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Novela-monstruo

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Las luminarias

Eleanor Catton

Siruela, 2014. Colección «Nuevos Tiempos»

ISBN: 978-84-16208-32-6

808 páginas

26 €

Traducción de Celia Montolío

Premio Man Booker 2013

 

 

José Martínez Ros

La mayoría de los libros que se publican actualmente parecen redactados para una relación tipo affaire o el equivalente literario a una sesión salvaje de sexo de un fin de semana; son raros los libros que por su extensión y complejidad te obligan a establecer por un largo tiempo una unión casi conyugal y que aún después de pasar la última página reviven en tu memoria cada cierto tiempo; cuando meses o años después te dedicas a buscar un diálogo de La broma infinita o un pasaje determinado de la narración sobre la batalla de Borodino en Guerra y Paz.

Las luminarias, de Eleanor Catton es uno de esos libros. Una autora que aúna, como pocas en el mundo, el interés por la experimentación con una inaudita capacidad narrativa.

A la neozelandesa, inmensamente talentosa y tremendamente joven señorita Catton (acaba de cumplir unos insultantes treinta años), ya la conocíamos por su fantástico debut (publicado cuando aún no tenía veinticinco), El ensayo general, una novela muchísimo más breve que Las luminarias en la que, a partir de un escenario casi universal, un instituto, y dos acontecimientos también comunes, un accidente y un pequeño escándalo sexual, construía un sinuoso laberinto narrativo que en sí mismo constituía una acertadísima reflexión sobre los límites de la ficción y la realidad y el -inevitable, cruel- camino de decepciones que nos lleva a la madurez. Una novela que destacaba sobre todo por su particular estructura, que da bandazos entre pasado y presente, entre la realidad de los hechos y el teatro de los chismorreos y los rumores, y que parece inspirada en las obras de Harold Pinter o en películas de Atom Egoyan como El dulce porvenir o Exótica.

Pero nada de El ensayo general nos hacía presagiar una novela-monstruo como Las luminarias.

1866. Hokitika, Nueva Zelanda, entonces una colonia del colosal imperio británico donde se acaba de descubrir yacimientos auríferos y hacia la que se dirigen colonos de todo el mundo. Una ciudad improvisada en un inclemente y hosco rincón de la costa, azotada por tormentas y aislada del resto del mundo. Walter, un joven escocés, que llega escapando de su familia. Sin otro lugar al que ir, se dirige hacia el Hotel Crown donde, sin tener intención de ello, interrumpe la reunión de los doce ciudadanos -masculinos- más poderosos de la localidad… reunión que está relacionada con el arresto de una muchacha, Anna Wetherell, una prostituta adicta al opio, por las autoridades. Pero, ¿por qué ese hecho insignificante puede afectar gravemente sus intereses? ¿Y de qué, exactamente, huye Walter? Esto es sólo el principio. La fiebre del oro ha dejado muchas huellas en una localidad fundada sobre la ambición y la avaricia… Poco a poco nos va presentando un variado elenco de protagonistas: chulos, fulleros, magnates, estafadores, aventureros, prostitutas, damas refinadas con oscuros secretos… y una pareja que trata de reencontrarse a pesar de las maquinaciones de un funesto destino. Y los secretos se enlazan con nuevos secretos. Hay un asesinato. Se abre un salón de espiritismo. Y mucho más.

Es posible enmarcar Las luminarias dentro de una corriente revisionista de la novela victoriana, en la que podríamos citar La mujer del teniente francés de John Fowles, Pétalo carmesí, flor blanca de Michel Faber o, incluso, la monumental novela de aventuras coloniales Mason & Dixon de Thomas Pynchon (tal vez de todos ellos, la más perceptible es la perceptible es la influencia de Pynchon, la combinación de una escritura cristalina y una estructura de una complejidad creciente y contraponiendo, además, la refinada Europa con los territorios todavía salvajes e indómitos). Todo apoyado en la firmeza de una voz narrativa donde se aprecian ecos del impresionismo del Conrad y del tono místico/irónico de Melville. La crítica anglosajona también ha comparado la Nueva Zelanda decimonónica de Catton con el Ardis de Ada o el ardor de Nabokov, aunque tal vez esa referencia resulte excesiva.

No voy a hacer hincapié en el hecho de que la arquitectura de la novela está basada en el zodiaco -del hemisferio sur-, por muy simpático que resulte imaginar a la señorita Catton como una especie de trasunto literario del “joven Rappel” de Muchachada Nui, porque el autor de esta reseña se siente francamente superado por los conocimientos astronómicos de la neozelandesa.

Por cierto, fantástico el trabajo de la traductora, Celia Montolío.

Las luminarias más que una novela es un amplísimo universo narrativo, que si caemos presa de su hechizo nos costará abandonar. El inicio de la novela, lento, majestuoso, fuertemente descriptivo, puede ser un bache para algunos lectores, pero merece la pena continuar, se lo aseguro. Y desdeñen cualquier aprensión por su tamaño. Como escribió el crítico de la venerable New Yorker, es un libro demasiado bueno para quejarse de que es demasiado largo.

[Publicado en Notodo.com]

admin

5 comentarios

  1. Será casualidad pero no deja de resultar curioso que haya salido precisamente hoy una reseña de una obra publicada por Siruela…

  2. No existen casualidades, sino ocultos designios del destino 🙂

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