LUIS ANTONIO SIERRA | A principios de verano pasado, un amigo decidió hacerme un regalo de cumpleaños algo tardío ya que llegaba con casi diez meses de retraso. No había estado de acuerdo con el presente colectivo que me hizo el resto de nuestro grupo de amigos – un bote de cara colonia – y se conjuró para regalarme algo que él consideraba adecuado. Así pues, un día que quedamos a comer me llevó un libro que le había recomendado un librero amigo suyo quien le contó que era la auténtica sensación literaria del momento en el país y que había llegado a esas cotas gracias al boca oreja – y, añado, gracias también al pastizal que ha invertido la editorial Siruela en su promoción. Para mi sorpresa vi que el autor de esta obra era paisano mío y teniendo en cuenta la cantera de creadores en distintas disciplinas que ha dado mi pueblo en las últimas décadas – Antonio Muñoz Molina, Salvador Compán, Luis Foronda, Joaquín Sabina, Zahara, etc. – el libro prometía, aunque solo fuera por una ilógica y chovinista predisposición.
El autor en cuestión es el polifacético David Uclés y el libro es una novela titulada La península de las casas vacías. Una de las primeras cosas que se me vendió del libro es que la narración se puede enmarcar dentro del subgénero del realismo mágico. Es cierto que puede llegar a compartir similitudes con la obra de García Márquez o de Miguel Ángel Asturias, por citar a dos de sus grandes exponentes, pero lo encuentro mucho más cercano a otra suerte de realismo mágico patrio cuyo mayor exponente no es literario sino fílmico y que no es otro que José Luis Cuerda y películas suyas como la mítica Amanece que no es poco. Por otra parte, la muestra de lo irreal como algo común que supone el realismo mágico puede que se quede algo escasa en La península de las casas vacías ya que el armazón de la novela no se sustenta en ese extrañamiento, sino que este efecto aparece en pinceladas de magia encajadas, a veces de manera algo forzada, en una historia bastante pegada a la tierra.
Esa historia se desarrolla fundamentalmente durante los años de la última guerra civil en España, la que comenzó en julio de 1936 y acabó en marzo de 1939 con el resultado conocido por todos, esto es, la victoria del fascismo golpista. El autor hace también referencia a los prolegómenos del golpe de estado y brevemente a las consecuencias inmediatas del triunfo franquista. Respecto a este antes y después de la guerra ha habido voces que han juzgado a Uclés como equidistante y, me temo, no les falta razón. Las causas de la sublevación fascista contra el régimen democrático de la Segunda República han sido ampliamente estudiadas y expuestas por ilustres historiadores como Ian Gibson, Ángel Viñas o Paul Preston y no caben ambages en cuanto a los actores que estuvieron detrás de la caída de la joven democracia española que echara a andar en 1931. Sobre este asunto Uclés abre un interrogante incomprensible sobre la responsabilidad compartida del estallido de la guerra. Asimismo, pasa de puntillas por la durísima y sangrienta represión ejercida por el bando ganador tras haber prometido el perdón y el olvido para quienes no tuvieran delitos de sangre, lo que hizo que muchos, confiados por esas afirmaciones, acabaran con un tiro de gracia en la nuca y enterrados en fosas comunes.
Además de todo lo dicho, la novela de Uclés se centra en la progresiva desaparición de una familia durante los años de la contienda, de la que solo unos pocos miembros sobrevivirán a la misma. La tragedia se cierne sobre este clan llegando a cotas insoportables en cuanto a dolor y sufrimiento se refiere: desapariciones, secuestros, fratricidio, etc. A pesar de toda esta desolación, al final, y siguiendo el esquema de las tragedias clásicas, el orden acaba por restablecerse tras desdichas y muertes varias. Las implicaciones ideológicas en cuanto a este restablecimiento del orden natural de la cosas dan que pensar.
A pesar de las precauciones expuestas, el libro se lee muy bien y sus setecientas páginas no se hacen en ningún momento pesadas, algo ya de por sí meritorio que muestra, entre otras cosas, el buen oficio del de Úbeda. Últimamente en la literatura patria abundan libros cuyo valor parece medirse casi exclusivamente al peso y cuya lectura nos suele dejar vacíos. Afortunadamente, este no es el caso de La península de las casas vacías que para el atento lector puede ser un disfrute, cautelas ideológicas incluidas.
La península de las casas vacías (Siruela, 2024) | David Uclés | 700 páginas | 26 euros.
«La muestra de lo irreal como algo común que supone el realismo mágico puede que se quede algo escasa (…) ya que el armazón de la novela no se sustenta en ese extrañamiento, sino que este efecto aparece en pinceladas de magia encajadas, a veces de manera algo forzada, en una historia bastante pegada a la tierra.»
Es exactamente lo que yo siempre habría dicho de «Cien años de soledad» (en contraposición a «Industrias y andanzas de Alfanhui», por ejemplo o, por supuesto, «Amanece que no es poco»).