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Nevar y guardar la ropa

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Lo mejor de la Navidad es, sin duda, reencontrarse con amigos que hacía tiempo que no veías. En mi pueblo, a quienes volvemos al ídem por estas fechas, nos llaman “los almendros”. Y a los almendros nos encanta revisitar caras conocidas adornadas por el filtro natural del tiempo y de la experiencia. Este año, entre esos reencuentros, he celebrado con sincera alegría el de Roberto Esteban, exboxeador del que no sabía nada desde 2009, cuando le hizo ganar a su autor, David Torres, el premio Tigre Juan de Novela y el Hammett de la Semana Negra de Gijón por sus andanzas en Niños de tiza. Ya unos años antes, concretamente en 2003, cuando se presentó en sociedad, hizo que El gran silencio se proclamara finalista del premio Nadal. Desde entonces no sabía nada de él. Y mira tú por dónde, como si de otro almendro más se tratara, hemos vuelto a vernos las caras estas navidades gracias a su última historia narrada, Nieve negra.

He encontrado a Roberto mayor, golpeado por los años y por las secuelas de los combates que le hicieron campeón de Europa del peso medio. Está cojo y medio sordo, pero mantiene intacto su espíritu combativo, su particular sentido de la justicia y la convicción de que los puños son para quien se los trabaja. Ahora mata las horas de la noche como portero de discoteca, lo que no le ha impedido meterse, involuntariamente, también es cierto, en un embolado de los gordos, de esos en los que se entremezclan diferentes mafias que, aun procediendo de distintos países, hablan todas el mismo idioma, el de la venganza.

Y si Roberto Esteban está mayor, David Torres, su autor y creador, goza de una poderosa forma física en lo que a lo literario se refiere. Sigue siendo una gozada comprobar que su pulso narrativo es una de las mejores pegadas del panorama patrio, todo un peso pesado en el ring del género negro que viene a revalidar títulos y que será un fijo este 2025 en las quinielas de todas las semananegras que, cada vez más, se organizan en nuestro país.

Leer a David Torres es remontarse a aquellas historias que transcurrían en el Savoy de José Luis Alvite (de cuyo fallecimiento se cumplieron diez años el pasado día 15) mezcladas con la savia, siempre sabia y siempre fresca, de Montero Glez. Nada que envidiarle, más bien al contrario, a ese maestro del lenguaje y de la acción de nombre Jim Thompson.

A diferencia de muchos autores del género negro, cuyos nombres no mencionaremos pues seguimos imbuidos del espíritu navideño, Torres no se conforma con idear una atractiva, enrevesada y sorpresiva trama. Él va mucho más allá tanto en la forma como en el fondo. Cada giro de guion está medido y justificado, cada escena tiene su razón de ser y la resolución del caso, lejos de ser plano y, en muchos casos previsible, abunda en aristas y matices, detalles que pasaron por delante de los ojos del lector como parte del paisaje y que le salpican en la cara cuando el texto se precipita hacia las inevitables páginas finales.

Y en cuanto a la forma, al lenguaje puramente dicho, Torres cuida el estilo como pocos, demostrando que los bajos fondos no están reñidos con la alta literatura y regalándonos potentes hallazgos prácticamente en cada página. Aquí una muestra:

“Me imaginé que, allá en lo alto, detrás del hematoma de las nubes y la cuchilla rota de la luna, un dios desganado nos observaba ir y venir entre las moles de los edificios como hormigas por un laberinto: un experimento biológico que ya no le interesaba”.

Ojalá no sea esta la última vez que veo a Roberto Esteban. Ojalá le queden más historias que contar y yo pueda acompañarle en ellas de la misma manera que Gabriela, su acompañante circunstancial en Nieve negra: “como Holmes y Sancho”.

Nieve negra (Reino de Cordelia, 2024) | David Torres | 230 págs. | 22,95€

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