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Muerte dulce

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Mientras leía Leer mata, los medios de comunicación mínimamente serios daban cumplida y extensa cuenta del fallecimiento de Ouka Leele, la fotógrafa del blanco y negro que llenó de color sus magistrales obras. Y en ese momento me di cuenta de que Luna Miguel bien podría ser la Ouka Leele de los libros, capaz de llenar de color cualquier texto que escribe negro sobre blanco. Y buena muestra de ello es este Leer mata… En ocasiones, colores suaves y seductores, como el del vino de uva verdejo (¿por qué lo llaman vino blanco si es amarillo?). En otras, con el color más salvaje y a flor de piel del rojo seductor en las mejillas. Etcétera…

Leer, vaya por delante, y salvo en las tempranas edades escolares, es un ejercicio voluntario. No así morir de amor. Pero ambos esfuerzos pueden tener las mismas consecuencias. Y Luna Miguel se zambulle en el estudio y la reflexión sobre ambos fenómenos, tanto monta, monta tanto, entrando por la puerta de El mar, el mar, de Iris Murdoch. Y, de la mano de su protagonista, Charles Arrowby, descubre que su avidez por leer puede ser una suerte de bulimia (“Leer bulímicamente era una forma de autodidactismo feroz”).

Comienza la autora declarando que se considera una “artista ocular”, una “acaparadora de caracteres ajenos”, y vive con el ansia de leerlo todo antes de morir. ¿A quién no le ha pasado?… A partir de ahí, atraviesa otras fases tan patológicas como reveladoras, empezando por la Enfermiza (y ese chute de “chestertonsterona” —bendito hallazgo calificativo— cuando cae en el marujeo con sus amigos Mataamor y Raíces), a quien le atribuye la sentencia “Todo lo que leí por amor, lo acabaré pagando”. Y siguiendo por la Amorosa, entregada al momento que lee, a sus lecturas y, en una deriva irremediable, a convertirse en Sumisa, leer sobre leer, el vicio elevado a una potencia inabarcable (“cuanto más se lee, menos se ha leído”), siguiendo la línea de no me acuerdo qué autor (y que, como decía Umbral, no me voy a levantar a mirarlo), que afirmaba algo así como que cuantos más libros tiene tu biblioteca menos tiene o, de este sí me acuerdo, Juan Bonilla, que en su libro La novela del buscador de libros sostiene que una biblioteca está compuesta por los libros que tienes y por los que, con el tiempo, vas descubriendo que no tienes y te faltan por leer.

Mención especial merece el capítulo de este pequeño pero intenso ensayo dedicado, en forma de trasunto de diario, a la lectura del Ulises de Joyce, y donde los sucesivos capítulos sustituyen a los días. Este año, que se conmemora el centenario de su publicación, no estaría de más hacer el ejercicio de leer ambos textos a la vez y poder llegar a una de las conclusiones con las que rubrica Luna Miguel uno de los capítulos finales: “Ya lo sé: Ítaca es el culo de Molly Bloom”. Sesudos, ampulosos y trascendentales críticos del mundo literario internacional: tomen buena nota.

Leer mata bien podría compararse con lo que los expertos en armamentística denominan una bomba de racimo, de fragmentación o de dispersión, la cual, al abrirse, libera un gran número de pequeñas bombas que salen despedidas en diferentes direcciones creando un devastador efecto piramidal contra el enemigo. En el caso del ensayo que nos ocupa, la metralla estaría compuesta por la cantidad ingente, tan erudita como exquisita, de títulos y autores y autoras que cita para sostener, apoyar y corroborar sus afirmaciones. Libros que uno ya va apuntando en su particular columna del “Debe” de su biblioteca.

Es posible que al final, y de manera irremediable, el acto de leer, por culpa de esa bomba de racimo, efectivamente mate. Pero de placer. ¿Alguien más se apunta?…

Reseña publicada con anterioridad en la web de Tres Pies al Gato.

Leer mata (La Caja Books, 2022) | Luna Miguel | 140 págs. | 9.90€

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