JUAN CARLOS SIERRA | De todos los premios de poesía que se conceden en España hay dos a los que les tengo especial apego: el Hiperión, que me ha dado a conocer a algunas de las mejores voces de la poesía actual desde sus primeros tanteos líricos, y el Ciudad de Melilla, por razones personales que no vienen al caso y porque por él han pasado, aunque no necesariamente con sus mejores poemarios, algunos de mis poetas preferidos del último tercio del siglo XX y de lo que llevamos del actual; verbigracia, Fernando Quiñones, Almudena Guzmán, Pablo García Baena, Felipe Benítez Reyes, Vicente Gallego, Luis Antonio de Villena, Benjamín Prado, Eduardo García, Juan Antonio González-Iglesias o Karmelo C. Iribarren, premiado en la última edición fallada en el otoño de 2018. Así que suelo estar atento a lo que nos deparan cada año ambas convocatorias poéticas.
En su edición XXXIX, el Ciudad de Melilla fue a parar a la poeta youtuber Loreto Sesma y yo, con algo de retraso por razones personales que tampoco vienen ahora al caso, me fui a una de mis librerías hispalenses de referencia a hacerme con su poemario. A esa misma librería había acudido ya durante las últimas vacaciones de Semana Santa abrumado por mi desconocimiento acerca de eso que llaman ahora nueva poesía, la de los Rayden, Defreds, Marwan, Elvira Sastre, Sara Búho,… De allí salí entonces con dos libros para hacerme una idea del fenómeno poético del que todo el mundo hablaba –no siempre elogiosamente- y del que yo no tenía ni puñetera idea: Primero de poeta de Patricia Benito y Tú y yo nunca fuimos nosotros de Selam Wearing, ese poeta que todos estábamos esperando, según las palabras laudatorias de la contraportada atribuidas a Roger Wolfe. También había leído y oído loas hacia Elvira Sastre por parte de Benjamín Prado y Joan Margarit –en casa a estos dos poetas se les venera en un altar-. Y del mismo Benjamín Prado proceden las palabras elogiosas de la contraportada del libro de Loreto Sesma Alzar el duelo.
Tras los decepcionantes resultados obtenidos de mi modesta incursión neopoética y semanasantera, pensé que había tenido un mal día lector o que simplemente la elección que había hecho casi por mi cuenta y riesgo había sido más bien desafortunada. Así que, alineados en Alfa Centauro mi insignificancia como lector y las recomendaciones de algunos de mis tótems líricos, me tiré en plancha y plenamente entregado a la lectura del ya penúltimo Premio Ciudad de Melilla de poesía. Y la conclusión a la que he llegado al terminarlo, como ya me había sucedido con los de Patricia Benito y Selam Wearing, ha derivado en frustración; no sé si conmigo mismo o con el poemario. Siempre me queda la misma duda sobrevolándome: si gente tan competente, si un premio tan prestigioso, si un jurado con tanto renombre han señalado a Alzar el duelo como un libro completo, como una joya de la poesía contemporánea en español, como la quinta esencia de lo lírico más moderno, supongo que definitivamente he perdido el olfato poético, si es que alguna vez lo tuve. En cualquier caso, repasaré en voz alta o a tecla descubierta algunas de las impresiones de lectura que me han deparado las páginas de Alzar el duelo a ver si me convenzo de lo contrario.
No me considero un entendido en musicalidad versal; de hecho, sé que me queda mucho que aprender en este terreno. No obstante, creo que soy capaz de apreciar cierta sonoridad, cierta musicalidad en los versos. Pues bien, puedo afirmar que los que componen Alzar el duelo no suenan, no tienen melodía. Ni de lejos aciertan a mecer al lector como, por ejemplo, los de Pablo García Baena, uno de los poetas más musicales que conozco. Ni siquiera en boca de la autora –me he molestado en buscar sus vídeos en internet- alcanzan algo parecido a una melodía. Lo más cercano a la música que aprecio en ellos son unas cuantas rimas, mayoritariamente consonantes, que en versos absolutamente libérrimos aparecen aquí y allá, por mero capricho, sin orden ni concierto métrico. A esto habría que sumar uno de los pecados capitales del mal poeta, las rimas internas, demasiado frecuentes en Alzar el duelo.
Da la sensación de que los poemas que componen este libro fueron escritos originariamente en prosa -por cierto, sin escatimar rimas al albur del continuo flujo prosístico- y posteriormente la autora aplicó la tijera al buen tuntún para que tuvieran aspecto de poema. Para muestra de esto que digo, que puede parecer algo marciano, extravagante o simplemente descarado, creo que funciona perfectamente el texto en prosa que cierra el libro. Hagan la prueba.
