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Literatura industrial

LUIS ANTONIO SIERRA | No debe ser fácil jugar en la división de honor del mundillo literario. Para llegar ahí sospecho que debe suceder como en la mayoría de los lugares donde se encuentra la élite, es decir, que unos – los pocos – llegan ahí por méritos propios y otros – la mayoría – están ahí por ser amigo de, conocido de, primo de (lo de primo en sentido literal), etc. Por otra parte, me imagino que, pongamos por caso, una vez que se ha llegado ahí arriba por haber escrito algo con auténtico valor literario, mantenerse en la pomada será un ejercicio de trabajo casi forzado por los contratos editoriales adquiridos, de prostitución literaria para mantener ventas y, a lo mejor, de bajada a los infiernos con tal de mantener el estatus. A no ser, claro está, que seamos unos puristas y sacrifiquemos nuestro bienestar económico – de algo hay que vivir – por la literatura pura y dura. Esta reflexión no proviene, ni mucho menos, del resentimiento literario, sino de la observación, de la lectura y de la lógica que rige al mundo en el que nos ha tocado vivir. Porque, no nos engañemos, esto de la literatura es una industria y como tal tiene que adaptarse a la ley de la oferta y la demanda, de crear necesidades, en definitiva, que hay que vender para sobrevivir y en incontables casos dejar aparte la calidad literaria en pro de unas buenas y masivas ventas que beneficien a todos: editoriales, distribuidoras, librerías y, en última instancia, autores.

Todo este parlamento – que, asumo, puede ser debatible – viene a cuento de que el último libro de Fernando Aramburu, Los vencejos, tiene mucha pinta de haber sido escrito a rebufo del éxito editorial del anterior bombazo – en ventas – del autor, Patria, novela que se convirtió en todo un acontecimiento literario-pecuniario para su creador, la editorial que publicó el libro y todos aquellos implicados en el engranaje editorial, además de los del mundo audiovisual tras ser convertida en exitosa serie televisiva. En esta ocasión, no parece que Los vencejos vaya a tener la repercusión de Patria por muchas razones – temática, oportunidad histórica en su publicación, narrativa oficialista, etc. –, lo cual no implica que no tenga aspectos destacables que, además, entroncan con temas que están muy de actualidad como la salud mental de nuestra sociedad postpandémica, a pesar de que la novela esté ambientada con anterioridad a que el SARS-CoV-2 nos encerrase en casa y todas sus consecuencias posteriores. La galería de personajes de Los vencejos es amplia, aunque gira en torno al dúo que forman Toni y Patachula y al que posteriormente se les unirá Águeda para formar ese trío de individuos que Aramburu va a utilizar para diseccionar – cada personaje a su manera – la sociedad en la que vive el autor, en la que vivimos. Vamos a llegar a odiarlos, a ratos nos van a parecer unos cínicos de libro – sobre todo ellos –, en otros momentos sentiremos empatía, incluso pena por las circunstancias que les han tocado vivir. Gracias a ellos también nos vamos a introducir en el ámbito más privado de sus miserias familiares, sus anhelos más ocultos, o sus inconfesables tentaciones. Además, y para aquellos que comparten profesión docente con Toni, encontraremos situaciones que resultarán muy familiares y reacciones que, aunque no políticamente correctas, más de uno compartirá con el personaje, si bien otras podrán provocar en el lector un rechazo frontal.

De todas formas, y como decíamos más arriba, da la impresión – aunque puede que nos equivoquemos – de que todo este armazón literario ha sido construido con cierta premura y falta de pulido debido a las prisas editoriales que podían pretender aprovecharse de la ola del éxito de Patria. Por ello, probablemente nos sobren un par de cientos de páginas de este voluminoso libro y quizás esas mismas prisas hayan podido llevar también a Aramburu a construir un final bastante convencional, en el que tras la convulsión que se desata al principio del libro, el mundo acaba reordenándose. En línea con la literatura – y el cine – occidental más convencional, el héroe acaba sobreviviendo y sobreponiéndose a las adversidades consiguiendo, además, el amor de la chica, si bien – algún sacrificio hay que hacer – dejándose por el camino a su leal y fiel compañero que, en cierta manera, no se merece disfrutar del éxito del héroe y su compañera por ser imperfecto, es decir, por ser poseedor de alguna característica que lo incapacita, ya sea física – como es el caso de Patachula –, racial, económica, etc.

Los vencejos. (Tusquets, 2021) | Fernando Aramburu | 704 páginas | 22,90 euros

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