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Los dones eran muchos


El libro del anhelo

Leonard Cohen

Lumen, 2011

ISBN: 978-84-264-1583-7

247 páginas

17,90 €

Traducción de Alberto Manzano

Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 2011

Rafael Suárez Plácido

Sé que no es necesario y que nadie me lo va a pedir, eso espero al menos, pero si tuviera que elegir una canción que escuchar constantemente, o todos y cada unos de los días de mi vida, no sería ni de Caetano Veloso, ni de Nick Drake ni de Portishead, ni de Paolo Conte ni de Franco Battiato, ni de Nick Cave ni de Ella Fitzgerald, ni de Tom Waits. Esa canción sería de Leonard Cohen y se llamaría «Famous Blue Raincoat». No es sólo la música, es también la letra, pero no sólo la letra: también la música. También diría que no son sólo la música y la letra, también soy yo. Cuando escucho las canciones de alguien que me gusta trato, en la medida de lo posible, de aunar música y letra. Por eso, la idea de que a Leonard Cohen (Montreal, 1934) le hayan concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y no el que yo creo que merecía sobradamente, el de las Artes, que ya recibieron por ejemplo Woody Allen y Bob Dylan, otras dos figuras transcendentales de las Artes de estos últimos cincuenta años, me deja algo confundido. No voy a entrar en debates sobre si Ricardo Mutti lo merece también o no. Es incuestionable. Lo bueno o lo malo que tienen estos premios que se conceden a toda una carrera o a toda una vida es que tienen mucho donde elegir.

En España tenemos traducciones de buena parte de sus libros. De eso se ha encargado tradicionalmente Visor que nos ha ido dejando una buena serie de títulos: La energía de los esclavos (1980), Flores para Hitler (2001) y Memorias de un mujeriego (2002) son buenos ejemplos de la trayectoria de un poeta que es en gran medida casi tan bueno como el cantautor que todos conocemos. El último libro de poemas suyo que se ha publicado en España es Libro del anhelo, en esta ocasión editado por Lumen en 2006, en una fantástica edición que incluye textos manuscritos e ilustraciones del autor.

El texto es una serie de poemas, en verso o en prosa, que vuelven una y otra vez sobre su biografía, el diario de un personaje clave en nuestra historia, obsesionado por los temas que nos interesan a todos. El sexo, que aparece constantemente en los poemas y en las ilustraciones, se une a la angustia asumida del paso del tiempo. Los primeros textos fechados son de los últimos años setenta, cuando el autor casi alcanzaba los cincuenta años y llegan hasta los finales noventa. El otro gran tema del libro es la religión, entendida como una búsqueda de algo que prometía ser y que nunca fue. El apellido Cohen es judío. Sus padres llegaron a Canadá de Lituania, huyendo de una situación que se hacía insufrible, con lo puesto y fueron montando un próspero negocio. Su madre aparece constantemente en los poemas. De sobra está decir que este es su libro más personal. En uno de sus textos más valiosos, el poema en prosa “La historia hasta aquí” leemos:

“Las cosas volaban el día que nací. Hacía viento. (…)
Los Donantes se apiñaban sobre mí como si fueran un equipo de béisbol. Empezaron a darme cosas y luego a quitármelas. (…) Los dones eran muchos y muchas las advertencias que los acompañaban.
Te damos un gran corazón pero si bebes vino empezarás a odiar al mundo. La luna es tu hermana pero si tomas somníferos te verás en compañía de mujeres desdichadas. Cada vez que trates de alcanzar el amor perderás un copo de nieve en tu memoria.
Mi madre estaba acostada no muy lejos y la oí gritar: “¡No es mío!” (…) Oí cómo lo decía, y con un chillido de alegría le agradecí que dijera la verdad.”

