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Los graznidos del cuervo

Mar de la TranquilidadJOSÉ MANUEL LÓPEZ | Amadeus Raven es el alias de de Miguel Ángel López. Un tipo especial, según dicen sus amigos; licenciado, ahí va eso, nada más y nada menos que en Matemáticas y Filología Hispánica, que actualmente ejerce de político en un pueblo de Madrid, y que acaba de publicar su primer poemario bajo el título Mar de la tranquilidad. Empezaré por los dardos, y diré que, en mi opinión, el aspecto más flojo del libro reside en el revestimiento musical de los poemas. En muchas piezas apreciamos una falta de ritmo que termina incomodando su lectura. En la mayoría de las composiciones el poeta parece optar por el verso libre (“Mi verso libre vuela alto”, en «Sombra del rayo»). Sin embargo, esta decisión no debe servir como excusa para no cuidar la cadencia armónica de los versos marcadas por, entre otros recursos, las repeticiones o los paralelismos acentuales. Y es que hay poemas donde se mezclan versos con ritmo endecasilábico u octosilábico con otros sin ningún patrón acentual, tan solo como portadores de una frase coherente en relación a la temática del poema. También hay partes del libro donde el poeta decide valerse de estrofas clásicas, como el soneto, o el serventesio. Observamos, entonces, casos en los que opta, para componer esta estrofa, por el endecasílabo. Pues entre ellos aparece, extrañamente, un dodecasílabo, lo que frena en seco la armonía de la composición. Un ejemplo:

“(…) No a fundir mi infierno entre tus aguas,
Sino a aplacar mi calor en tu frío.
No espero que me ofrezcas tu paraguas
Contra lluvia negra de ojos de rocío (…)
(“Aprender”)

En otras ocasiones, el poeta, dentro de una composición en verso libre, decide, en una estrofa concreta, mantenerse fiel a un patrón métrico, por ejemplo de octosílabos. Sin embargo, incrusta, como elefante en cacharrería, un verso de nueve que no sabemos si se le ha ido, si a él le suena bien o es que estamos ante un rupturista procedimiento de vanguardia. Lo vemos, por ejemplo, en  “Your name in the wind”, donde el poeta parece querer dotar de cierto ritmo arromanzado a la composición, optando, como hemos dicho, por un ritmo octosilábico con rima en los pares. Pero de repente irrumpe un verso de nueve que termina aniquilando la cadencia estrófica:

“(…) Con mis gacelas sin prado,
Que no saben decir te quiero…

Traspásame de misterios,
Espárceme por tu vida
O niégame lo que deseo,
Mientras me bendicen tus manos,
Filigranas en el cielo (…)”

Desconcertante. Pero es que incluso hay casos en los que, aun respetando la medida de los versos, los acentos bailan de unas sílabas a otras impidiendo las evocaciones rítmicas que los paralelismos fónicos conllevarían, como ya indicamos al principio. Algo parecido sucede con los ripios, voluntarios o no. En ocasiones es mejor mantener el verso blanco, y no dejarse tentar por rimas traicioneras y facilonas que nos obligan a forzar la sintaxis del verso, resultando así extraños anacolutos:

“(…) Donde tu mirada insiste en llegar los tejidos,
Crecerán las sinrazones para amarte sin motivos (…)”
(“Alma de Garcilaso”)

Debo decir que estos “atentados” a la musicalidad de las composiciones (que puede que se deban a una torpe lectura por mi parte o a mi deficiente oído) no son constantes. Hay sonetos de una perfección impoluta, como “Encore”, que podría haber firmado el mismo Quevedo; y poemas en verso libre con un ritmo hipnótico, como “Reino de hipocresía”, basado en una sucesión de letanías a la manera de los himnos religiosos.  Sin embargo, no me parecía bien obviar que en algunas composiciones encontramos un ritmo asincopado y torpe que, evidentemente, dificulta una cómoda lectura de los poemas.

