0

Novela adolescente

el río baja sucio

JUAN CARLOS SIERRA | Como a tantas cosas en mi vida –y si las cuento, el saldo me sale entre abrumador y deprimente-, a la literatura de David Trueba llego algo tarde, a pesar de las señales que algunos amigos lectores más que fiables me llevan lanzando desde hace años y a pesar de todos esos artículos suyos en El País que llevo leídos. Empiezo a estas alturas, pues, por el final, por su última novela, El río baja sucio.

Ya se sabe que la literatura y la vida han de fundirse por algún resquicio, por muy alejada que formalmente esté la primera de la segunda. Pues bien, leyendo El río baja sucio me he descubierto mirándome en lo más cercano, en lo más familiar: ¿le vendría bien este libro a mi hijo preadolescente o quizá tendría que esperar unos pocos años para disfrutarlo y empaparse de él?

Digo o escribo esto porque en la última novela de David Trueba observo gran parte de los ingredientes que caracterizan a la mejor literatura para adolescentes, un género en sí mismo, que creo que en España goza actualmente de bastante buena salud gracias a escritores como Luis Leante, Fernando Lalana, Care Santos, Nando López, Ana Alonso y/o Javier Pelegrín, por citar solo algunos de los nombres más brillantes que me vienen a bote pronto a la cabeza. No sé si David Trueba va a poder incluirse en esta nómina, porque me temo que aún le falta recorrido en el género, pero creo que puedo aventurar que se halla en la senda correcta.

El río baja sucio, además de contar con protagonistas de entre trece y catorce años, desde el principio establece sin trampa ni cartón las reglas del juego literario: te voy a contar una historia de cómo he ido tocando tierra, de cómo he entrado abruptamente en eso que llaman madurez o realidad o vete tú a saber qué nombre ponerle; en definitiva, te voy a contar de qué manera he crecido, me he hecho mayor, he forjado mi personalidad, eso tan importante para cualquier adolescente que quiera aspirar a dejar de serlo.

Ese tú al que se refiere el párrafo anterior no es un tú impersonal ni un tú retórico de este reseñista para hacerse el interesante, sino el tú narrativo de la novela, la segunda persona que aparece ya en su primera página –las cartas boca arriba desde el inicio, ya lo sabemos-, que se mantendrá durante todo el relato y que hará fluctuar la obra entre lo confesional, lo epistolar e incluso lo diarístico. Este recurso narrativo que tiende a la claridad de lo estructural de El río baja sucio y a su verosimilitud se me antoja un rasgo característico de la novela adolescente; algo así como te voy a contar de verdad lo que pasó, te lo prometo que fue así, yo estaba allí, así que fíate de mí porque esto no es un rollo de adultos o una floritura estilística cargada de moralina, sino que esto es algo entre tú y yo, de igual a igual, colega, tronco, illo,…

Además no te voy a complicar la vida con la estructura. Te lo voy a contar bien ordenado, lineal, con capítulos consecutivos; es más, te lo voy a relatar con los días de la Semana Santa de aquel año –hace cinco o seis, como te dije en la primera página de la novela-, uno detrás de otro en el orden litúrgico correspondiente: entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección; y con citas bíblicas en el encabezado de cada día, de cada capítulo, para que te hagas una idea acerca de lo que tienes por delante.

Ya que estamos con el andamiaje de la novela, resulta llamativa también su estructura bien resuelta, bien cerrada, en un final anticipado indirectamente desde la primera página. Esta estrategia compositiva mantiene en vilo al lector independientemente de su edad, ya que en cada giro de guion resuenan los ecos de lo ya leído y sabido para elucubrar un camino narrativo que no siempre cumple las expectativas del lector –afortunadamente, añado-. Este hecho anima a la lectura, la alienta, sabiendo el lector además que el autor no se entretiene demasiado en descripciones largas, fatigosas y quizá innecesarias, sino que va a lo que en cada momento nos pide nuestro apetito lector, a la acción, a los sucesos, rasgo este a su vez muy propio de la narrativa destinada a la adolescencia, según tengo leído.

En El río baja sucio, Tom y Martín, los protagonistas adolescentes –o viceversa-, no chirrían, como a veces sucede con los personajes de esta edad que inventan los adultos. David Trueba acierta a dotarlos de los rasgos propios de un adolescente actual, aunque sin estridencias, tendiendo más bien hacia el lado sociológicamente más o menos friki de la adolescencia –singularidad en intereses e inquietudes- en lugar de decantarse por el perfil más  mayoritario y borreguil reggaetonero/trappero. No obstante, en El río baja sucio hallamos el relato de aventuras tradicional, literariamente muy sabroso, que nos remite al Tom Sawyer o al Hackleberry Finn de Mark Twain, también con su río y la vida alrededor de este que proporciona el material narrativo-aventurero: las escapadas nocturnas, el descubrimiento de otras realidades al margen de lo urbanita, los retos y desafíos de esa otredad, las cuitas de la amistad, la definición de esta, quizá el amor, la defensa de cierto sentido de la justicia y de la rebeldía, pero sobre todo una sensación de libertad de movimientos definitiva y determinante no solo para que la acción narrativa se desarrolle, sino sobre todo para que esos personajes adolescentes crezcan, maduren, cambien a través de un aprendizaje que solo es posible adquirir en libertad, sin el sostén o la dependencia familiar, como cualquier cosa que se aprende de forma definitiva y resulta determinante para la vida.

No obstante todo lo dicho hasta ahora, El río baja sucio, como cualquier libro que merezca la pena, como cualquier novela de, por ejemplo, Care Santos o de Luis Leante o de Nando López, aunque vaya con esa etiqueta ambigua o engañosa de literatura adolescente, puede resultar altamente recomendable para cualquier edad, porque nos podemos fiar del criterio adolescente ya que en realidad son ellos el público más exigente que conozco. Pueden tener muchas carencias por su edad, pero son de todo menos tontos o simples o disminuidos mentales, como algunas novelas para adolescentes nos quieren hacer creer. Saben distinguir quién los trata con respeto y quién no.

A partir de ahora me temo que David Trueba puede llegar a ser incluido en su lista de escritores que molan y yo creo que definitivamente le pasaré El río baja sucio a mi hijo preadolescente.

El río baja sucio (Siruela, 2019) | David Trueba | 196 páginas | 14,90 euros.

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *