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Lo mismo de siempre, pero también otra cosa

NH_Fabián y el caos.inddDANIEL RUIZ GARCÍA | Uno puede estar más o menos de acuerdo con aquella máxima atribuida a Borges de que al final los escritores siempre escriben una y otra vez el mismo libro. Pero en el caso de algunos autores, esta apreciación resulta bastante precisa. Es lo que le ocurre a Pedro Juan Gutiérrez, el animal tropical cubano que alcanzó celebridad en las letras hispanas por obra y gracia de la editorial Anagrama a finales de los 90, gracias a ese deslumbrante retablo que es Trilogía sucia de La Habana, cúspide de lo que el escritor ha denominado el “Ciclo de Centro Habana” y sin duda una de las aportaciones más originales de las últimas décadas a ese estilo que se reúne bajo la amplia y nada precisa etiqueta del «realismo sucio».

En Trilogía sucia de La Habana está todo lo que uno puede encontrar en el resto de las novelas del ciclo (El Rey de la Habana, Animal Tropical, El insaciable hombre araña y Carne de Perro), porque todas están cortadas por un mismo patrón: el de la narración autobiográfica de un pobre diablo que malvive en el centro de La Habana padeciendo las miserias cotidianas de una sociedad empobrecida, a la que logra sobreponerse a través de borracheras y sobre todo de sexo. Pedro Juan es un animal sin más horizonte que sobrevivir a cada nuevo día, que se ha acostumbrado a encajar los golpes y que ejerce de notario de una ciudad que se cae a pedazos. Como Barry Miles se refiriera a Bukowski en su biografía, Pedro Juan es un ‘flaneur’, el paseante y observador de La Habana, que describe con su vivencia los hábitos y la sensibilidad de un pueblo acostumbrado por igual al goce y al sufrimiento. Y del mismo modo que le ocurre a Bukowski (todavía me sorprendo, y en cierto modo desconfío, al releer testimonios de Pedro Juan, de finales de los 90, en los que aseguraba no haber leído al autor de La senda del perdedor), Pedro Juan recurre para describir esa vida inflamada y febril a un estilo urgente, rítmico, coloquial, muchas veces enormemente desaliñado, incluso en libros como el que nos ocupa, en el que el estilo parece haberse limado un tanto («Fabián, muy tranquilo, se alejó de allí con una sensación de tranquilidad espiritual», página 223).

Pedro Juan pertenece a la tradición de los escritores instintivos, refractarios a lo intelectual, esa suerte de escuela, de raíz eminentemente norteamericana, que tiene en Hemingway uno de sus principales referentes. Autores que mantienen el credo bukowskiano de “escribir como escupir”, muy prolíficos, y en los que la ansiedad por manchar el folio acaba generando un estilo propio, rítmico, telegráfico, conscientemente imperfecto, pero a la postre tremendamente adictivo. Un estilo que en el caso de Pedro Juan está sazonado de color y calor tropical, y por supuesto de mucho sexo y de un humor rijoso y pretendidamente epatante. La Habana dibujada por Pedro Juan es una Habana desmesurada, hiperbólica, deforme, como dibujada por un Robert Crumb borracho de ron añejo. Todo autor depende de su contexto, pero no resulta exagerado afirmar que en el caso de Pedro Juan, sin el contexto de La Habana, su obra simplemente no habría existido.

Pedro Juan ofrece una mirada de La Habana distinta. Su terquedad como ciudadano dispuesto a seguir viviendo y padeciendo la ciudad en la que vive, a pesar de mantener un discurso crítico bastante fiero, le ha valido no pocos enfrentamientos. Como en el caso de Leonardo Padura, Pedro Juan se ha convertido en una especie de evidencia, útil para la propaganda castrista, de que la libertad de expresión es un hecho en Cuba, sirviendo así de desmentido para muchos autores que padecieron en carne viva las consecuencias del régimen en sus años más duros. Porque cuesta creer que un libro como Trilogía sucia de La Habana hubiera tenido un recorrido más apacible del que tuvieron las novelas de Reinaldo Arenas o de Guillermo Rosales en aquellos años.