Con el tiempo comienza a escribir poemas y así comienza a ser valorado en su país, donde conoce al poeta Irving Layton, su gran amigo hasta hace unos años, a quien dedica este libro y con quien conversa en una serie de poemas: “Siempre que le explico / lo próximo que quiero hacer / Layton me pregunta solemnemente: / Leonard, ¿estás seguro / de hacer lo incorrecto.” La admiración era mutua. Ambos se complementaban y a Cohen le servía para mantener los pies en el suelo: “Él defendía a Nietzsche / Yo defendía a Cristo / Él estaba por la victoria / Yo estaba por menos / A mí me gustaba leer sus poemas / A él le gustaba oír mi canción.” Esta rebeldía era natural, claro, como ocurría en los vecinos del sur por aquellos mismos años, pero también tenía mucho que ver con la sempiterna rivalidad que en todas partes se reproduce constantemente entre poetas jóvenes y los que ya no lo son tanto: “Si eres joven y resulta que no eres Arthur Rimbaud preferiríamos no saber nada de ti. Y si por casualidad fueras Arthur Rimbaud definitivamente no querríamos saber nada de ti.”

Gran parte del tiempo dedicado a la escritura de este libro transcurrió en el monasterio zen de Mount Baldy, donde Leonard Cohen pasó un tiempo como el monje Jikan, dedicado al conocimiento del budismo, con el maestro Roshi, de quien escribe: “La verdad es que nunca entendí / lo que decía / pero de vez en cuando / me veo / ladrando con el perro / o doblándome con los arcos iris / o ayudando / de otras pequeñas maneras.” Las alusiones a la disciplinada vida monacal son constantes. El maestro decide qué puede escribir y qué no. Y mientras tanto, la lucha por tratar de entender su búsqueda del mundo va haciendo mella. Tras varios años asumiendo de ese modo las enseñanzas y la dura disciplina de sus superiores, decidió abandonar el monasterio: “Querido Roshi, Lamento no poder ayudarte ahora, porque he conocido a esta mujer. Por favor, perdona mi egoísmo. (…) Jikan, el monje inútil inclina su cabeza.”


La traducción es del también músico y poeta Alberto Manzano, que ha contado con las ilustraciones y con la colaboración personal del propio autor. Es un libro hermoso. Es lo más hermoso que podemos tener escrito de Leonard Cohen. Es Leonard Cohen, que nunca, ni en los años en que estuvo retirado, dejó de estar interesado por todo lo que pasaba en el mundo. Hay varias referencias a España en este libro. Algunas de ellas al que ya ha declarado como uno de sus poetas favoritos, Lorca, y de quien probablemente hablará en la entrega del premio que acaba de recibir, si es que viene a recibirlo. Bob Dylan no vino. Woody Allen sí lo hizo. ¿Vendrá Cohen? Lo cierto es que siempre se ha sentido muy vinculado a España. Siempre ha citado como uno de sus mejores conciertos el que dio en Sevilla hace ya muchos años, en la promoción del I’m your man. Yo puedo decir que estuve allí.

admin

6 comentarios

  1. Comentario malicioso: ¿No os da la impresión de que, en ocasiones, los Premios Príncipe de Asturias no atienden a otra cosa que al capricho de un niño bien que quiere conocer a sus ídolos culturales y se aprovecha de sus horas bajas (Cohen arruinado, Allen sin financiación para rodar)para ofrecerles una limosna nada desdeñable?

  2. Admito burlas sobre mi criterio poético, como ya las he recibido aquí. Sobre el musical no.

    Resumo la concesión de este Premio a Cohen en un «verso» del propio Cohen: «You were famous».

  3. Algo así me ha parecido a mí también, Porerror, Fran G. Matute. Si hubiera sido el premio de las artes, no habría discusión posible. Si acaso sobre si hay otros que también lo merecen y eso ocurrirá siempre. Darle el premio de las Letras admite, cuanto menos, todo tipo de suspicacias. Un amigo ha escrito que el Premio Príncipe de Asturias se premia a sí mismo. Estoy de acuerdo.

    Porerror, espero que no consideres burlas a tu criterio poético mis palabras en otro comentario. Es, como te diría, entrar en el juego. Jamás me burlaría de una opinión. Si lo ha visto así, le pido acepte mis más sinceras disculpas.

  4. Ja, ja! No hay problema y además, es verdad que si no hubiera estas discusones, dónde estaría la salsa de estas tertulias literarias?

    Un saludo.

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