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No más parábolas de rabinos, por favor

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CAROLINA EXTREMERA | En cuanto a amistades relacionadas con la literatura, la historia que más veces se ha repetido, contado e interpretado de diferentes maneras es la de Max Brod y Franz Kafka: que si traidor, que si oportunista, que si exégeta, que si salvador del mayor legado literario del siglo XX, que si envidioso, que si admirador ferviente, y un largo etcétera. Lo curioso es que esta historia, que se queda la mayoría de las veces en anécdota, rara vez va más allá de la muerte del albacea. Sin embargo, el culebrón no solo sobrepasa este punto, sino que llega hasta nuestro días. Tras la segunda guerra mundial Brod se trasladó a Tel Aviv, donde estableció una relación – unos dicen que física y otros que espiritual – con una mujer casada, Esther Hoffe, a la que acabó legando su herencia literaria kafkiana en su testamento. A pesar de que subastó algunos de los manuscritos, conservó una gran cantidad de ellos hasta su muerte y se los legó, a su vez, a su hija Eva Hoffe. Este último movimiento desencadenó una sucesión de juicios en los que tanto el Estado de Israel como el Archivo de la Literatura Alemana de Marbach reclamaban la propiedad de los papeles de Kafka. Sí, como lo leen, alemanes y judíos disputando la obra de un checo. Ya hay una sentencia, pero prefiero que la busquen ustedes si les interesa.

Esta es la información con la que Nicole Krauss decide tejer buena parte de En una selva oscura. Una novelista americana de ascendencia judía que también se llama Nicole se marcha a Israel guiada por la obsesión que le produce el edificio brutalista del hotel Hilton de Tel Aviv, ligado a su infancia. Bloqueada y falta de ideas, espera escribir una novela con ese lugar como protagonista, pero se ve implicada en una trama en la que los famosos papeles de Kafka juegaN un papel crucial. Esta idea me pareció inicialmente tan prometedora que, desgraciadamente, me resultó muy decepcionante cuando se va desarrollando a lo largo del libro. Y es una pena, porque esperaba mucho de Krauss, de la que había leído La gran casa, una novela monumental en cuatro tiempos alrededor de un escritorio que supuestamente había pertenecido a Federico García Lorca.

La técnica que se utiliza en En una selva oscura es muy similar a la de La gran casa, en el sentido de que entrelaza dos historias que tienen que confluir de alguna forma, relacionadas en principio a través del edificio del Hilton. No tengo nada malo que decir de su estilo ni mucho menos de esta técnica que, de hecho, adoro, pero no he sido capaz de encontrar encanto en esta obra. Una de las razones de mi escaso entusiasmo es que, si bien el personaje de la novelista me ha resultado interesante y su trama emocionante hasta cierto punto, la otra historia no podía aburrirme más. El otro protagonista del libro es Jules Epstein, un abogado neyorquino jubilado que también se muda a Tel Aviv. La mitad relacionada con este personaje me ha resultado tremendamente hartiza no tanto porque trata de un señor mayor con unas inquietudes y una vida que me resultan absolutamente ajenas – que también –, sino porque está totalmente llena de religión: historias de rabinos con sus interpretaciones correspondientes, estudio de la Torá, un grupo de judíos que conviven en una comuna y reflexiones sobre Dios. Se dan demasiados detalles y se explican hasta la saciedad pasajes de la Biblia que, francamente, no me pueden interesar menos.

La otra parte, la de la novelista Nicole, tampoco está exenta de parábolas judías, pero es mucho menos beata. El problema viene con el uso de la historia de Kafka que decide hacer la autora. La posibilidad de utilizar la vida de un escritor de forma ucrónica para dar un giro interesante y marcarse un final sorpresa es un arma maravillosa que yo admiro y respeto. Pero sucede que, en esta ocasión, creo que este giro no enriquece nada a Kafka, sino que lo empobrece, independientemente de lo que la novelista ficticia sienta o crea aprender y que expresa con estas palabras: “me sentía lista para discutir con él, para decirle que el sionismo nunca podría utilizar la literatura para sus fines, puesto que esta se basa en un final – de la diáspora, del pasado, del problema judío -, mientras que la literatura reside en la esfera de lo infinito, y quienes escriben no vislumbran final alguno”.  El efecto que se consigue con esta novela es justo el contrario, el de reducir a Kafka a un autor judío. Y yo no sé a ustedes, pero a mí siempre me han irritado los que han tratado de reducir a Lorca a un poeta granadino cuando se le debería estar reivindicando como universal, así que no puedo sino desear que a Franz Kafka no se le haga lo mismo.

En una selva oscura (Salamandra, 2019) | Nicole Krauss | 304 páginas | 20 euros | Traducción de Ana Rita Da Costa García

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