REYES GARCÍA DONCEL | «Esa tos de palabras que anteceden a un cuento; el carraspeo de la mente antes de romper a cantar». Así describe Eloy Tizón el proceso creativo, porque de eso, del fuego de la invención literaria, y de otras interesantes reflexiones, trata su nuevo libro de relatos Plegaria para pirómanos, en el que su habitual e inconfundible estilo, entre narración y poesía, es llevado al máximo, y en el que nos invita a seguirlo en su indagación sobre los límites del cuento.
Al igual que en sus otras obras, las historias tienen una mínima estructura que las sostiene, no hay alarde de grandes tramas ni conflictos, en alguno incluso solo se plasma la observación del narrador. Eliminados los elementos reglados para el género serían textos que no encajarían en lo que se considera un cuento… ¿pero qué tiene que tener un cuento?, ¿hasta cuanto podemos desnudarlo para que siga siendo cuento? A ese juego con los límites se lanza el autor. Además de esas mínimas estructuras citadas, hay una intención de unidad en el conjunto: determinados personajes se repiten, hay alusiones entre las historias… y tenemos a Erizo, que no es un protagonista en el sentido clásico del término pero aparece en casi todos y cose los relatos. Personaje difuso, tanto su personalidad —a veces es conservador y cumplidor de las normas: «Nunca me he saltado un semáforo»; otras es tímido: «… mientras notas como dentro de tus zapatos envejecen los dedos de tus pies»; otras intrépido…—; como su biografía va cambiando —puede ser escritor, o guionista, o reportero gráfico, o bien estar muerto y habla de él una antigua novia—. Erizo, alter ego del escritor, su desorden biográfico nos lleva a reflexionar sobre las diferentes identidades que podemos tener, o que tenemos, a lo largo de la vida. Los relatos pues, están tejidos entre sí sobre una urdimbre de vidas y caracteres, y en una segunda lectura, siempre apetecible y necesaria en los libros de este autor, aparecen otros sutiles cruces entre ellos, como frases, sentencias, ideas… Pero nada de esto importa, la lectora se sumerge en los textos sin importarle las cuestiones sistemáticas del género porque con este libro, como con los anteriores de Eloy Tizón, puede disfrutar de la belleza de las palabras, de las asociaciones sorprendentes: «al latido menta del césped», de sus imágenes llenas de expresividad: «Se apagará el oro de los insectos» (final del verano), de la fantasía onírica, y de la metaliteratura.
En Plegaria para pirómanos la ordenación de los relatos no responde a lo observado en otras obras ya que comienza con el texto más narrativo y, desde esta solidez, va desnudando el cuento hacia terrenos más líricos. Pasamos a realizar una breve sinopsis de cada uno de los relatos.
- Grafía:
Se centra en el proceso creativo, el mundo editorial y el éxito literario. El protagonista y narrador, Erizo, es un autor sin éxito que admira a otro escritor de culto pero también sin éxito: «Xavier Serio tiene por la literatura un gran y obsesivo amor que no es correspondido», símbolo del fracaso editorial. Erizo recibe el encargo de participar en la creación de una obra de Halma Tigredi, una escritora superventas que en realidad es una invención, una identidad fabricada por otros escritores a sueldo, uno de esos artefactos a los que hemos asistido últimamente. La historia se desarrolla en paralelo entre estos dos modelos de escritor: Halma Tigredi frente a Xavier Soto, el éxito en superventas a costa de la mentira, o la excelencia oculta y escondida. En cualquier caso es una opción que el autor expresa con claridad: «A fin de cuentas, nadie te obliga a afrontar la vida desquiciada, llena de dudas, del creador, en lugar de la vida pacífica, sensata, del lector medio de periódicos.»
Es evidente la voluntad de reflexión: ¿El autor es necesario? ¿Puede la actual IA suprimir la creación literaria? Y Eloy Tizón, para no ser menos, también entra en el juego pues al final del texto una nota del editor nos revela que este relato es un mosaico de «citas, literales o mínimamente retocadas» de otros autores.
- El fango que suspira:
Sobre el paso del tiempo, la decrepitud, la soledad en la vejez y el olvido tras la muerte. Todo visto desde el punto de vista de Erizo, en este caso guionista, soltero y vecino de la anciana fallecida en su domicilio. A partir de ahí el engranaje de la muerte se pone en marcha: gestionar el entierro, hablar con el seguro, cancelar cuentas bancarias, desmantelar la casa «alguien distribuirá la casa en bolsas», que es desmantelar la vida de una persona: «se exhibirá su colchón de muelles, el desorden de su carne, con su impúdica orografía de zumos íntimos y mapamundi de insomnios», para remodelar el piso y lanzarlo de nuevo al circuito de alquiler, con fiesta de inauguración incluida: «Cada brindis nuestro supondrá una paletada de tierra más en su cara».
Es una historia dura porque el autor adopta una distancia burocrática e indiferente, no hay espiritualidad en el inventario de cosas que hay que hacer cuando uno muere, que él refleja con maestría: «Su soledad entre cestos de mimbre, mejunje bucodental y sabana bajera bien remetida», un inventario que nos emociona especialmente.
