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Narrando la falta de tema

Socorrismo
Antonio Luque
104 páginas
978-84-937269-9-7

Cul-de-sac
Mercedes Cebrián
978-84-92837-00-7
40 páginas

Alpha Decay, 2009
8 €

Carolina León

Como lectora, no suelo anteponer prejuicios a la hora de abrir un libro; ni tampoco suelo dejarlos tirados a la quinta página, incluso cuando ellos me defraudan. Como lectora de relatos, busco que me encandilen, aunque sea un poquito, que me ofrezcan el lado que yo misma no sé ver de las situaciones, que humedezcan mi imaginación machacada por las horas de trabajo. ¿No es algo parecido lo que queremos todos?

En las pocas páginas de un relato ha de caber cierta maravilla, es lo único que les pido.

En la nueva colección Alpha Mini de Alpha Decay se ofrecen relatos (uno, dos, pocas páginas) en un formato comodísimo, y la hornada otoñal trajo juntos a Antonio Luque y Mercedes Cebrián. Juntos pero no revueltos.

Del primero, a los lectores no les sonará su nombre, a los oyentes de indie-pop sí. Antonio es más conocido como Sr. Chinarro y, desde 1990 ha editado once discos y más de cien canciones, en las que suele aplaudirse su lírica popular, imágenes geniales junto a lugares comunes del folklor, picardía y poesía entrelazadas. He tomado, por mi lado, Socorrismo, sin esperarme una traslación de su lírica a la prosa, he abierto las páginas de su debut como abriría cualquier libro de cuentos. Esperando literatura.

En “La mina”, se enfoca en un espacio-tiempo que da para el costumbrismo; un pueblo minero, su fauna local, las líneas de tensión que la atraviesan. Me encontré leyendo perdida los párrafos, sin encontrar hilván que los uniera, saltando entre ellos sin muletas ni coces en el culo: al cabo de sus páginas, en las que no falta el humor con todo su desapego, no tenía idea de qué me había querido contar el autor. Cierto que creí que esa forma le venía mejor a un cómic, y creo que habríamos encontrado mejores transiciones en uno.

“Socorrismo” baja un poco la guardia en cuanto a esa distancia feroz que imprime el narrador a sus temas y timbres. El personaje, Augusto, toma un poquito, de soslayo, la perspectiva, y es el mejor momento del libro. Augusto es un ingeniero e inventor sin mucha suerte, que se mete en un berenjenal de relación falsa con su tocaya, Augusta, venezolana que le saca los cuartos. Más allá de los demasiados tópicos (inmigrante, prostitución, etc.), se pringa tan poco poquísimo con la materia narrativa que a ratos podría dar igual que novelara una hecatombe mundial o la polinización de una amapola.

Pero se me quedan dando vueltas muchas preguntas: una es si pretendía imponernos esa misma distancia y no dejarnos empatizar con el más mínimo gesto de uno de sus personajes. Es como si el autor, y la voz narradora, se situara en lo alto de una montaña armado con un teleobjetivo potentísimo: puede ver hasta el más mínimo detalle de sus gestos, pero no toca nada con los dedos. Esa misma falta de tranquillo me hacía sentir que, cuando aparecía un chiste, era uno muy fácil.

Es su debut narrativo (acompañado del cuento compilado en el libro Matar en Barcelona, y otro -no ficción- en el último número de la revista Eñe) y podemos ser benévolos. El defecto, creo, está en el fondo. Hay formas de mostrar el desapego y de hacer humor de la miseria haciendo literatura al mismo tiempo. He sentido que era más fácil sentirse conmovido con un prospecto de Almax que con estos cuentos. Y no estoy criticando lo mucho de pop que hay en ellos.

Pero también ha aparecido Cul-de-sac, un relato, sólo uno (cuarenta paginitas) de Mercedes Cebrián, uno en que unos diseñadores textiles son tan protagonistas como la semiótica omnímoda en nuestras vidas. Aquí sí, en sus pocas cuartillas está esa especie de maravilla -dada tanto en la forma como en el fondo- que hace de una espera en la consulta del dentista algo casi grato.

Con mucho humor y mala leche, no está exento de inteligencia narrativa, lanzando un permanente reto al lector para que no se baje, para que se haga las mismas preguntas que se hace la voz del cuento: deformada, perpleja, apostada sobre turbias bases post-postmodernas. Sin ser cuento al uso (y potencialmente rechazado en todos los certámenes), caracolea de hallazgos, gracia y carisma.

admin

5 comentarios

  1. Por fin un poco de acidez, una colleja merecida a las legiones de replicantes que florecen en los estantes de las librerías. Tal vez ese fuera el pero que se le podía poner a este excelente blog. Ahora que lo recuerdo y para ser justos, el Señor D. Ruiz había también ajustado cuentas con Mister Nocilla y su compendio poético. Buen trabajo, que no ha lugar a tanta flor siendo tanto otoño.

  2. Qué maravillosa metáfora nos regalas en tu comentario 🙂
    Pues lo que digo, más o menos, más arriba: que yo de un disco espero buenas canciones y de un libro de relatos, buenos relatos. Soy una lectora/crítica bastante condescendiente, así que el nivel de decepción debió de ser alto en este caso.

  3. Ay, si ahora resulta que todas mis reseñas en este blog han pasado por ser recomendaciones, me voy a cortar las venas. Pensaba que había disparado elegantes disparos a la línea de flotación de Yehoshúa, Saki, Armstrong e incluso Khadra (ése con poca pólvora). Pero sí: hay que tener el valor de tirar algunos libros al contenedor azul.

  4. Yo no habría sabido expresarlo con tanta elegancia, pero estoy completamente de acuerdo con Carolink. Lo malo no es no saber qué ha querido contarte el autor, sino el hecho de que no diga nada. La lectura de ‘Socorrismo’ me produjo perplejidad y cierta sensación de fraude, y eso que saludé el debut literario de Luque con una página entera de mi periódico: noticia, desde luego, era. Todo mi respeto para su trayectoria musical. El libro de Mercedes tampoco me ha gustado, pero al menos hay ahí otras cosas. Por ejemplo, una escritora.

  5. Alejandro, hay autores que, sin decir nada, saben hacer grandes obras. Vamos, las vanguardis mismas. Pero tampoco íbamos por ahí. Yo no lo encontré, al menos.

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