En casi todas las novelas de Pedro Juan, el autor es también personaje. Y como ocurriera con Bukowski, es una literatura consagrada al Yo. Un Yo que suele presentarse de manera distorsionada, a través de atributos exagerados como por ejemplo la alta competencia sexual, la fuerza o la locura, en su acepción más salvaje. En la novela que nos ocupa, el Pedro Juan personaje está dibujado también con trazos ideológicos, una ideología primaria, de inspiración anarquista y antisistema (“Desorden total, fuera del sistema. Ir a la contra. Inconscientemente. Siempre a la contra”, página 53).

Con Pedro Juan ocurre como ocurre con muchos otros autores que parecen haber cuajado un estilo y que ya no consideran que deban arriesgar más. Si el estilo resulta subyugante, si el lector acepta la propuesta, uno está dispuesto a seguir leyendo libros de ese autor, por más que sepa que, más o menos, siempre encontrará lo mismo en ellos. Me parece una propuesta tan honesta como la de aquellos empecinados en cada libro en estrenar un nuevo paso de baile. A mí Pedro Juan siempre me interesa, si bien es cierto que lo hace más cuando se atreve, sin abandonar su estilo y su paisaje habanero, a salir de su yo y plantear otras líneas argumentales diferentes. Lo hizo con Animal tropical, y con el personaje de Agneta, una milimetrada sueca con la que Pedro Juan entraba en relación y en colisión, accediendo a códigos culturales y de comportamiento totalmente opuestos a los de su vida caribeña. Lo hizo también con Nuestro GG en La Habana, una novela corta con la que Pedro Juan incursionó en el género histórico, convirtiendo a Graham Greene en protagonista. Y lo hace ahora con Fabián y el caos, a través del personaje que da título al libro, con el que el autor cubano afronta de lleno una de las cuestiones más controvertidas del régimen castrista: la homosexualidad.

En realidad, Fabián y el caos contiene en cierta medida dos novelas. La primera puede leerse como un nuevo apéndice del «Ciclo de Centro Habana». Vuelve a mostrarnos retazos de la historia de iniciación del joven Pedro Juan, con nuevos episodios no contados o inventados, en esta ocasión con un carácter quizá más político que de costumbre. La segunda novela es la historia de un amigo de la infancia de Pedro Juan, Fabián, criado entre los escombros de una familia adinerada durante los tiempos de la Cuba colonial pero venida a menos a raíz de la Revolución. La historia, en la que Pedro Juan también aparece como personaje, describe el paulatino descenso a los infiernos de un alma sensible, con talento para la música pero que acabará siendo arrastrado por sus problemas de socialización y el implacable anatema de “bugarra”, conociendo la humillación, el desprecio social y los abusos. Esta segunda historia es la que otorga verdadero fuste a la novela. Hay, como no podía ser de otro modo, mucha sordidez, truculencia y narración descarnada, con recreación en los ángulos más feos y escabrosos. Pero también un dibujo de un personaje muy atractivo, el de Fabián, plagado de sinuosidades, que provoca tanto repugnancia como compasión. Y como ocurriera en Animal tropical, a través de su confrontación con el personaje refinado (Agneta en aquella novela, Fabián en ésta), Pedro Juan saca a relucir sus complejos de hombre sin cultura, de escasos modales y baja extracción.

Al final, la novela resulta ser un canto valiente a la libertad, y una denuncia del modo en que el rodillo del sistema -en este caso, el sistema cubano- logra estrangular las aspiraciones individuales y aniquilar la divergencia, ya sea sexual, política o religiosa. Una novela que es lo mismo de siempre pero también otra cosa. Indispensable para los fieles lectores de Pedro Juan -entre los que me cuento- y también para todos aquellos que sienten interés por la literatura que aborda cuestiones que en pleno siglo XXI siguen resultando sorprendentes, como la persecución de los homosexuales.

Fabián y el caos (Anagrama, 2015), de Pedro Juan Gutiérrez | 240 páginas | 16,90 €

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