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Los pormenores de la investigación biográfica

ELENA MARQUÉS | Hace unos meses me propusieron participar en un proyecto tan interesante como hermoso. A iniciativa de la asociación Solidarios, cuatro escritores tendríamos que dar forma a las historias de otros tantos ancianos que vivían en soledad. A mí me correspondía esbozar la de una mujer, vamos a llamarla Ana, a la que he entrevistado en dos ocasiones. Y, aunque ya parece que la conozco de siempre, me doy cuenta de lo difícil que va a ser el proceso. Mucho más que crear de la nada (aunque nunca es así), que dedicarse a los entresijos de la ficción, donde el autor se maneja a su antojo y añade lo que quiere para trazar la intriga y mantener la atención del futuro lector; donde el escritor, consciente de su poder, tiene todo el derecho de echar a andar la imaginación y a ver quién lo detiene.

Escribir una biografía es bastante más complicado que bosquejar un argumento. Aunque se te ofrezcan los datos que debes emplear, las piezas que conformarán el puzle. O precisamente por eso. Porque implica un fuerte compromiso y una gran exigencia si se quiere ser fiel a la verdad. Además de mucho tacto para que el biografiado en cuestión quede satisfecho con lo que al final resulte.

En el caso de que el objeto de estudio ya no esté en este mundo, el escritor puede sentir cierto alivio, pues no tendrá que rendirle cuentas de nada. El problema surge de nuevo cuando el hombre cuya vida se intenta redactar nació en la inestable Florencia del siglo XIII, en un panorama de continuos enfrentamientos que no quiso eludir, pues él mismo participó en el gobierno popular de la ciudad; permaneció exiliado, entre Bolonia, París y Rávena y otros muchos lugares que no merece la pena citar ahora, durante veinte años, tiempo en el que trabajó en cancillerías y cortes como profesional que era de la comunicación política; perdió la administración de sus bienes; y se convirtió aun entonces en uno de los poetas más famosos y aclamados, y también estudiados y biografiados, incluso por sus propios contemporáneos, que solo por cercanía, tanto temporal como espacial, así como de mentalidad y conocimiento del medio, ya sabrían bastantes cosas sobre él.

Porque, en efecto, mucho antes de que Alessandro Barbero, autor de este ensayo, intentara reconstruir, o más bien reinterpretar sin pillarse los dedos (me desalientan las frecuentes adversativas del tipo «No está claro que las ocasiones en las que recibió dinero prestado de su hermano estén relacionadas con sus ambiciones políticas pero tampoco podemos descartarlo»), las lagunas que aún rodean al padre de la lengua italiana, se habían publicado varias obras sobre él, desde la Vida de Dante del humanista Leonardo Bruni hasta la elaborada en 1999 por Ángel Crespo, uno de los traductores más celebrados de La Divina Comedia. El mismísimo autor de El Decamerón se convierte en fuente de consulta con su Trattatello in laude di Dante, aunque quizás su admiración por la labor del toscano en pro de la lengua romance, su pasión por su figura y su obra, que se deduce simplemente del título, pueda restarle bastante objetividad.

Aun así, parece ser que el Dante, y a pesar de la distancia que nos separa de él, es uno de los literatos menos desconocidos, que ya sabemos de su vida y obra todo lo que es posible conocer, por lo que cabría preguntarse qué interés, qué aportación supone el nuevo libro de este profesor turinés que, aparte de varios ensayos de contenido histórico, es autor de la novela, también histórica, Diario de Mr. Pybe. Venturas y desventuras de un gentilhombre americano en las guerras napoleónicas, que obtuvo el prestigioso Premio Strega, lo que es garantía de buena prosa.

Pues bien, con ese aval de calidad literaria Barbero nos sitúa en medio de las intrigas entre güelfos y gibelinos; nos aclara muchas cuestiones sobre la estructura social de un espacio, Italia, dividido en miles de repúblicas o estados, así como sobre su organización política, que en algunos momentos puede resultarnos hasta más moderna y democrática que la actual; sobre la importancia o el peso de la sangre en el reconocimiento de la comunidad (la nobleza podía adquirirse, no necesariamente heredarse, y «significa haber nacido con la predisposición a la virtud, a la piedad, a la misericordia, al valor, y es un don que pertenece a los individuos, no a las familias»); el medio de vida más frecuente en las clases altas, comerciantes y prestamistas, entre los que se incluye la familia del poeta, que, en contra de leyendas que así lo han dibujado, no era en pobre en absoluto, y un largo etcétera sobre sus orígenes. Y todo ello apoyado por numerosas referencias bibliográficas y la continua mención a documentos notariales que aluden a la intervención del Dante en préstamos y compraventas, aunque, como afirma Barbero con cierta ironía (la emplea con frecuencia, sí, y es de agradecer entre tanto dato), «ya entonces la documentación escrita se plasmaba más para enmascarar la realidad que para representarla fielmente». Más o menos igual que ahora con el uso que ciertas instituciones dan a la Ley de Transparencia.

Desde luego, quien espere encontrar algún detalle morboso de una vida que, en cuestiones amorosas, más allá del flechazo temprano de Beatrice Portinari (por cierto, familia enemiga), tiene poco interés, o una indagación crítica de su poesía, ya puede ir cerrando el libro. Son pocas las ocasiones en que Barbero escarba en la obra del florentino para extraer elementos provechosos a su propósito biográfico, y, desde luego, jamás cae en la tentación de novelar. Porque el texto está más bien dirigido a estudiosos como él, habituados a la indagación documental, al cotejo de noticias, a la deducción y comprobación de errores, y un lector medio solo podrá extraer un listado de hitos sobre il sommo poeta en medio de ese trasiego que supone la tarea de investigación, que es la que se pone ante nuestros ojos, la labor en sí de exploración del científico; un cúmulo de datos que para el común de los mortales podrían resumirse con provecho en unos cuantos párrafos.

Aun así, me resulta especialmente interesante esto que dice Barbero sobre el poeta y su situación existencial, «la de un joven que espiritualmente se sentía miembro de la elite, pero no estaba orgulloso de sus familiares y además se dedicaba a la política en un momento en que pretender ser noble de sangre no le habría beneficiado en absoluto», que creo lo describe en su parte más humana con rasgos de ambición, alta autoestima, volubilidad (Dante expresa opiniones contrarias sobre algunos individuos, y también sobre política, según el momento), y otras menudencias que, aunque puedan empequeñecerlo a nuestros ojos (un matrimonio por conveniencia con una de las familias más nobles de Florencia tampoco lo honra mucho), lo llevaron al destierro y al sufrimiento, lo que nos conducirá (al menos conmigo ocurre) a ser benévolos con él.

De todas formas, hay que dar por bien empleados todos esos avatares, pues probablemente sin esas circunstancias concretas y sin esa involucración ideológica nunca hubiera creado su obra magna, del mismo modo que quizás sin la formación a cargo de ser Brunetto Latini no hubiera adquirido la confianza necesaria en que a través de la escritura, que dominó en todos los terrenos (desde la poesía al discurso político, tan antagónicos), era posible alcanzar la inmortalidad. Aunque también es posible que, como tantos escritores de hoy, se hubiera conformado con la fama terrena (que la tuvo, ¿eh?). Esa sola ya le hubiera permitido regresar «como un poeta nuevo, / con más experta voz» para «ser, / donde me bautizaron coronado».

Dante (Acantilado, 2021) | Alessandro Barbero | 400 páginas | 24 euros | Traducción de Marilena de Chiara

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