualidades de Smith es su enorme naturalidad al narrar, su cercanía a las fórmulas de lo oral, hasta el punto de que en ocasiones logra hacernos creer que alguien nos está contando la historia en voz alta, ante una taza de té o lo que tomen esos escoceses en sus horas muertas. Ah, y hay muchas historias de pareja, donde la relación parece deteriorarse, donde se cuentan mentiras que quizás sean ciertas.
Y es que en la mayoría de las ocasiones no hay ni siquiera desenlace, solo un errar anunciado en el primer relato («Seguimos navegando», esa frase de F. Scott Fitzgerald que le sirve para botar el resto), un caminar que puede confundirnos con saltos cronológicos y cambios de voz en mitad de lo que cuenta. Y siempre con una extraordinaria comicidad, una forma alegre de contar las cosas (hay capas y capas en estos cuentos) que, como suele ocurrir con el humor, esconde cierta pesadumbre, así como una rara ternura por esos personajes que parecen perdidos o indefensos, frágiles, a punto de hundirse pero no.
En fin, que Ali Smith gasta un ingenio que te hace exclamar «cómo puñetas no la he leído antes», una calidad descriptiva que ya quisieran muchos y que confirma esa frase tan manida de «una de las mejores escritoras de los últimos tiempos». Una frase que se mantendrá mientras dure la moda Smith, de la que Nórdica ha dado que hablar al publicar su tetralogía con nombres de estaciones del año y cuyo éxito, imagino, la ha llevado a rescatar este otro libro que se remonta a 2003.
Veinte años en la literatura de hoy ya son años, pero es de suponer que aún les quedan a estos cuentos muchos más de lecturas y relecturas. Yo así lo espero, porque la autora y sus personajes, lean libros en el excusado o no, bien lo merecen.
La historia universal (Nordica, 2021) | Ali Smith | 228 páginas | 19,50 euros