En cuanto al contenido del libro, observamos ya desde su título cierta tendencia a la paradoja, a lo aparentemente contradictorio, pues poco tienen, en mi opinión, de sosegadas y mansas –por llevar la contraria al título– las aguas que anegan los poemas del libro. Bajo la pluma temblorosa de Miguel Ángel López emerge una lucha constante, sangrienta y dolorosa, entre dos entidades condenadas a enfrentarse a perpetuidad, a no poder convivir nunca en paz. Por un lado está el “yo” lírico, amante idealista y romántico, que perpetúa el patrón del poeta maldito y sufridor, rodeado de un ambiente pecaminoso y degradante, y del que solo puede escapar a través del contacto, simbólico y físico con la amada, a la que idolatra. Pero la indiferencia por parte de esta, su rechazo continuo conlleva que el amante, Amadeus Raven, cave un agujero aun más profundo en su habitual dolor existencial, y termine, al más puro estilo del poeta maldito finisecular, deseando la muerte (“enterrad mi corazón”, en «Ardillas»), ya que ese es el único fin posible a esta historia de amor de tintes petrarquistas. Ella es siempre esa femme fatale cargada de sensualidad y desdén, esa “Señorita No” a la que se desea incluso en sus imperfecciones, la amante fría del amor cortés que se muestra impasible ante la creciente pasión del amado. Al final, la trama no puede acabar de otra forma que no sea con la muerte del amante, provocada por ella, pero sin recriminaciones (“mi verdugo será, no mi asesino”, en «Fatum»), a la espera de que, tras las aguas del Leteo, renazca, quizás, algo de este amor ideal; aunque sea un sentimiento basado en la pena y en la añoranza. De este modo, la mujer fatal termina encarnando a la vampiresa que se nutre de su muerte; él, al menos, tiene esa esperanza (“te darán vida mis venas ya muertas / llevarás mi sangre en la comisura”, en «Last rain»). Al cuervo, al maldito, sólo le queda esperar resignado la muerte, y cantar, como Hamlet, a los gusanos, animándolos a acabar su trabajo. Y es que, aunque en ocasiones el poeta se arrepiente de mostrar sin ambages este vasallaje tan sin fisuras hacia la amada (“Nunca debí decirte que tenías los ojos de la Virgen/ y mi alma endemoniada, / que tus cabellos eran cabriolas del mar/ en el que se extasiaba mi destino, / que al oír tu voz se alboreaba mi noche, / ni que eras llaga en el alma, / el sol que me calaba, la luna que descendía…”, de «Masterpiece»), la mayoría de la veces no le importa morir, sufrir la derrota de la indiferencia con tal de ir disfrutando de la mera presencia de su diosa , con la esperanza de que, una vez muerto, ese polvo enamorado avivará en lo más profundo del alma de la amada esa escondida llama en la que él ya no podrá calentarse.

“(…) En la noche blanca y serena
Ella se va para siempre
Del Lago del Silencio,
Eterno como el perfume del amor.
El cisne no vive. No puede.
No sabe
Que ella siente
Que aún la quiere”.
(“Black swan”)

Son pocos los momentos en los que esa unión se culmina, y, si sucede, se da en la otra vida, allá donde las dos llamas podrán unirse, tras la vía purgativa, en un éxtasis místico:

“(…) No me digas que no es bella esta muerte en mis costado
Ni te imaginas cuán dulce
Es la sangre que derramo”.
(“Black swan”)

Esta guerra amorosa, esta madeja de sentimientos encontrados, es una constante en la escritura de Miguel Ángel López, de ahí la acumulación (a vueltas con el Barroco) de figuras de oposición como la antítesis (“De puntilla paso por tus labios / y los rozo con mi risa y con mi rabia”, de «Kryptonite») o la paradoja, constante que muestra lo absurdo del sentimiento que alberga (“Resido donde amar es como morir / en el cisma entre razón y fe / donde las palabras ardientes / se enfrían / y se me pudren en los labios”, de «Lumbre en tu mirada»).

Pero el poeta no solo bebe de las fuentes clásicas. Su dolor se viste, a veces, de un cinismo que necesita echar mano de unos hallazgos expresivos o unas imágenes tan modernas como insolentes. Sus metáforas son siempre impactantes, y no desdeña señalar a otros célebres jornaleros del sufrimiento pertenecientes a un imaginario pop-rock más cercano para reflejar el hastío vital provocado por el desamor:

“No había remedio eficaz contra tu cuello,
Contra tu nuca cuanto te recogías el pelo;

Y creo que por eso me bebí todo el vodka de Amy
Escuchando su música de nocturnas albas (…)”
(“Señorita No”)

El libro contiene otros poemas como “Reino de hipocresía” o “Milady de Winter y otros desastres” que me han interesado menos. En ellos el tono amoroso se relaja, y el autor se dirige a un “tú” indeterminado para, como en la tradición clásica epistolar, enseñarle cómo portarse en la vida para ser feliz, así como qué baches deben ser esquivados por el camino. Los versos de estas composiciones pecan a veces de sentenciosos y dogmáticos, aunque consiguen transmitir su mensaje con frescura gracias a su tono coloquial y a las continuas referencias culturales más o menos cercanas (Mátrix, Terminator, Blade Runner…).

En definitiva, un debut muy estimable. Un libro que cala por su franqueza, por la riqueza y la frescura de su lenguaje, por la autenticidad del dolor transmitido por parte de este mosquetero herido bajo el vestido de la encantadora y desdeñosa Milady de Winter. Un libro que aúna pesadumbre y optimismo, cinismo e inocencia, tradición e innovación estilística. Un libro tan desgarrador y sincero, que a veces desafina, cala y deja marca. Como un graznido.

Mar de la tranquilidad (Latorre Literaria, 2017), de Amadeus Raven | 106 páginas | 11,90 euros

admin

Un comentario

  1. Gracias a este análisis crítico he podido apreciar y disfrutar nuevamente esta obra que ya en su día me hizo vibrar. La reseña de sus complejos aspectos técnicos acerca los textos al más joven lector que desde una opinión experta y honesta puede llegar a comprender y apreciar mejor

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