
EDUARDO CRUZ ACILLONA | El 25 de febrero de 2012, con ochenta y siete años de edad, fallecía el padre de Agustín Fernández Mallo, que entonces contaba con cuarenta y cinco. Dos años antes, el hijo se encontraba de viaje por Estados Unidos, justo por los mismos lugares que, cuarenta y tres años antes, su padre había visitado con la misión de traer a España una veintena de vacas. Esta coincidencia, así como la comprobación de que la memoria de su padre empieza a acumular más olvidos que recuerdos, hace que comience a escribir una suerte de biografía a retazos del progenitor. Y aunque al principio sostiene que la teoría de que “narrar al padre imposibilita narrar simultáneamente a la madre, hay una suerte de principio por el cual al narrar al uno destruyes al otro”, el transcurrir de las páginas nos demuestra que no solamente es posible narrar también a la madre, sino al propio autor, al entorno familiar y a toda una época, el siglo XX español, a partir de unas vivencias y anécdotas observadas y recordadas con la visión subjetiva del cariño y la mirada objetiva del antropólogo, que se afana en encontrar teorías universales a partir de elementos particulares, de partículas en suspensión en la memoria selectiva de un ser humano.
Bajo estas premisas, nos encontramos en Madre de corazón atómico con una suerte de texto que va más allá de lo meramente memorístico, y donde vienen a confluir la historia y la ciencia (quizás debería haberlas escrito con mayúscula), la confesión honesta cuando se hace para uno mismo y esa mezcla de incertidumbre y culpa que todos amasamos cuando de recordar a seres queridos ya ausentes se trata.
A lo largo del texto descubrimos a un padre lleno de vitalidad, emprendedor, trabajador, una figura que contrasta con la del hombre enfermo en la cama del hospital, dos caras de la moneda, las dos caras de la luna que, cada una a su manera, iluminan al autor para hilvanar historias hasta conformar un autorretrato a partir de la mirada y del recuerdo de su progenitor.
Sin perder ni un ápice de su singular manera de afrontar la narrativa, Fernández Mallo se deja llevar por lo personal, rescatando momentos y recuerdos de su propia vida para entender y para entenderse, provocando de manera continuada en el lector la necesidad de realizar un ejercicio de lectura interior sobre su propia vida.
Madre de corazón atómico es también el título de un disco que sacó Pink Floyd en el inicio de la década de los setenta del siglo pasado. La primera canción, que da título al disco, es una sucesión de melodías en las que van cobrando protagonismo, de manera individual y por separado, cada uno de los instrumentos de la banda. De alguna manera, lo mismo sucede en este libro, donde la música del solista va dejando paso a los diferentes miembros de la familia para que aporten su toque personal a una sinfonía inacabada, en la que los silencios (el olvido) cobran tanto protagonismo como los acordes (los recuerdos).
La portada del disco muestra a una vaca en el campo mirando a cámara. Quién sabe si se trata de una de aquellas veinte que el padre del autor, años antes, se trajo a España… Por su parte, la portada del libro también nos trae al primer plano a una vaca, ésta muy distinta a la otra, recreada a partir de retazos de tela y que viene a reflejar, de manera bastante exacta, lo que el lector va a encontrarse en este viaje personal a lo más profundo del amor de un hijo a la figura del padre.
Madre de corazón atómico (Seix Barral, 2024) | Agustín Fernández Mallo | 240 págs. | 18,90€