JUAN CARLOS SIERRA | Últimamente parece que sufro o disfruto -no lo tengo claro aún- de cierto apego por la prosa autobiográfica, la autoficción, el Yo relator,… o como quiera llamarse esa criatura literaria de mil caras en la que uno se pone a contar su vida sin intermediarios. Así, a bote pronto, me veo rodeado de jóvenes escritores –Carlos Pardo o Manuel Astur-, de autores más veteranos –Vicente Valero-, de difuntos ilustres –Jaime Gil de Biedma– o de igualmente ilustres escritores pero vivos –Antonio Muñoz Molina-; y no solo de narraciones más o menos convencionales –El viaje a pie de Johann Sebastian, Los extraños, Como la sombra que se va-, o de formatos estrella en este terreno como los diarios -magnífica edición, dicho sea de paso, la de Andreu Jaume de todos los diarios de Gil de Biedma-, sino también de artefactos curiosos y originales como el «ensayo emocional» de Astur Seré un anciano hermoso en un gran país-.
Supongo que no hay que ir más allá, que no existe una tendencia, moda o línea de creación que no he sabido ver, que no he perdido definitivamente mi olfato crítico -si es que alguna vez lo tuve- y que todo esto no es más que la constatación de que las casualidades existen, que el azar lector es caprichoso y ha querido que confluyan en esta marea autobiográfica mis lecturas últimas. Pero, claro, yo no decido qué se publica o no…
En cualquier caso, en esta línea involuntaria de atracción por lo autobiográfico hace poco cayó en mis manos Noches sin dormir de Elvira Lindo, el diario que la escritora gaditana siguió durante su último invierno en Nueva York, tras otros diez anteriores; un diario con fecha de caducidad, pues.
Independientemente de las circunstancias espacio-temporales, se trata de un diario de una escritora, o sea, de una mirada atenta y curiosa que además, en el caso de Lindo, ni engaña ni se engaña, no trata de quedar bien ni especialmente mal -en Noches sin dormir no hay divismo ni malditismo-, no observa el mundo por encima del hombro ni se encierra en su escritorio de cristal.
Por otra parte, se trata de una mirada higiénica por su condición de extranjera, por la distancia que en ella misma habita. Pasear por las calles de Nueva York sin ser de allí, sin ser un ‘knickerbocker’, saca a la palestra todo lo que incrustado en esa normalidad cuesta sacar de su silencio y de su anonimato. Pero también ayuda a contemplar la propia normalidad, pongamos por caso el propio país, con unos ojos diferentes, pero sobre todo sin el ruido y la furia que gastamos por estos pagos para cualquier asunto que no certifique nuestra versión oficial de los hechos.
A todo esto hay que añadir la ternura. En este sentido, sobresalen por la emoción que transmiten los pasajes sobre la visita de «las Almagro» -la familia que acogió a Lindo en Málaga en su nueva condición de madre recién separada-, las líneas sobre Jimmy -el sereno de la 107-, los párrafos que se dedican al padre o las reflexiones a propósito de la visita del marido, el también escritor Antonio Muñoz Molina, a un instituto del Bronx para hablarles a estos alumnos ocasionales de Las bodas de Fígaro y acompañarlos la tarde siguiente a la ópera.
La mirada subjetiva de Elvira Lindo se hace carne en este diario invernal a través de una prosa ágil, fluida, amena, pegada a la vida y a la calle -si es que no son la misma cosa-, con los guiños y quiebros de fino humor marca de la casa. Pero también se hacen imagen en las fotos que se intercalan a lo largo del libro con buen criterio y buen pulso, aunque no sé si con idéntica calidad técnica -eso lo tendrán que valorar otros-. A mí, en cualquier caso, me parecen oportunas y, lo más importante, no chirrían, no importunan la lectura, sino que la enriquecen.
La escritura, ya sea un diario como el de Elvira Lindo, un poema, una novela o cualquiera de las formas literarias que uno pueda imaginar, contribuye a enriquecer la mirada del lector cuando el hilo de transmisión resulta convincente, como es el caso de estas Noches sin dormir. El acento, el tono, la perspectiva y, por qué no, la ternura, humildad y honestidad del libro que nos ocupa nos sacan de paseo por Nueva York, a pesar del frío invierno, y nos mete en la intimidad de los apartamentos, los despachos y los clubes de jazz; nos enseñan a mirar una ciudad distinta de la creada por los clichés cinematográficos. Y todo gracias a la generosidad de alguien que, como Elvira Lindo, ha decidido regalarnos su intimidad en forma de diario. Pero en la intimidad a veces uno se deja llevar y dice sin querer algunas «tonterías», como que se va a dejar de escribir. Una nube negra, pasajera, “consecuencia de cierta frustración o cansancio”, afirma el escritor consorte (página 126). Pues eso. Sigamos mirando al mundo juntos, lectores y escritora, en un futuro diario de Madrid o de Lisboa.
Noches sin dormir (Seix Barral, 2015), de Elvira Lindo | 224 páginas | 20 €