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Madre no hay más que casi una

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Harta del ninguneo y de las vejaciones que recibe a diario en su entorno laboral, una mujer decide inventarse que se encuentra embarazada para poder reducir su horario laboral a lo que estipula estrictamente el contrato que firmó en su momento, sin verse obligada a cumplir con las interminables horas extras que, obviamente, nunca son remuneradas y recuperar parte de su vida, de su ocio, de su descanso.

A priori, parece un planteamiento de inicio un tanto extremo, poco creíble, desmedido. Pero la ficción es más ancha incluso que Castilla y admite cualquier premisa siempre que luego esté bien armada y desarrollada. Que se lo digan, si no, al nobel José Saramago: la península ibérica desgajada del continente en forma de isla a la deriva, una sociedad en la que todos se van quedando ciegos, otra sociedad (¿o era la misma?) en la que todos votan en blanco en unas elecciones, etc… Y con el, a priori, inconveniente añadido de que la autora de Diario de un vacío, Emi Yagi, es de origen japonés.

Pues aún así, y a pesar de todo, cualquier mujer occidental y trabajadora podrá sentirse perfectamente identificada con la protagonista. Y cualquier hombre trabajador y occidental podrá perfectamente cuestionarse hasta qué punto es cómplice (por activa o por pasiva) de lo que les puede suceder en el ámbito laboral a sus compañeras más cercanas, japonesas u occidentales como él.

Escrito a modo de diario, los capítulos que van conformando la novela se corresponden con las semanas por las que transita el supuesto embarazo, ajustándose la trama en cada momento a los diferentes síntomas por los que se va desarrollando un embarazo normal (mareos, vómitos, cambios hormonales, de carácter, físicos, psicológicos, dudas y temores, etc…) Todo es tan real, tan medido y tan bien encajado en el día a día de la presunta embarazada que llega un momento en que la impostura se vuelve real y es hasta el propio lector el que se cree a pies juntillas el embarazo y está deseando avanzar en la lectura para acabar viéndole la carita al feliz y tan esperado bebé.

De fondo, y esto es lo más importante y valioso de la novela, el recurrente, y no por ello menos necesario de tratar, asunto de la identidad propia, de la búsqueda del yo, de la reivindicación, para ser más exactos, del yo. Tratado de una manera original y auténtica, resolviendo los obstáculos narrativos que pueden aparecer en un planteamiento de este tipo con soltura, con originales recursos y, sobre todo, con absoluta credibilidad, una apuesta que siempre corre el riesgo de caer en el lado equivocado del filo y convertir una buena novela en un sinsentido y un cúmulo de despropósitos abocados a la hilaridad.

A todo ello hay que sumar el acierto de convertir en universal lo particular, de poner el foco de atención no en la idiosincrasia japonesa sino en las personas y en cómo les afectan unas condiciones laborales allá donde impera la cuenta de resultados por encima de la condición humana y el respeto al trabajador, algo que sufre la sociedad japonesa del mismo modo que lo hace la occidental.

“¿Mentimos para sentirnos menos solos?”, se plantea en la portada del libro. ¿Mentimos para sentirnos menos frágiles? ¿Mentimos para sentirnos más protegidos y seguros en nuestro entorno más íntimo? A todas esas preguntas responde esta novela, una historia en la que la ficción (la mentira, al fin y al cabo) se convierte en un arma cargada de futuro. Un arma presta para ser utilizada en defensa propia.

Diario de un vacío (Temas de Hoy, 2022) | Emi Yagi (Traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara) | 176 págs. | 19,00€

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