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Los libros y la vida

¡Adiós, libros míos!

Kenzaburo Oé

Seix Barral, 2012. Colección «Biblioteca Formentor»

ISBN: 978-84-322-1012-9

385 páginas

20 €


Traducción de Terao Ryukichi



Rafael Suárez Plácido

En el título aparece explícitamente la despedida, que se puede entender en un doble sentido: se despide de sus libros (de los que ha escrito y publicado) y se despide también de sus “otros libros” (de los que ha leído que, quizás, han sido más importantes para él que los que escribió). Kenzaburo Oé es el escritor japonés vivo más respetado dentro y fuera de su país. Su literatura siempre se ha sustentado en una honda reflexión sobre la violencia y el descenso a los infiernos vivido. Si nació en 1935, aún no tiene edad para estar pensando en despedidas, de hecho es un activista en su país en algunas de las muchas causas perdidas que considera justas. Pero esta novela, ¡Adiós, libros míos!, es la segunda de una trilogía en la que conversa con algunos amigos para hacer un repaso de su vida, un ajuste de cuentas a una existencia convulsa: la primera infancia vinculada a la segunda guerra mundial, el sangriento desenlace de esta con los episodios de Hiroshima y Nagasaki —hace un par de años se publicó en España su ensayo sobre aquello: Cuadernos de Hiroshima (Anagrama)— , una juventud dura en el Japón de postguerra y el nacimiento de su primer hijo con una grave deficiencia: hidrocefalia, y para ir sobreviviendo a todo esto sólo tenía una cosa: sus libros (los que ha ido escribiendo, pero sobre todo los que ha ido leyendo). Además está pendiente la publicación también en Seix Barral del tercer volumen de la trilogía: El chico con la cara melancólica.

Además de los libros, se ha sustentado en los amigos que han ido falleciendo naturalmente, o no tanto. Recuerdo que en su novela anterior, Renacimiento, aparece uno de estos amigos, Goro, ‘alter ego’ de su cuñado y, sin embargo, amigo íntimo de Juzo Itami, actor y director de cine japonés. El motor de la novela es el aparente suicidio de Goro, que previamente le ha grabado unas cintas de audio a Kogito Choko, el correspondiente ‘alter ego’ de Oé, para que las escuche solo, cuando él ya no esté. A partir de ahí una serie de recuerdos hilvanados que van recorriendo la vida del autor. En este nuevo libro, el interlocutor es otro de sus amigos íntimos: el arquitecto Shigeru Tsubaki, con el que tuvo una relación casi familiar (hay momentos en que se insinúa que podrían ser hermanos de madre) que se ha cortado, por enfados o disputas que irán recordando durante la novela, varias veces. Ahora, tras una estancia de Kogito Choko en el hospital de la que no se aclaran los motivos, ambos pasan temporadas en una casa que este tiene en el campo, en principio para hablar de Literatura, de libros nuevos, de esa necesidad que siempre tiene un escritor de construir su gran obra.


Los autores esenciales para Kogito Choko son tres: T. S. Eliot, Yukio Mishima y Fiodor Dostoievsky. El primero en aparecer en el libro será el inglés T. S. Eliot. En realidad, la casa en la que pasan todo este tiempo se llama La casa Gerontion, en recuerdo al poema de Eliot (“Aquí estoy yo, un hombre viejo en un mes seco, / con un niño que me lea, esperando la lluvia.”). También todas las reflexiones sobre el paso del tiempo, la implicación del escritor en el mundo y la posibilidad o no de traducir con cierta solvencia los poemas de Eliot, la Poesía, son parte de esos diálogos que tienen los protagonistas con sus invitados. Eliot es un referente esencial en toda la obra de Oé. Su lectura le hizo reflexionar sobre temas que antes habían llamado a su puerta, pero es en estos poemas donde descubre que son temas universales.

Buena parte de la trama central de esta novela descansa en la interpretación que se hace de la vida y obra de Mishima, y si tienen sentidos acciones como la suya en la actualidad. En la carátula publicitaria que acompañaba la edición de Renacimiento, los de Seix Barral escribieron una cita muy elogiosa de Mishima sobre Oé. Es posible, no digo que no fuera así. Pero en esta novela se trata la disputa que ambos mantuvieron en su correspondencia privada y en artículos publicados en la prensa del momento. Al parecer Mishima le decía a Oé que no compartía en absoluto su viraje hacia la Literatura del Yo, y esto causó cierto revuelo entonces en Japón. De todas formas, esta anécdota se menciona varias veces en la novela, pero lo que interesa de Mishima es su final trágico. ¿De veras creía Mishima que iba a lograr que el ejército se pusiera de su parte en ese momento? ¿O fue más bien un acto espectacular que pretendía sumar seguidores para una causa presuntamente justa? Aparentemente el motivo es más el segundo y hacia ahí va a derivar la novela en su trama que no es este el momento de desvelar.

Siempre que se menciona a Oé se antepone a Dostoievsky. Los personajes bien trenzados, redondos, capaces de resultar verosímiles en las situaciones más aparentemente imposibles, serían una seña de identidad de ambos. La novela que aquí se disecciona es Los demonios. Las dos tramas tienen muchas cosas en común. Realmente, esta novela es plenamente metaliteraria: se construye una ficción a partir de otras ficciones leídas.

Uno a veces comprende lo que tratan de hacer los personajes; a veces se horroriza de comprender que asiente ante hechos que difícilmente podemos aceptar. Pero los personajes más jóvenes de la novela, atraídos y guiados por la personalidad brillante de los dos protagonistas principales y movidos también por su deseo, innato en la juventud formada, de cambiar el mundo, de mejorarlo, han dicho, han sentido, han vivido sensaciones que también uno se resiste a dejar de sentir.

Hay que leer a Kenzaburo Oé, aunque sea para ponerse frente a él y negar lo que estamos leyendo. Siempre nos mueve a pensar y no crean que nos lo pone fácil. Compruébenlo ustedes y ya me dirán.

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