0

El mundo se derrumba y tú vendes libros

adimi-riquezas

ALEJANDRO LUQUE | De un tiempo a esta parte, no hay editor en su sano juicio que no haya contribuido a un nuevo subgénero de la narrativa: la novela con librería. Alguien, algún día, se dio cuenta de que los libreros, que no suelen ser por lo general malos lectores y sobre todo son grandes prescriptores de lecturas, podían ser especialmente sensibles a los títulos que versaran sobre su gremio. Y la cosa debió de funcionar, porque desde entonces han ido desfilando por los escaparates La librería de Penelope Fitzgerald, La librería ambulante y La librería encantada de Christopher Morley, Mi maravillosa librería de Petra Hartlieb, La librería quemada de Sergio Galarza, La librería de Mitsuko, de Aki Shimazaki, Una librería en Berlin, de Françoise Frenkel, La librería mas famosa del mundo, de Jeremy Mercer y un larguísimo etcétera.

No es de extrañar, pues, que cuando Libros del Asteroide, sello juicioso, decidió lanzar esta novelita de Kaouther Adimi, tomara la precaución de añadir en la portada el subtítulo Una librería en Argel, no vaya a perderse tontamente ese eventual tren. Para muchos, sin embargo, resultará mas atractivo el subtítulo por la combinación de la palabra librería con el nombre de la capital argelina, puesto que cualquier topónimo del mundo árabo-musulmán nos sugiere comúnmente mercados de especias, bazares de sedas y platos de cerámica, pero no librerías: craso error, porque –si bien no viven su época dorada- no solo las ha habido y las hay desde Algeciras a Estambul, sino que en ocasiones han escrito paginas fundamentales en la historia de las ciudades. ‘Las verdaderas riquezas’ fue una de ellas.

La de Adimi se nos presenta como una obra fragmentaria, saltarina entre pasado y presente, que alterna los diarios apócrifos del fundador de la librería a mediados de los anos 30, Edmond Charlot (1915-2004), con la peripecia de Ryad, un estudiante de ingeniería al que la literatura le trae al pairo, y que recibe el encargo de vaciar el establecimiento y deshacerse de sus volúmenes antes de que este se convierta en un despacho de buñuelos. Algo de réquiem tiene pues la narración, aunque muy pronto entenderemos que la leyenda de ‘Las verdaderas riquezas’ –titulo de un célebre libro de Jean Giono, al que Charlot pidió permiso para bautizar su negocio libresco- va más allá de su dimensión, digámoslo así, comercial.

De hecho, no se tarda mucho en comprender que ‘Las verdaderas riquezas’, con su lema optimista –“Un hombre que lee vale por dos”- no fue nunca una mina de oro. Para empezar, fue un mixto de librería y biblioteca de préstamos, así como lugar de reunión de intelectuales, y muy pronto se convertiría además en modesta casa editorial. Su andadura comienza pocos años después del centenario de la Argelia francesa, y pocos años antes de que Alemania anime a la población “indígena” –como se la llamaba entonces- a sublevarse contra la potencia colonial. La empresa de vender libros se antoja en ese escenario convulso poco menos que quijotesca, y como buen Quijote, el loco Edmond Charlot no para de sufrir penalidades: es llamado a filas, sufre cárcel, pasa todo tipo de privaciones, en especial la escasez de papel y tinta para seguir editando…

Y, al mismo tiempo, paso a paso, va conformando un catálogo que será la envidia de cualquier editor. Además de dar a conocer a un joven asiduo de su librería llamado Albert Camus, publicará a André Gide, a Kateb Yacine, a Antoine de Saint-Exupéry, a Gertrude Stein, a Alberto Moravia… Y, claro esta, sabrá lo que es esa otra guerra, la de la competencia de los grandes editores respecto a los pequeños.

En todo caso, y mas allá de su pretexto literario, la novela nos remite a una época decisiva de lucha por la libertad, por las libertades, en la que todavía se pensaba que la letra impresa tenía mucho que decir, y tal vez fuera así. Así, Charlot y los suyos fundan revistas como quien cava trincheras: “Hay que estar loco para sacar una revista hoy y aquí. Pero si no lo hacemos ahora, luego será demasiado tarde”.

Como el malogrado Camus, Edmond Charlot y ‘Las verdaderas riquezas’ revelan la fotografía de un tiempo en el que la gente de bien pasaba con facilidad de la sartén al fuego, de la represión feroz de la metrópoli a la violencia indiscriminada de la insurrección argelina. Nuestro personaje padecerá este clima en propia piel y en su patrimonio, y sin embargo resistirá a pie firme, porque de un sueño nunca se dimite. No obstante, la sugestiva forma con que Adami nos trae hasta ese momento histórico parece flaquear, por exceso de telegrafismo, a la hora de expresar el nido de odio en que devino la relación Francia-Argelia, con el que se podrían rellenar muchas páginas; la autora opta, en cambio, por la pincelada impresionista, que tampoco se le da del todo mal.

¿Y Ryad? ¿Y Abdallah, el último librero del establecimiento de la antigua calle Charras, hoy Hamami, ese que deambula con una sábana sobre los hombros y que, a pesar de no ser un lector muy dedicado, esta dispuesto a permanecer allí hasta el ultimo día? Digamos que estos testigos de actualidad ofrecen un buen contrapunto, al tiempo que preparan para el lector una amable sorpresa final.

Galardonada con los premios Renaudot des Lycéens y Prix du Style, y finalista del Goncourt y del Médicis, esta novela que se lee con gusto en una tarde confirma, en fin, a una joven escritora argelina, que también las hay después de Assia Djebar, con el coraje y el talento de seguir indagando en la vieja herida de la Historia, y de plantear cuestiones que, como la marea, regresan hoy a la actualidad para invitarnos a reflexionar y, si fuera necesario, a fundar una librería, una editorial, una revista, un dique cualquiera contra la estupidez y el fanatismo.

·

Texto publicado en M’Sur.

Nuestras riquezas (Libros del Asteroide, 2018) | Kaouther Adimi | 192 páginas | 18,95 euros | Traducción de Manuel Arranz Lázaro

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *