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No se corrige a Iris Murdoch

Una novela legible es un regalo para la humanidad. Ofrece una forma inocente de pasar el tiempo. Cualquier novela sirve para que el lector olvide sus problemas diarios y apague la televisión, e incluso podría moverlo a reflexionar sobre la vida, los personajes y la moral. Mi deseo es que la gente tenga acceso a mis obras. Y que las entienda, aunque hay novelas que no son nada fáciles. Pero me gustaría que las entendieran, en vez de malentenderlas a grandes rasgos. En cualquier caso , la literatura está ahí para disfrutar de ella, para aprovechar la oportunidad que nos brinda de deleitarnos (Iris Murdoch, entrevista para The Paris Review en 1990)

CAROLINA EXTREMERA | Hace unos meses, en octubre, la escritora Almudena Sánchez subió a su muro de Facebook una captura de pantalla  donde aparecía la siguiente descripción: “Tenía la cara blanca y afilada, los ojos azules muy claros y el pelo lacio de un rubio descolorido. Tenía la severa y afilada cara eslava propia de los de su raza, tan diferente de la cara rusa, más sólida y sensual. Parecía un jugador de ajedrez, un lógico simbólico, un descifrador de códigos. Sin embargo, tenía también una mirada tímida e insegura, siempre un poco dubitativa, incluso perpleja. Seguía pareciendo un niño, aunque su cara blanca y seca presentaba a menudo un aspecto demacrado, cansado, ya nada juvenil”. Hubo reacciones. Algunos nos sorprendimos al ver todos esos adjetivos juntos, nos fascinamos porque, siendo una descripción tan poco canónica – ¿qué es la raza eslava que no es la rusa, qué aspecto tiene un lógico simbólico? – pudimos sin embargo visualizar a la perfección a la persona descrita. Y luego llegó el que la corrigió, que acabó bloqueado.

            Tengo que admitir que aplaudo esa decisión. Porque no se corrige a Iris Murdoch, la autora de la cita. Repitan conmigo: no se corrige a Iris Murdoch y, desde luego, no está la vida como para dejar que accedan a tus publicaciones en redes sociales personas que se dedican a eso. Además, ¿hay algo más hermoso que mandar a freír espárragos a alguien por disensiones artísticas? De esto tendríamos que aprender todos, que ya solo nos enfrentamos y nos peleamos por causa de la política. ¿Qué fue de cosas tan bonitas como liarse a puñetazos en el estreno de “La consagración de la primavera” de Stravinski porque había gente que lo estaba abucheando? ¿Y de la grandísima pelea de Mondrian con Theo van Doesburg porque este último introdujo diagonales en sus cuadros? Eso, amigos, es pasión. Si yo fuera Mondrian, le habría partido la cara a ese tipo. ¡Diagonales! No se abuchea a Stravinski, eso lo sabe todo el mundo. Y nunca, nunca, se corrige a Iris Murdoch. Almudena Sánchez hizo lo que tenía que hacer.

            La cita pertenecía, precisamente, a Monjas y Soldados, una obra de los años ochenta que Impedimenta ha rescatado para nosotros ahora. La novela comienza con el lecho de muerte de Guy Openshaw, el marido de Gertrude y la reaparición de Anne Cavigde, una antigua amiga de la universidad de Gertrude, que ha sido monja durante toda su juventud y ha abandonado su convento. A la muerte de Guy, toda una cohorte de pretendientes y amigos rodeará a su viuda, preguntándose quién sustituirá al difunto esposo. De modo que la historia se compone de los ingredientes clásicos que pueblan las novelas de Iris Murdoch: pasión, cierta intriga, un grupo amplio de personas, inclinaciones artísticas, discusiones filosóficas y dilemas morales.

            Si has acudido a muchos talleres de escritura o has leído demasiado acerca de cómo se debe escribir, te puedes sentir tentado a buscar muchos defectos en esta novela. Te puedes sentir tentado a cometer el error de escandalizarte por el número de adjetivos o por la cantidad industrial de información que llegamos a recibir del pasado de algunos personajes. Te podrías quejar, incluso, de que el narrador omnisciente de tercera persona nos cuenta al detalle qué están pensando todos y, por supuesto, podrías argumentar que la historia tiene ciertos tintes muy propios de la comedia de enredos a la vez que un exceso de conversaciones filosóficas. Por poder podrías. Pero ay, alma de cántaro, ¿no ves que lo que a ti no te funcionaría de ninguna manera a Iris Murdoch le va de maravilla? De aquí, podrías ir a llorar porque no te convencen los detalles de la fuga en El Conde de Montecristo.

            Y es que Monjas y Soldados te agarra y no te suelta a pesar de no ser de las novelas más conocidas de la escritora, de extenderse a lo largo de casi seiscientas páginas y de tener un fondo más filosófico e intelectual que de acción. Sin embargo, llega un momento en el que no te importa en absoluto que estés leyendo detalles que nunca te han interesado de la historia de Polonia en el siglo XX – porque uno de los pretendientes es polaco – ni que uno de los personajes principales sea una antigua monja. Murdoch es Murdoch todo el tiempo. Hay sorpresas, giros en los acontecimientos, diálogos largos llenos de chispa y de reflexión y descripciones magistrales, no solo de personas, sino también de lugares y entornos que van desde casas suntuosas a pubs cochambrosos pasando por una casa de campo en Francia o playas indómitas. Por ejemplo: “Las piedras eran grises, oblongas y achatadas, parejas en tamaño y forma, de manera que a cierta distancia parecían las escamas de un pez. El mar milenario las había golpeado y entrechocado hasta otorgarles una terrible densidad y una absoluta lisura”.

            Los personajes, perfectamente definidos y perfilados hasta el extremo, experimentan epifanías, cambios, momentos decisivos en sus vidas, incluso hay una visión y, como suele pasar siempre en todas las novelas de la autora, asistimos a dilemas morales que son diseccionados a plena vista. Las conversaciones entre los personajes cubren todo tipo de temas, muchos de ellos constantes en la obra de Murdoch, como pueden ser la naturaleza del deseo y la pasión, el concepto de Dios, la bondad, el mal o la necesidad de crear arte. Y, si todavía esto no les convence, hay constantes referencias literarias, algunas explicadas en la propia novela y otras que quedan sutilmente en el aire, como el gran guiño a Henry James que supone gran parte de la trama y que cualquiera que haya leído Las alas de la paloma podrá ver.

            Tal vez, si no han leído nada de Iris Murdoch, podrían empezar por otras novelas suyas más conocidas como Amigos y amantes o El mar, el mar, sin perder de vista la opción de leer esta en cuanto se vean familiarizados con la escritora. Si ya son, como yo, admiradores irredentos de ella, no sé a qué están esperando.

– ¿Te habría gustado ser sacerdote?

– Sí – dijo Anne.

– Creo que debería haber mujeres sacerdote.

– Pero si estás tan en contra de los sacerdotes, ¿cómo es que quieres que las mujeres lo sean?

– Bueno, si algo existe, creo que las mujeres también deberían poder participar de ello si quieren.

– ¿Incluso si es malo?

– Sí.

Monjas y soldados (Impedimenta, 2019)|  Iris Murdoch | Traductores: Mar Gutiérrez Ortiz y Joaquín Gutiérrez Calderón |600 páginas| 26,95€

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