Pero, bueno, a lo mejor me estoy poniendo muy estupendo y todo esto no es más que una estrategia compositiva naíf, una coartada retórica –especialmente el uso y abuso de la rima fácil-, para mostrar una perspectiva pretendidamente ingenua, infantil, inocente. Lo mismo es que yo no me entero de qué va todo esto y Loreto Sesma está bebiendo de la fuente caudalosa de, por ejemplo, Gloria Fuertes, la poeta más naíf de los últimos tiempos por estos lares hispánicos. Pero no. Bajo la aparente ingenuidad de Gloria Fuertes latía una amargura sin límites, una indagación en las posibilidades del lenguaje para hablar del desgarro amoroso, social o cívico. Lo que se aprecia, sin embargo, tras los versos de Loreto Sesma es un montón de lugares comunes, de tópicos más que trillados, de estereotipos, de ocurrencias que, como eslóganes, se quedan fácilmente en la memoria del lector –o del que contempla sus vídeos en Youtube– reduciendo la poesía a reclamo publicitario.
Por otra parte, el discurso que sostiene a este poemario amoroso desgraciado –me refiero tanto al amor como al libro en sí- se ancla en un Romanticismo trasnochado que a duras penas superaría el tono melodramático de muchas telenovelas y que no desentonaría en absoluto dentro de un grupo de adolescentes contándose sus cuitas amorosas. El tono confesional de Alzar el duelo no alza el vuelo –perdón por la paronomasia facilona- respecto a los rudimentos ideológicos del Romanticismo clásico más básico –perdón, otra vez, por la paronomasia y por la rima fácil e interna, a la manera de Loreto Sesma-, algo que en estos tiempos posmodernos creíamos ya más que superado.
En el poema XI de la sección titulada ‘Segunda Fase: Ira’ de Alzar el duelo (página 28) dice Loreto Sesma: “…y yo me arranqué los ojos con la misma falta de pudor con la que escribo./ Pero mírame,/ aquí sigo…”. Esta falta de pudor a la que aluden estos versos y la práctica creativa del poemario que nos ocupa está asociada al sustrato romántico, algo trasnochado también, que de forma generalizada sobrevive en el imaginario colectivo a propósito de la esencia de la producción poética como expresión pura y sincera de un ser auténtico elegido por la divinidad que, por tanto, escribe en estado de gracia y es portador de verdades esenciales. Sin embargo, algo de pudor siempre es recomendable a la hora de escribir y, sobre todo, cuando se trata de publicar, para no tropezar acríticamente con el propio inconsciente ideológico o simplemente para no caer en las trampas de los egos, de los cantos de sirena. Hace falta quizá más que pudor esa humildad que proporcionan las lecturas reposadas de los maestros, incluso de esos mismos que nos hacen ojitos en las contraportadas o en las entrevistas.
Una cierta distancia, un cierto escepticismo respecto al elogio siempre es muy saludable. Que nos den la razón no quiere decir que la tengamos ni concede patente de corso para cometer tropelías poéticas. El cambio de formato, del vídeo youtubero al poema en papel y en libro, no le está haciendo ningún favor a la Loreto Sesma poeta ni al resto de la blogosfera pseudolírica ni, por supuesto, a la poesía.
Qué lástima lo del XXXIX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Qué jurado tan poco pudoroso, con lo bien considerado que ha estado siempre este galardón literario en casa.
Alzar el duelo (Visor, 2018) | Loreto Sesma | 88 páginas | 12 euros | Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla
Me encanta la reseña. Dices lo que tienes que decir y eres muy respetuoso y delicado.
Chapeau!
Vamos a ver, la «poesía española pojmoderna» murió con el Labordeta bueno… Y de eso hace ya la friolera de medio siglo… Es mejor leer a Semónides de Argos o al bueno de Teognis que seguir fingiendo que en España -y en el mundo- quedan poetas honestos, o simplemente que entiendan y-o sientan a Carducci… Es todo como una estrella de mar, pero de plástico… ¿Ejtudian todos éstos filología para algo más que forrarse? Nein, nein, nein… Karmelo… Por favor, a dónde vas con esa cosa, hombre…
Si toda la «poesía» influencers no hubiera saltado a la palestra, solo cuatro gatos seguiríamos con Karmelo C Iribarren (un crack de la sencillez, lo cotidiano y a la vez un respeto a la poesía de toda la vida, pasando de los clásicos a generaciones como la del 27, del 50 etcétera. Karmelo es una rara avis, no sé puede comparar con estos «poetas» que se ganan la vida (literalmente) con algo que si somos sinceros, son sus experiencias personales, su rima fácil (ahí Marwan como músico les lleva la ventaja de no sonar impostado), y conocer que las nuevas generaciones buscan las frases, el sentimentalismo lacrimógeno, las derrotas y pasiones viscerales…No seré yo, con humildes construcciones de historias en vertical (siempre me definí más como contador de historias, que como poeta, algo que considero honestamente de otro nivel). Sólo nos queda observar esta deriva. P.D. He llegado a leer, que como Lope de Vega rompió la dinámica del «poeta de corte» en su tiempo, «poetas» como Gene son los nuevos Lope. ¿Alguien espera otro nivel de exigencia? Yo no.