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Máquina del tiempo

CAROLINA EXTREMERA | En El niño perdido, de Thomas Wolfe, hay una escena en la que el propio escritor visita, muchos años después, la casa de Saint Louis en la que murió su hermano. La vivienda sigue teniendo exactamente la misma complexión, con la misma planta y, sin embargo, ha habido cambios, reformas, usos distintos de los mismos espacios. Habla con la dueña, que le ha dejado entrar, y le explica cómo la entrada lateral se utilizaba para los pacientes de un médico que ya no vive allí y cómo estaban decoradas las habitaciones y dispuestas las cristaleras. Hay un momento en el que se vislumbran, a la luz de las palabras del novelista, los dos hogares superpuestos. En el cine, se podría haber rodado con una imagen más fantasmal que se va haciendo sólida poco a poco sobre la otra, de forma que habría un instante en el que ambas conviviesen.

Pensé exactamente en esta escena cuando tuve en mis manos Aquí, el cómic de Richard McGuire, una obra gráfica que su autor comenzó a escribir en los años 80. Publicó una versión inicial de ella en la revista Raw en 1989. Consistía en seis páginas en blanco y negro con seis viñetas cada una donde dibujó la misma vista, desde el mismo punto, del salón de una casa. Cada una tenía una fecha colocada en su esquina superior izquierda, de forma que iba mostrando qué estaba sucediendo en esa época en ese punto. Y no solo eso, había subviñetas que mostraban zonas del mismo salón en otros instantes, constituyendo un collage diacrónico. Con los años, McGuire amplió el cómic hasta convertirlo en una novela gráfica de trescientas páginas utilizando el mismo método, solo que cada escena pasó a ocupar una doble página completa a color. La última versión de todas, actualizada, se publicó en España en 2021.

La casa retratada – he estado a punto de escribir “fotografiada”, y en parte se siente así, como si una cámara fija nos retransmitiera imágenes puntuales durante millones de años – es la suya propia, en Nueva Jersey, donde se crió. Para inspirarse utilizó fotos familiares, vídeos grabados por su padre y también el diario de un habitante del mismo pueblo en el siglo XVIII. Las primeras páginas dan la sensación de que vamos a asistir a una amalgama temporal de la vida sencilla de ciertas familias que decoran de forma distinta su salón entre los años treinta y los dos miles, pero pronto nos damos cuenta de que se trata de un proyecto tremendamente ambicioso donde asistimos no solo a ese salón, sino también a lo que había en su lugar antes de construir la casa, como la mansión colonial colocada enfrente – y tapada por la vivienda actual posteriormente – o las cazas de los nativos en el siglo XV. Hay nacimientos, muertes, un infarto, fiestas de diferentes épocas, un lugar donde todavía no existe la vida, preguntas, bailes, posados para hacer distintas fotografías y también momentos muy trascendentales en los que se vislumbra el origen de la vida o el final de ella.

Contrariamente a lo que podría parecer, el libro no resulta nada pretencioso ni pesado. Se lee bastante deprisa – y creo que terminarlo en dos o tres tardes como mucho hace que la sensación de trascendencia que provoca sea más completa – y se puede decir que tiene cierta intriga que impulsa a seguir, buscando algún patrón, alguna clave o algún vínculo entre las diferentes familias y épocas . Hay momentos, al volver la página, en los que se erizan los pelos del brazo, ya sea por una conexión con alguna otra viñeta lejana o porque el autor nos ha llevado demasiado lejos en el tiempo, ya sea hacia atrás o hacia delante.

Estas viñetas podrían contener absolutamente todo. Si fueran infinitas, serían una biblioteca Borgiana de imágenes con todo lo que ha sucedido y sucederá en el mismo lugar. Viendo todas estas páginas juntas se experimenta a la vez la sensación de que somos pequeños, apenas un suspiro, pero también la de que somos enormes, tanto como una niña que baila y queda ya inmortalizada en ese instante feliz.

Aquí (Salamandra Graphics, 2021) | Robert McGuire| Traducción: Esther Cruz Santaella | 304 páginas | 26€

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