- Agudeza:
Dos historias, una dentro de la otra: la de Erizo y su decisión de dejar a Helen, y las tribulaciones de su segundo mejor amigo durante la prueba de las lentillas. En los dos casos son personas tímidas que no se atreven a enfrentarse a los otros, dignos representantes de las oportunidades perdidas que después se trasforman en sentimientos de culpa: «le pitaban los oídos y se notaba cada vez más existencialista.»
- Dichosos los ojos:
El texto más lírico y menos narrativo de todos, en el que llega a los límites del cuento, es una preciosa relación: «sonrisas de talco y acuarela», «torre medieval, herida por la hiedra, al atardecer», de lo que el narrador ha visto a lo largo de su vida, o quizás no, porque termina diciendo «cuando empiece a ver». Eloy Tizón se nos muestra una vez más como un maestro de las enumeraciones en este poema en prosa, donde nos viene a recordar todo lo que vemos sin ver, o que nunca podemos estar seguros de lo que vemos.
- Mi vida entre caníbales:
Aparece la primera narradora femenina, o primeras porque las protagonistas son un grupo de teatro, El Club de Las Amazonas de un colegio de internas, que representa la obra Los infortunios de la Virtud. Se enfrentan a la censura franquista y ocurre algo negativo de lo que no sabemos nada pues el autor a menudo utiliza la elipsis para darle más importancia a lo no evidente, a lo oculto. En la particular urdimbre comentada que el autor traza con los personajes, una de las integrantes del grupo aparece en otro relato.
- Ni siquiera monstruos:
En esta ocasión Erizo es reportero gráfico, habitante de la ciudad fantasmal y decadente de Detroit a la que califica como «el Chernóbil de Occidente». En este capitalismo en ruinas aparecen imágenes oníricas: «En Detroit llueven gallinas», reflexiones y algún aforismo: «El miedo tiene una ventaja sobre el valor: que siempre es sincero.» De nuevo el maestro de las enumeraciones nos regala mediante una relación de fotos, preciosas imágenes:«Un perro blanco cruza la calle negra como un montón de lana, o sueño, o periódicos», entre las que destaca su primera foto: la del cadáver de su supervisor de educación. Un relato en modo autobiográfico donde Erizo nos va relatando como su vida, al igual que la ciudad, también se ha derrumbado pues está divorciado, solo y no puede ver a sus hijos: «A partir de cierto punto, todo es caída».
- Anisópteros:
Misterioso relato titulado con el suborden al que pertenecen las libélulas, donde un personaje femenino, Cordelia —integrante del grupo de internas actrices del anterior relato y antigua novia de Erizo—, interpela a su marido Magnes, en un dudoso diálogo que se transforma a menudo, o en realidad siempre lo ha sido, en monólogo interior. «Explícame quien eres, querido Magnes, para saber quién soy yo».Internada, o ella lo vive así, en un centro de salud mental, cuenta la historia de sus vidas en medio de la nostalgia, y de alucinaciones fantasmales: «nostalgia del cuerpo», donde un suceso del que no sabemos nada, de nuevo la elipsis, nos deja la intriga: «Con lo que ha ocurrido no es para menos, aún sigues en estado de shock», tras el cual una plaga de libélulas: «cayó una gran cortina plateada que nos robó la luz y la alegría.»
Un relato en el que encontramos de nuevo reflexiones sobre el oficio de escribir: « ¿Escribir, dices? No, gracias. Yo no quiero escribir. Lo intenté una vez. Buf. Qué pesadilla. Fue como perseguir patos (…) Buf. Corren en direcciones opuestas, los patos, las ideas, es imposible, cuando agarras una frase se te escapa otra, no puedes.»
- Cárpatos:
De nuevo tenemos a Erizo como narrador, esta vez en una expedición donde la supervivencia no parece ser la prioridad. Apuntarte a tu propia aniquilación, es lo que te puede pasar si entras en un bar de las afueras mientras buscas una farmacia de guardia a determinadas horas de la madrugada. Estructurado en pequeños episodios, nombrados con los lugares por donde va pasando la expedición, en el relato se repite machaconamente la frase: « aquella droga obsoleta e imprevisible, desaconsejada por la literatura farmacológica.»
- Confirmación del susurro:
Carta de Leonard Cohen a su gran amor, Marianne, durante su reclusión en el monasterio de Mount Badly, California. En ella cuenta su vida en Grecia, sus éxitos como cantante, sus dudas, la relación entre ambos…
Plegaria para pirómanos contiene nueve relatos llenos de belleza, donde Eloy Tizón parece decirnos que no tiene todas las respuestas sobre las leyes de la escritura, pero nos invita a la experiencia de buscarlas y descubrirlas por su mano, experta en bordear la periferia sin perder de vista el centro. El fuego es la creación literaria, el trabajo, la necesidad de escribir: «De tu escritor favorito siempre puedes aprender.» Yo he aprendido. Los pirómanos del mundo se lo agradecemos.
Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma , 2023) | Eloy Tizón |190 pág. |17 €