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Mead en Madison

9788416420186ILYA U. TOPPER | “No hace falta saber nada de antropología o de Margaret Mead, su marido o su amante para saborear esta novela…” Esta frase figura en la portada del libro, mejor dicho en la sobrecubierta, y nos estropea, de entrada, la lectura. Porque viene subrayada por tres medallones de fotos en sepia, y aunque he sido incapaz de identificar a ninguna de ellas en los buscadores de internet, qué duda nos cabe de que se trata de Mead, su marido y su amante. Y aunque de Mead no hayamos leído más que, en algún momento de la adolescencia, birlándolo de la estantería de nuestros padres, y con poco provecho, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (en las ediciones más recientes le han quitado la palabra sexo), no podremos evitar pensar que aquí veremos cómo la antropóloga –y mítica abogada de una mayor liberación sexual en Norteamérica– lleva a la práctica en su propia vida sus reflexiones sobre la libertad sexual de los jóvenes polinesios.

Desengáñense. En varios aspectos.

Uno: Esto no es la historia de Margaret Mead (1901-1978). Es una novela, tal y como aclara la autora, Lily King, en el breve epílogo, y como ustedes pueden comprobar si echan un vistazo a internet: si bien los tres antropólogos, Mead, Reo Fortune, entonces su marido, y Gregory Bateson, con el que se casó más tarde, coincidieron en el río Sepik en Nueva Guinea en 1933, el encuentro acabó de una manera totalmente distinta. Lo cual no dice nada contra la novela, aunque la autora no se haya preocupado de modificar siquiera los nombres de los hermanos de Bateson (1904-1980, Bankson en el texto) ni las circunstancias de su muerte ni el nombre de la hermana-trauma de Mead.

Todo bien: no confundiremos. No odiaremos al antropólogo neozelandés Reo Fortune (1903-1979) por lo mal que se porta el australiano Schuyler Fenwick en la historia. Pero precisamente este será el punto de partida para la crítica que se puede hacer a la novela: dado que Lily King no tiene necesidad de atenerse a lo que realmente sucedió, debe procurar que la ficción supere la realidad: si no lo hace, se convierte en innecesaria. Preguntaremos, pues: ¿Son buenos personajes Bankson, Nell Stone y Fenwick?

Bankson, el auténtico protagonista –la mayor parte de la novela está narrada desde sus ojos– sí está bien dibujado: es fácil identificarse con él. Actúa –ésta es la prueba del algodón en cualquier narración, literaria o cinematográfica– porque no puede actuar de otra manera, sigue una senda forzado por sus circunstancias, sus dudas, sus traumas, toda la humanidad que lleva a cuestas.

Distinto es Fenwick: podría perfectamente ser un poco menos egoísta, un poco menos celoso del éxito de su mujer. Nada le fuerza a ser el cabrón en el que se va convirtiendo. Y es un fallo: un buen malo necesita un motivo incontestable, diríase una justificación ética para sus fechorías. Si no, queda poco creíble como personaje. No digo que no haya hombres así: abundan en todas partes; probablemente la mitad de los novios de sus amigas de usted, lectora, no sean mejores, y usted se sigue preguntando cómo les pueden gustar a ellas.

Y esta es la pregunta que me hago con Nell Stone, y que Lily King deja sin responder: ¿por qué la antropóloga que ha sacudido toda una sociedad con su retrato de la libertad sexual adolescente en Polinesia elige seguir queriendo (¿queriendo?) a un marido del que ya sabe que es egoísta, falto de sensibilidad, mal compañero? ¿Sentido del deber? ¿En alguien que acaba de plantar por escrito la inexistencia de un modelo social universalmente válido? No digo que no haya mujeres así; abundan, y probablemente usted, lector, etcétera.

Pero Lily King nos lo podría haber explicado. Podría haber confrontado el reconocimiento de que no hay modelo social único con la actitud de respeto a un modelo social ya superado. Pero no, las páginas del diario de Nell Stone no van más allá de lo que podría haber escrito cualquier Francesca, cualquier treintañera norteamericana, sin salir de Madison County.

De esto no nos salvo tampoco la historia de amor con su amiga-amante Helen: se desarrolla en el mismo círculo de posesividad clásica, no-samoana. Sí, la pregunta –la esencial de toda la novela, su hilo conductor desde el principio, desde escena inicial del libro, en la que dos mujeres compiten por un hombre al que ni siquiera quieren tener– se plantea: “¿Tú crees que es natural el deseo de poseer a otra persona?”. Pero los personajes rehuyen la respuesta en menos de media página.

Tampoco está bien resuelto el final: que una escultura sagrada llamativa conmueva a un antropólogo hasta el punto de arriesgar su vida y la de los demás para hacerse con ella, eso está bien planteado. Fama, honor, dinero son motivos. Pero el engarce falla, si nadie ve la escultura.

Lo cual no quita que en conjunto, la novela sea de una lectura fluida, ágil, con unas cuantas imágenes que nos gustará recordar (impagable esa primera escena en la que Nell Stone, recién salida de una tribu caníbal, observa a dos señoras blancas, esposas de colonos: “Adornos en cuellos, muñecas, dedos; pintura sólo en la cara; acentúan los labios (rojo oscuro) y los ojos (negro)…”). Y sí, con la pregunta planteada. Para que sigamos pensando.

De los adjetivos “Emocionante, intensa, seductora, sexual, intelectual”, que figuran en la portada (crítica de un diario norteamericano), la última es sin duda cierta, las primeras dos quizás, pero para encontrarle un tono de sexualidad al libro hay que haber salido de un hogar victoriano sin Lady Chatterley. Bueno, no está mal la escena en la que él escucha el pis de ella, en la oscuridad. Pero en eso nos quedamos. El polvo conyugal del primer capítulo está descrito con toda la intención de ser un anticlímax, un momento opuesto al erotismo: caracteriza muy bien la frialdad de Fen. Pero luego, no, cuando aparece Bankson, seducción no hay, seductora no es Nell, por mucho que se defina “sureña” en su modelo-matriz de culturas. Ya quisiera.

Resumen: dudo un poco de que se trate de “una de las diez mejores novelas de 2014” (como se ha calificado en Estados Unidos). Pero no se arrepentirán de leerla. Sirve para reflexionar. Y para observar nuestra sociedad, el amor convencional –ese del que no se sale Nell Stone– con la mirada escéptica de antropólogo que todos deberíamos tener.

Euforia (Malpaso, 2016) de Lily King | 266 páginas | 19,50 € | Traducción de Jorge Rizzo

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