JOSÉ GARCÍA OBRERO | Decía María Zambrano que el poeta anhela la realidad poética, “pero la realidad poética”, advertía, “no sólo es la que hay, la que es; sino la que no es”, es decir, que el poeta percibe como real “hasta lo que no ha podido ser jamás”. El atlante, que acaba de ver la luz en Ediciones Caravansari, representa un magnífico ejemplo.
Mateo Rello, poeta y editor, y el fotógrafo y artista visual Edu Barbero, lo explican en sus correspondientes prólogos. Rello, que se define como “poeta de lenguaje mítico”, reivindica la intuición como elemento fundamental para acceder a la mitad invisible de la realidad, la que percibe el misterio y, con frecuencia, acaba desencadenando el poema. Por su parte, Edu Barbero lo certifica al afirmar que “acompañar al poeta transfigura un simple paseo fotográfico en una bella búsqueda imaginaria”. Barbero tiene experiencia en aunar fotografía y palabra, como ha dejado patente en Tiempo visible y Tiempo invisible, aunque en esta ocasión, nos dice, haya sido el poeta quien ha marcado el rumbo del proyecto. Para ello ha seleccionado las imágenes que acompañan sus versos de entre más de 300 instantáneas disparadas por Juan Luis López, Juan Carlos Peña y el propio Barbero a lo largo de sucesivos paseos por Barcelona. Y es que El atlante se ha ido elaborando a fuerza de patear las calles de la ciudad, como si los autores hubiesen salido al encuentro del hallazgo que prende la mecha del poema, siguiendo la huella de esa tradición de ilustres “flâneurs” entre los que se cuentan Baudelaire, Quincey, Machen o Pessoa.
Las páginas de El atlante invitana experimentar la acción, el movimiento –imaginario, temporal, histórico y literario– por la Barcelona que es, la que fue y la que pudo ser. No ha de extrañar que se mencione L’Atlàntida de Jacint Verdaguer, donde el “mossèn” atribuye a Hércules la fundación de la ciudad e inspiró a Manuel de Falla la composición de una cantata. Aunque el mestizaje que persigue El Atlante no se limita al encuentro entre disciplinas; impregna el tuétano de un discurso con el que se propone rescatar los mundos sumergidos bajo la uniformidad de la oficialidad y la maquinaria del poder. Así, mientras el propio Verdaguer cantó en su Oda a Barcelona a una ciudad tangible y próspera y usó los mitos para subordinarlos a estas ideas, Rello lo hace para que, como el linaje de los viejos tranvías, no se extinga la memoria “de otra ciudad que fuera esta” .
A lo largo de los cuatro capítulos que conforman el libro y de las fotografías que los acompañan, El atlante muestra al lector las sucesivas capas de la ciudad: “la pátina de grasa/ de los muertos, uno a uno posados,/ y sus generaciones: esa ciudad/ de piedra y piel, esa es la mía”; su sometimiento a los dictados del dinero, que se refleja en “Encants Nous” o “Barcos del imperio”, donde la voz poética se rebela y posiciona más allá de su tiempo y lugar: “Yo vengo a traicionar a mis mayores,/ conspiro contra el rey, blasfemo contra el dios/ que adoré en la infancia. Ni siquiera/ busco reparación para los profanados”; finalmente, de fondo, la inevitable fatalidad para vencedores o derrotados, como el mar inmutable al que se asoma Barcelona desde el cementerio de Montjuïc, el olvido: “Toda mi vida está en la muerte/ caudalosa;/caudalosa, toda mi muerte va a la vida./ beberme todo un mar me será poco”, sentencia.
Este “extraño animal melancólico”, como lo ha definido el poeta José Antonio Jiménez, ofrece al lector –más aún en el momento de escribir estas líneas, en que salir a caminar se antoja una de las más preciadas actividades del pasado–, un testimonio de resistencia y reivindicación de los valores que humanizan la ciudad: conversar y deambular, disfrutar de la amistad, recordar y explorar, imaginar una ciudad mejor, crear en ella para habitarla.
Reseña publicada previamente en la revista Quimera.
El atlante (Ediciones Caravansari, 2020) | Mateo Rello | Fotografías de Edu Barbero, Juan Carlos Peña y Juan Luis López | 226 páginas | 20 euros