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Lo peor no es la muerte

MANUEL MACHUCA | Qué difícil resulta a veces comenzar la reseña de una novela que te ha gustado mucho, que sabes que es buena de verdad y que, al hablar de ella, uno puede llegar a quedar en evidencia como lector, como aprendiz de crítico, al no haber buceado en profundidad por las aguas de una historia que, vista desde la superficie, podría ser una más de las que tratan los trágicos procesos migratorios actuales, pero que, en cuanto uno bucea por sus fondos, comprueba que encierra todos los monstruos de la sociedad actual.

Es una historia que si la miramos desde arriba, pensaremos que es la unos pobrecitos extranjeros de pieles más oscuras que las de los aborígenes europeos, que tratan de huir de países fallidos y en descomposición, de hechos y sucesos que les suceden a unos desgraciados que viven en países indignos, con gobiernos indecentes (los de ellos, obvio, no los nuestros ni nuestra hermosa valla de Melilla, vaya, vaya, ni nuestros maravillosos Centros de Internamiento de Extranjeros), una forma más de xenofobia compasiva, pero xenofobia al fin y al cabo. Sin embargo, si nos atrevemos a sumergirnos en sus aguas, cenagosas y pestilentes por contaminadas por los desechos del mundo de los buenos, o sea, nosotros, nos encontraremos un vertedero en forma de novela, una pinche novela en la que todos estamos implicados, los pinches migrantes, los pinches no migrantes de ambos lados de la frontera y los pinches veganos degustadores de esa quinoa tan molona como destructora de ecosistemas naturales. A pesar de todo, me voy a atrever. Dejo a un lado mi ego, que tiene mérito eso, y me lanzo al agua. Y no lo tomen como verdad absoluta. La autora me ha enseñado en su novela a entender que no hay verdades, sino puntos de vista. Aquí va el mío:

La novela se trenza a partir del suicidio de Diego, hermano menor de la protagonista, ambos emigrantes mexicanos en España. Diego salta desde un quinto piso. Esa imagen que la hermana no pudo presenciar martillea su cabeza y la hace reconstruir la historia de sus vidas, desde su México natal hasta la migración a España, a donde llegaron en busca de su madre.

La prosa vibrante de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) hace aún más desoladora la historia, con unos personajes agarrados (en México no se puede decir cogidos) con alfileres. Dicho esto en sentido elogioso, porque la fragilidad con la que están construidos es la que realza la fortaleza literaria, la rotundidad de los mismos. Porque, en lugar de atosigarnos con estereotipos, nos regala unos personajes magníficamente construidos en sus cualidades y en sus contradicciones, en los que no hay héroes ni villanos, lo que hubiera sido una traición al sentido último de la historia. La humanidad, por encima de todo. Pero sin esa carga semántica buenista y bien pensante de quienes aún creen que somos los hijos predilectos de la madre naturaleza, sino con toda la crudeza que a diario nos ofrece esa humanidad, aunque solo queramos ver una parte, la que nos muestra la televisión y, aun así, con el mando a distancia cerca por si se nos indigesta la quinoa o la ensalada de cúrcuma.

La escritora mexicana no hace concesiones a una historia que podría haber caído en innumerables lugares comunes, que hubieran hecho las delicias de los consumidores de quinoa, gránulos homeopáticos con diluciones CH de al menos tres cifras, raíces de jengibre y demás joyas culinarias de todo el que aspire a ser una persona solidaria en bicicleta, y que tan bien congeniarían con ese personaje llamado Tom o Tomás, que nos retrata de forma tan magistral a nuestra civilización, es un decir, europea, que no tiene empacho alguno a la hora de cantar el Himno a la Alegría de Beethoven (el músico, no el perro) o La Internacional, y dar por bueno al mismo tiempo el trabajo realizado por los guardianes de sus fronteras. Esos Tom- Tomás de Europa— aunque el muchacho sea escocés, qué más da, y se haya ido a tocar la gaita a sus islas— que hacemos la revolución desde la cama, que queremos la leche, pero no la vaca, y que ofrecemos nuestra casa, pero nunca damos la dirección.

Una de las grandes consecuencias del culto al dinero de nuestra sociedad es el desplazamiento de millones de seres humanos, que deben huir de sus lugares de origen, abandonar sus familias y su cultura. El desarraigo, tan bien tratado en la novela, sus consecuencias psicológicas, el desamparo de los que consiguen llegar al otro lado de las cuchillas, físicas o mentales del otro mundo, constituyen una patología que solo la muerte resolverá. Y por ello, a veces quienes migran acaban adelantándola como única vía posible para mitigar tanto sufrimiento y soledad. No es de extrañar que, por ejemplo, los inmigrantes latinoamericanos doblen la tasa de suicidio de la población española, esos que cuidan los cuerpos de nuestros mayores, que se encargan a su vez de cuidar la soledad de las mujeres migrantes.

«Todos los días me voy a la cama pensando que será la última noche y todos los días despierto más vieja, más cansada y con la misma vida de siempre».

«Porque del pasado se sobrevive, pero del futuro qué ¿qué haces sin futuro?»

Y es que la vida es así, por mucho que hayas acompañado cuando tengas que acompañar, al final te quedas sola contigo misma, como nuevamente relata Brenda Navarro, en una de esas frases que ilustran el dolor inconsolable de la migración que huye, tan lejos de aquella sentencia tan alejada de la empatía que Mariano Rajoy pronunció, en la que asimilaba al turismo que realizan los jóvenes españoles fuera de sus hogares. Cuánto le ha gustado al poder quitarse de en medio a los pobres para seguir ostentando el poder.

Cenizas en la boca, magnífica imagen, poderoso correlato de la novela, es también una novela femenina y feminista en tanto que pone su mirada en el fenómeno migratorio visto desde las mujeres. Los hombres encarnan lo peor, la Europa buenista en sus formas y cruel en el fondo que nos ofrece Tom- Tomás, la corrupción de los militares mexicanos, la putrefacción del poder.

En resumen, lean a Brenda Navarro y siéntanse interpelados por la historia sin dudar en ningún momento de que, por muy solidarios, consumidores de quinoa y de homeopatía que seamos, esta historia nos coloca en nuestro sitio, que es aquel en el que no creemos que estamos, pero estamos, vaya que sí. Aunque si van a pasar un mal rato, mejor no, mejor no la lean y rentabilicen las horas de gimnasio comprando un buen best-seller al peso que fortalezca sus brazos y reblandezca su mente. Quién dijo miedo.

Publicada previamente en Tres Pies al Gato

Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022) | Brenda Navarro|196 páginas| 18,90 €

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