EDUARDO CRUZ ACILLONA | Aunque hay muchas maneras de amar, el amor de una madre, dicen, es incondicional. Salvo que esa madre no tenga mayor obsesión en la vida que tratar de suicidarse y, por extensión, hacer la vida imposible a su hija. Es lo que le ocurre a la protagonista de Un momento de ternura y de piedad, primera novela de Irene Cuevas.
Este sucinto argumento daría para un extenso dramón en el que se podría profundizar sobre las relaciones materno filiales, sobre el amor a la madre y el desamor a la vida, sobre lazos de sangre tejidos en la desgracia y sobre miradas a un pasado puesto permanentemente en tela de juicio. Sería, decimos, un dramón.
Pero Irene Cuevas ha querido ir mucho más allá de lo meramente obvio y nos presenta a la protagonista como una hija que, por amor a su madre, no tiene más remedio que ingresarla en un centro psiquiátrico y, para poder pagar la estancia, desempeñar el noble oficio de asesinar a otras madres por encargo de sus propios hijos, siempre, y curiosamente, varones.
Y en esta dualidad surge la magia, la originalidad, la frescura y el enorme atractivo de una novela que desde la primera página promete no dejar indiferente al lector. La ternura y la piedad del título se entremezclan con el odio, con el humor, con la desesperanza, con la resignación, con la ilusión y con la duda en una sucesión de escenas que van haciendo cada vez más grande a la protagonista, una joven de piel dura y corazón frágil que busca aferrarse a un amor que no encuentra en el habitual refugio materno.
Es lo que tiene tener una madre “divina y suicida”, frase con la que arranca la novela y que da el tono de lo que está por venir, una madre que piensa que su hija se dedica a cuidar a ancianas mientras que a ella la ingresa en un psiquiátrico. Ternura y piedad a raudales.
“¿Qué ha pasado?, pregunto.
Le estaba contando a Silvia lo de la abuela. ¿Tú te acuerdas de cómo se murió?
¿Cómo?
Que si te acuerdas de cómo se murió.
Miro primero a Silvia para intentar entender y luego a mi madre, que me mira com cara divertida.
¿Em serio me has llamado para que te diga cómo se murió la abuela? ¿Diez llamadas perdidas para eso?
Me gusta recrearme”.
Escenas tan hilarantes como esta se suceden a lo largo de un texto escrito con inteligencia, con un humor negro tan fino como apabullante y con una original agilidad que nos conduce a un giro en el argumento que obliga a la protagonista, y a nosotros mismos, a replantearnos valores y actitudes.
Así, más allá de lo anecdótico y de esa lectura superficial que pudiera hacerse, la novela rezuma un trasfondo que nos pone en la tesitura de revisar nuestra manera de ver el mundo y nuestras relaciones con los demás, cercanos y lejanos, familiares y desconocidos.
Ahora que ya se agota el almanaque de 2024, podemos afirmar que estamos ante una de las mejores novelas del año escritas en castellano. A Pedro Almodóvar, según consta en la faja promocional, le ha encantado. No es de extrañar si tenemos en cuenta que ambos, Irene Cuevas y él, comparten admiración por la autora estadounidense Lucia Berlin, cuyo espíritu está muy presente en la novela. No obstante, y más que Almodóvar, yo estoy deseando que la lea Tarantino…
Un momento de ternura y de piedad (Reservoir Books, 2024) | Irene Cuevas | 184 págs. | 18,90€