JOSÉ GARCÍA OBRERO |Bajo un acertado título, por la coherencia que este oxímoron mantiene con su poética, Elena Román acaba de publicar Novedades: ayer, “posible antología” en la que se recoge una importante muestra de su trabajo desde 2008 a 2019. La editorial encargada de alumbrarlo ha sido Liliputienses, sello independiente extremeño (o de la intermitente Isla de San Borondón), que suele dedicar su esfuerzo y su catálogo a autores latinoamericanos actuales, pero que sabe cuando abrir su espacio a aquellos nacionales que, como es el caso de la autora cordobesa, transitan con una propuesta original por espacios poco iluminados del tupido –en ocasiones cerrado– bosque poético.
Aunque su currículum es mucho más extenso y supera, en el periodo de tiempo acotado, los diecisiete títulos, Novedades: ayer ofrece al lector una buena representación de sus doce libros de poesía, algunos de los cuales le han valido reconocimientos tan importantes como el Villa de Peligros o el Blas de Otero-Villa de Bilbao, más un apéndice –un bonus track– de más de veinte poemas que, en este mismo espacio de tiempo, han visto la luz en diversas publicaciones. Una trayectoria en la que, desde el primer peldaño, Veintiún bisontes, hasta el último, ¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud?, manifiesta una voz consistente y personal. Aunque los principales rasgos de su poética aparecen ya definidos en su debut, en las sucesivas entregas esta va adquiriendo otros matices y abriéndose a nuevos canales, en función de las necesidades expresivas y estéticas que quiere explorar. Una de las principales características, que acompañan toda su obra, es la preferencia por lo natural o cotidiano frente al artefacto intelectual: “que el fuego nació antes del agua y el verso antes que la tinta”. También desde el primer trabajo, y en algunos de los siguientes (A propósito de los cuerpos, Ciudad girándose), exhibe su dominio de una prosa poética a la que imprime su singularidad y cuya filosofía parece quedar recogida en el verso: “Nada es fácil de entender si nada tiene que entenderse”. Con ella busca accionar en el lector mecanismos que no tienen tanto que ver con la razón, como con la chispa que apela al ingenio, la sensibilidad y eso tan escaso y difícil de lograr en poesía como es un agudo sentido del humor deudor de Gómez de la Serna, Mihura o Gloria Fuertes. Para llevar a cabo estos propósitos, en Novedades: ayer despliega toda su artillería, consistente en la elaboración de unos versos que llevan el aforismo en su ADN –“La frente de una despedida es un calambur. La frente de un faraón es un jeroglífico atestado de búhos. La frente de la Tierra es el Amazonas”–.También se le da protagonismo, con frecuencia, a la risa abierta –“Cariño, te he dejado en la nevera un poco de pavo/ y una metralleta por si lo notas crudo”–. Finalmente, el surrealismo, especialmente en la última etapa, va conquistando terreno hasta llegar a ser una suma de descripciones de sueños con elaborada carga lírica. Una obra, en definitiva, que se edifica a partir de la observación minuciosa de lo cotidiano, pero que acaba cartografiando lo universal, capaz de vislumbrar en una bayeta o en una nevera las claves de la existencia desde que, en las cavernas, el ser humano pintara bisontes. Imágenes que parecen conectar con la extrañeza que producen los fotopoemas de Chema Madoz. Por eso cuando afirma: “yo necesito encontrarle los tornillos a todo/ localizar el mecanismo manual de cada creación”, no exagera en absoluto.
Reseña publicada previamente en Cuadernos del Sur.
Novedades: ayer. Posible antología (2008-2019) (Liliputienses, 2020) | Elena Román | 252 páginas | 13.52 euros