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Monsieur Flaubert soy yo

Los mecanismos de la ficción

James Wood

Editorial Gredos, 2009.

ISBN: 978-84-249-3610-5

193 páginas

23 euros

Traductor: Ana Herrera

Javier Mije

“Un autor en su trabajo debe ser como Dios en el Universo, presente en todas partes y no visible en ninguna”. Resulta paradójico que esta consigna de Flaubert sea una de las citas primordiales de este ensayo, dada la querencia ocasional de James Wood hacia la luminotecnia del ingenio y, como ha señalado el profesor Sanz Villanueva, su gusto por epatar. Pero Los mecanismos de la ficción es un libro tan erudito, tan sensato y tan lúcido que sospecho que esta aparente contradicción del ensayista que se hace notar con sus juegos de palabras mientras glosa las virtudes de la llaneza de estilo no es más que otra enseñanza soterrada de estas páginas: la que nos muestra el camino de dificultades que va de la teoría a su realización. Está bien que así sea, los secretos de la ficción están aquí tan clarificadoramente expuestos que la sencillez de las disertaciones, su rotundo sentido común y la nitidez expositiva de Wood podrían conducirnos a la idea quimérica de que escribir novelas es una tarea sencilla. Reseñadores habrá que no necesiten tirar por una abrupta calle de en medio para incitar la lectura de estas páginas, pero como temo no estar a la altura de las circunstancias dejo aquí encendido el siguiente cartel luminoso: si quiere usted ser escritor, o si más modesta y sensatamente desea usted ser un lector apañado, encargue cuanto antes este libro en su librería de confianza.
El ensayo está estructurado en diez secciones que tratan asuntos como la focalización, el diálogo, la caracterización de personajes, la importancia de los detalles y todo ese entramado de herramientas necesarias para levantar esos artefactos privilegiados de nuestra cultura llamados novelas. En ellos Wood cuestiona, matiza y revela la falsedad de unos cuantos paradigmas tenidos como dogmas por la narratología más al uso. Uno de los capítulos más interesantes es el dedicado a reivindicar la legitimidad del punto de vista omnisciente, a demostrar las sutilezas que puede alcanzar el estilo indirecto libre frente a los que postulan que no hay otro narrador posible que el yo parcial y quebradizo. Vaticino que los capítulos dedicados a los detalles –esas ráfagas de palpabilidad- , el diálogo, y la deconstrucción que hace Wood de la clásica división de Foster entre personajes planos y redondos serán a partir de ahora textos fundamentales en cualquier escuela de escritura creativa que se precie. Yo ya los he fotocopiado, con perdón.
Igual que Harold Bloom situaba a Shakespeare en la cima solitaria del canon occidental, el autor que para Wood sintetiza todos los progresos de la técnica narrativa moderna –detalles expresivos y brillantes, alto grado de observación visual, falta de sentimentalidad, elusión de lo superfluo, invisibilidad del autor y búsqueda de la verdad- es Flaubert. Con Flaubert, dice Wood, “la literatura se volvió problemática”. Ningún novelista se preocupó tanto por el estilo, ninguno fue tan fanático en la depuración de las frases. El autor de Madame Bovary contribuyó también a dinamitar los personajes estables en favor de otros más parecidos a nosotros, esto es, seres frágiles que deciden sus principios a medida que van avanzando y se ven condicionados por todo tipo de cosas: la genética, la educación, la sociedad, el bolsillo. Flaubert tiene algo que decirnos también sobre la confusión de algunos críticos –que se clarifica aquí magistralmente en el último capítulo- en torno al realismo. Realismo no es mímesis; la función de la narrativa no es representar la realidad. El realismo es una convención que selecciona y moldea la realidad para crear una verdad de otro orden. Gregor Samsa no es un ser humano probable, ¿pero niega esto que La metamorfosis sea un texto de una verdad clarificadora sobre nuestra humana condición? La literatura no copia la realidad sino que trae a la mente realidades. Por eso Flaubert denostaba la pornografía, no por su condición inmoral, sino por su alejamiento de la verdad. Si usted ve una de esas películas subidas de tono probablemente afirme con Flaubert: “las cosas no son así”. Pero quizá el legado más perdurable de Flaubert sea su afán perfeccionista. Todos los escritores que han venido detrás, afirma James Wood, han sentido el aliento de Flaubert en la nuca. El señor Flaubert es usted, educado lector, que mesura y juzga los méritos estéticos de cualquier obra de ficción; Monsieur Flaubert es todo el que se atormenta con la siguiente pregunta: ¿está lo bastante bien escrito?

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